90 años de familia, ilusiones, nostalgias y ejemplos

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El 4 de octubre se cumplieron 90 años del arribo en 1928 a la Argentina de mis abuelos Gilda y León Capellán. Vinieron de España junto con sus cuatro hijos: Jacinto de 15 años, Saturnina de 12, Eugenio (mi papá) de 9 y Eusebio de 9 meses. Provenían de un pequeño y hermoso pueblo de la provincia de Valladolid: Megeces.

Llegados a Cipolletti, luego de estar 5 días en el Hotel de los Inmigrantes (hoy museo) en Buenos Aires, se instalaron en una propiedad de 50 hectáreas plantadas de alfalfa en Colonia Marconetti, para ubicarnos hoy son las tierras entre el acceso a la Isla Jordán y la Calle de Los Inmigrantes, cercanas al Río Negro. La única construcción de esa finca era una casita muy humilde de adobe, con ventanas de tablas sin vidrios.

Fueron días difíciles, y para poder vivir mi abuelo de lunes a sábados trabajaba y vivía con su hermano Eugenio, en la bodega que éste poseía cercana al pueblo, terrenos que hoy forman parte del barrio El Manzanar. Jacinto, el hijo mayor, como peón, era el encargado del riego de la alfalfa. Saturnina acompañaba a su madre y la ayudaba en la crianza de su hermano menor, y Eugenio iba a la escuela de a caballo al pueblo.

Como homenaje no sólo a mi familia, si no a los miles de inmigrantes que llegaron a nuestro país, y vivieron situaciones similares, deseo relatar este hecho lleno de valores, a veces difíciles de conseguir hoy: una noche, a los pocos meses de arribar de España, y viviendo en aquella casita, cuando todos dormían y mi abuelo no estaba, llamaron a la puerta. Mi abuela muy asustada preguntó quién era y un hombre le contestó: “Señora, soy el peón del señor Ferrer, que vive a tres leguas de acá, me manda para pedirle por favor que me acompañe porque su señora va a dar a luz y está muy mal y necesita que alguien la ayude”. Gilda muy asustada sólo atinó a despertar a los niños y contarles lo que pasaba. Jacinto le dijo entonces: “Madre, usted tiene que ir”. Gilda tartamudeando dijo: “Pero hijo no conocemos a nadie, es de noche y me puede pasar cualquier cosa y os tengo que dejar solos a vosotros”. Entonces Jacinto insistió y le reiteró: “Madre, estoy seguro que nada le pasará, y usted hará una obra de caridad. Y además, ¿se imagina su remordimiento si no va y a la señora o al hijo les pasa algo malo?”. Y acá es donde aparece en este hecho el primer valor: la responsabilidad de aquel chico de aproximadamente 15 años, humilde, y en un medio desconocido.

Gilda entonces se vistió y se marchó con el desconocido. Los chicos no pudieron dormir. Al amanecer salieron al patio y allí estuvieron mirando en torno de la casa sin saber por dónde se había ido su madre.

A media mañana la vieron regresar acompañada por el hombre que la había ido a buscar. Corrieron todos a su encuentro, Saturnina llevando en brazos a su hermano Eusebio. Y luego de abrazarlos, la mamá les contó que la señora Ferrer era muy joven, por primera vez era madre y que realmente había estado muy mal, y para peor el esposo estaba muy desesperado y no atinaba a nada; pero por suerte la había podido ayudar, y ella y su niño estaban bien. Y acá aparece el otro valor: la solidaridad de Gilda, que se arriesgó a que algo malo le pasara pero igual acudió a ayudar a aquella joven.

Y desde aquel día la señora Ferrer todos los 22 de agosto, día del cumpleaños de Gilda, la visitó y le llevó una flor de regalo y como agradecimiento. Y cuando mi abuela murió, y hasta que sus fuerzas se lo permitieron, siguió llevándole la flor a su tumba.

Y acá tenemos el tercer valor: la gratitud.

Alberto León Capellán

DNI 8.214.319

Alberto León Capellán

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