Caneo, la tierra

Tiene la endemoniada costumbre de charlar acerca de cinco cosas al mismo tiempo. Todas relacionadas con lo suyo: la música. Pero un interlocutor poco atento podría sentir cómo la confusión le corre por la espalda. A Caneo no le debe inquietar el dato. El es lo que es, no profesor de expresión oral y escrita.

Una vez sobre el escenario el discurso se vuelve claro. Su arte, espejismo de paraísos que soñamos, la tierra prometida de los que padecemos la comezón y la nostalgia de lo no vivido. Caneo se atreve, pierde cualquier interés por su público y toma vuelo. El pelo largo y grueso que lleva con aplomo le cae a cataratas desordenadas sobre el rostro de bebé grandote.

Aguerrido encarna el espíritu de las canciones que se le antojan versionar: de Manzanero, Spinetta, Sting y tantísimos otros, todos con el sello inconfundible de Caneo; entre el soul, el blues y el rock and roll. Después camina por allí, en General Roca, atiende su zapatería o en bicicleta les tira gacetillas verbales a los periodistas desconcertados.

Un show suyo o de su banda actual, After Circus, puede, debe, presenciarse de comienzo a fin. Tímido en los primeros dos minutos y lanzado al abismo de lo incierto cuando la madrugada golpea la puerta e invita sin educación a terminar la jornada. Como Franz Kafka, puede vivir historias de ciencia ficción sin moverse de su guitarra.

Algunos gesticulan extrañamente, otros nunca vieron algo así y no pocos saben qué está haciendo Caneo consigo mismo y con los oídos ajenos.

Su sonido sucio a propósito, la maravillosa versatilidad de sus dedos, el llanto con el que acompaña cada tema, el delirio de los finales saltando como un canguro cojo mientras improvisa valen los aplausos que cosecha en noches de invierno, pero merece más.

Otros serán más famosos, tendrán mejores equipos de sonido, pero no marcarán la diferencia de fondo con Caneo. Este artista es representante de esa elite de músicos prodigiosos y regionales, un lujo patagónico, compuesto por Andrés Fuhr, Luis Andrade, Diego Rapoport, Gabriela Guala, Orlando Tumini y Luis Cide.

Caneo lo sabe y no le inquieta. Menos ahora que se mudó al «centro centro de la ciudad», según confiesa en chiste, en un encuentro donde lo veremos con su cuerpo subido a un torbellino. Fue el sábado pasado cuando presentó la sección de vientos de After Circus. Por la frescura de la banda, por la actitud del público, nos remitió a esa otra agrupación que protagonizó «The Commitments», el filme de Alan Parker acerca de unos chicos irlandeses haciendo soul.

Caneo es un acto más de ese heroísmo artístico en un contexto difícil (pero siempre es difícil). La pasión por disfrutar y conseguir que los demás disfruten. Placeres pequeños para tiempos de inseguridad y dolor.

Quien busca bálsamo para su tormenta, una razón para empinar el codo y desatar el nudo que lo aprieta en la semana, puede encontrar en Caneo la tierra donde reposar el alma y la armadura.

Claudio Andrade


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