Campañas, desiertos
Es sabido que el Pro gobernante cuenta con varias cepas de funcionarios. Conviven los que gerencian gran parte del mundo empresarial y financiero junto a una selección de quienes muestran extensas biografías políticas, partidarias y funcionariales. Todos dicen entender de un gobierno eficaz, para todos, además de la buena cultura y, por sobre todo, de una educación deseable. El mismo presidente reconoce en ellos “el mejor equipo”. En general los respalda cierta formación de excelencia, aunque elitista. Pueden mostrar pergaminos académicos reconocidos y otros, otorgados por entidades de dudoso prestigio. Con todo, unos y otros saben cómo manejarse frente a los medios de comunicación, nuevos y viejos. Lo mismo que esas presentaciones que los colocan frente a atriles exigentes. Todo eso los aleja de tipo del político sin interés, informal, inclusive de ciertas pretensiones outsiders. Pertenecen a esa categoría universal identificada hace más de una centuria por la sociología de la elites como clase política.
Es cierto que los “políticos”, y no tanto los gerenciadores, entienden más de públicos rigurosos y de los otros, de aquellos que se presentan más “livianos”, por su nota “popular”. De allí que son expertos en foros de empresarios y directivos de empresas. Lo demostraron en el encuentro reunido en el CCK. Donde no parecen contar con experiencia es frente a distantes comunidades del centro porteño. En escenarios donde inaugurar obras que fueron puestas en ejecución durante la administración que dejó el poder hace diez meses. Para tan disímiles espacios disponen de palabras y narrativas carentes de oportunidad. Aquí los condiciona cierto apresuramiento, desconocimiento o provocación, cual juego de palabras para incomodar. Aún así no los disculpa porque son políticos de democracias de audiencias. No hay inocencia en lo que se dice igual que en lo que se hace.
No cabe duda de que el ministro de Educación de la Nación Esteban Bullrich es un político profesional. Es cierto que su horizonte intelectual está muy lejos de las ciencias sociales. Lo mismo ocurre con el exsecretario de Cultura porteño Darío Lopérfido. Este, durante los tiempos de la malograda Alianza había ocupado la misma cartera de Cultura aunque a escala nacional. Aun así, desde esas posiciones entienden “algo” de historia. Igual que la mayor parte de la dirigencia Pro dice distinguir un malhadado pasado de un presente que protagonizan. Se los ha escuchado condenar sin más el tiempo distante del primer peronismo. Insisten que fue la época que condenó a la Argentina a setenta años de decadencia. Y que ese deterioro fue agudizado por las políticas promovidas por los dos Kirchner. Frente a esos dos pasados asumen la promesa de un futuro extraordinario. Su compromiso en la función pública viene a ofrecer un tiempo de reemplazo. Sin duda esta perspectiva dualista y maniquea hace que entiendan el impacto de ciertas líneas de interpretación y, por sobre todo, del lenguaje de las metáforas.
Los dichos de hace unos meses por Lopérfido cuestionando la aritmética de los desaparecidos han sido refutados e impugnados por demasiadas voces que cuentan con éticas del compromiso mayores a las del exfuncionario. Hasta algunos dirigentes de su partido destacaron lo desafortunado de esas declaraciones. Aún así es sabido que cuenta con mucho apoyo entre los suyos. El mismo presidente Macri se encuentra entre ellos. Asimismo es sabido que para éste la historia como campo de conocimiento y de disputa no es su fuerte.
Lejos de ese pasado reciente, Bullrich decidió interpelar otro momento de nuestra historia bicentenaria. Lo hizo en ocasión de inaugurar un edificio de la Universidad Nacional de Río Negro. Su intervención demostró los sentidos interpretativos que tiene el pasado para gran parte de la dirigencia Pro. Aun cuando inmediatamente tuvo que ofrecer una “reinterpretación” de su corto discurso. Con el rápido reflejo del oportunista pretendió tomar distancia de una visión apologética para evitar legitimar los catastróficos resultados humanos de la incursión militar de las fuerzas comandadas por Julio Roca en tierras patagónicas. Las dos frases que establecen una comparación innecesaria entre una nueva “campaña” para un “desierto” difícilmente pueda considerárselas desde la improvisación ni la inocencia.
La comparación innecesaria entre una nueva “campaña” para un “desierto” difícilmente pueda considerárselas desde la inocencia.

Datos
- La comparación innecesaria entre una nueva “campaña” para un “desierto” difícilmente pueda considerárselas desde la inocencia.
Comentarios