Cambios de rutina en una ciudad ocupada
LONDRES.- Los londinenses tenían que ir esta mañana con «toda la normalidad» al trabajo con el bus o el metro. Así se lo recomendaron los dos Blair, el primer ministro, Tony Blair, y el jefe de Scotland Yard, Ian Blair. Y así lo hicieron, pero para algunos será un viaje que nunca olvidarán.
Sobre las 10 de la mañana, pasajeros de la estación de metro de Stockwell fueron testigos de un salvaje tiroteo. «De repente escuchamos que alguien gritaba: '¡Fuera de aquí!' ¡Fuera de aquí!», relata Briony Coetsee (de 23 años). «Un hombre, debía ser un policía de civil, sacó su pistola y comenzó a disparar».
Mark Whitby, que esperaba la llegada de su tren mientras leía el diario, levantó la vista y vio a un hombre de rasgos asiáticos que se abalanzaba, y le seguían a muy poca distancia hasta 20 policías con pistolas negras. «Lo lanzaron al suelo y le dispararon cinco tiros en la cabeza». El pánico cundió y la gente se precipitó hacia la salida.
Una mujer no podía parar de temblar.
Los londinenses tienen cada vez más la sensación de que su ciudad se encuentra bajo la ocupación. Ahora puede suceder lo que pasó a Tariq Khan este jueves, que estaba con gripe en la cama y, de repente, notó que en la calle todo estaba muy calmado.
Entonces miró por la ventana y vio que en la siempre bulliciosa calle, muy concurrida por el tráfico, había un bus de dos pisos aparcado. En el bus se encontraba una de las cuatro bombas que afortunadamente no llegaron a estallar.
El efecto psicológico de la segunda serie de atentados es no obstante enorme. La metrópolis de 7,5 millones de habitantes comienza a darse cuenta de lo que le espera: «¿Es ésa ahora nuestra rutina diaria?», se preguntaba el «Daily Mirror» en un titular acompañado de fotos de policías con armas automáticas y máscaras de gas.
Tras los primeros atentados el pasado 7 de julio, los británicos se congratularon de ese carácter suyo en el que parece que nada les puede perturbar. Pero ahora el ambiente es otro.
Ya se está discutiendo si en las estaciones de metro habría que introducir controles de bolsos como en los aeropuertos.
La policía exige nuevos poderes especiales para poder retener tres días a un sospechoso sin que se presente cargos en su contra. Comienza a agrietarse la imagen sin mácula de la efectividad de la policía que rápidamente actúa para cortar la red terrorista.
Ahora domina la impresión de que aquí crece una hiedra con cada vez más cabezas.
Si los medios británicos están correctamente informados, la policía no tiene duda alguna de que los autores de los ataques del jueves también fueron extremistas.
A favor de este argumento habla la descripción del autor que han proporcionado los testigos, joven y de procedencia asiática, así como la fallida detonación de tres bombas en estaciones de metro y otra en un bus, que juntas constituían un «cruce candente» del mapa urbano de Londres.
Pero esta vez los terroristas no buscaron la hora punta de la mañana, sino el mediodía, cuando la gente que sale de compras, los turistas y los escolares estaban en camino. Uno de los autores quiso detonar su bomba, defectuosa, junto a una mujer que tenía un bebé en los brazos.
Pero una de las preguntas clave ahora es: ¿Los agresores tenían contacto directo con los del 7 de julio? ¿Fue la misma persona la que fabricó las bombas del 7 de julio y las del jueves?
Algunos diarios especulan con que la razón de que finalmente el artefacto no estallara fue que el cerebro detrás de los últimos ataques haya salido en tanto del país.
Con todo, en lo que sí coinciden los medios británicos es en que los terroristas ya han conseguido, al menos, uno de sus objetivos: Londres es la ciudad del miedo. (DPA)
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