“Carta a un policía”

Estimado amigo: me comunico con usted para saludarlo y agradecerle. No soy de la familia policial y mi vinculación con la institución es sólo la de quien vive en esta ciudad y lo ve cotidianamente. Lo he observado en la Legislatura, golpeado por la patota cobarde; y aquel otro día en la puerta de Casa de Gobierno. Lo vi en la comisaría del barrio Confluencia, herido y maltrecho; también en cada una de las marchas y cortes de ruta y de puentes, en cada toma de edificios públicos. Lo recuerdo cuando defendía supermercados en el 2001. Lo reconozco en cada uno de los barrios de esta ciudad, alienada, poniendo el cuero. Incluso vino alguna vez a mi casa, luego de que una vez más me humillaran robándome. Recuerdo la tranquilidad de mis hijos al verlo llegar. Sí, ya sé que hay colegas suyos que no honran el uniforme, tipos inescrupulosos que no merecen llamarse policías como usted. Pero también reconozco que son una minoría, un número insignificante en el total de la institución. También entiendo lo difícil que es tener jefes que no dan ejemplo más que de ambición y mezquindad, mientras usted se la juega en la calle. Sé cuánto le duelen que los violentos impunes sigan siendo los dueños de la calle; que los gobernantes se laven las manos y protejan al delincuente, al tránsfuga. También, cuánto le indigna que los diputados voten para sacarle los adicionales… pero sin decir nada de aumento de salario para usted, que se la sigue jugando. Cuánto le duelen y cuánta bronca le provoca ver a los adalides de los derechos humanos velando por los derechos de los malvivientes y despreciando los suyos. Sé que lo desprecian amigo, pero yo no. Porque veo que usted, más allá de todo, sigue adelante, protege, salva vidas y ordena… a pesar del desorden. Porque eso es lo que más le duele, y también a mí, el ser hombre de orden en medio del desorden. Esa contradicción esquizofrénica, que puede angustiar a cualquiera, es la que usted vive cotidianamente. Pero no se preocupe, no está usted solo en la angustia de la injusticia, pero tampoco en el reconocimiento de sus virtudes, que son muchas. Estamos con usted, como también con todos los hombres y mujeres de este vapuleado país nuestro que todos los días, con alegre hidalguía, cumplen con su deber como cuadra a argentinos bien nacidos. Trabajadores, educadores, médicos, empleados de comercio, albañiles, todos haciendo lo que deben sin desear más que tranquilidad en el orden, que no es otra cosa que la paz. Le cuento una anécdota: cierto día le avisan a un colega suyo que un hombre alteraba el orden en una esquina cualquiera. Cuando llegó el policía vio al hombre fuera de sí. Poco después se dio cuenta de que era ciego, sordo y mudo y que se había perdido. ¿Y sabe qué hizo? Le tomó la mano y la colocó sobre la placa. Y entonces, el pobre hombre se calmó. Eso es ser policía amigo mío. Quizás esta carta no le sume nada pero es lo que hoy puedo escribir amigo mío. Yo seguiré viéndolo todos los días, a veces sin darme cuenta, pero le prometo que cada tanto, cuando me escape un poco de mi egoísmo, rezaré por usted. Un fuerte abrazo. Roberto Langlois DNI 18.125.324 – Neuquén


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