Cegueras

RAUL LOPEZ

rualnego@hotmail.com

Hoy es un día espléndido. Falta poco para la llegada oficial, cronológica, de la primavera. Pero ya la estación de los enamorados y de las mariposas acecha por todos lados. Es casi el mediodía, recién me levanto. Sí, está bien; usted dirá: 'este señor se pierde toda la mañana'. ¡Es tan saludable levantarse a la mañana! Bueno, está bien, puedo o no estar de acuerdo con usted, pero ocurre que yo trabajo de noche y mi cuerpo y mi mente también necesitan descansar. Pero este no es el tema que me ocupa hoy.

Mientras me tomo unos mates amargos mirando por la ventana el canal grande cargado de agua enciendo la radio. Entre tantas noticias escucho una que bien altera mi orden tranquilo y crepuscular de mediodía. «Según un estudio realizado en el instituto oftalmológico de… (no me acuerdo de esa institución, pero sé que era una universidad o un centro de estudios cuyo nombre es extranjero) se ha comprobado que a los adultos mayores de veinticinco años que suelen mirar imágenes de mujeres desnudas o de sexo explícito se les reduce notablemente la visión antes de los cuarenta años, en algunos casos llegando a la ceguera».

Me siento indignado. Me tendría que causar risa, pero me indigna semejante cosa estrafalaria. Imagino a estos científicos estudiando a estos individuos durante quince años, controlando que observen periódicamente mujeres desnudas y pornografía para que, después de ese lapso exacto, lleguen a la algarabía de verlos ciegos.

No es la primera vez que escucho o leo estos extraños estudios con sus respectivas ridículas estadísticas. Hasta hace poco la soja era buena hasta para conquistar chicas, ahora resulta que es mala. ¿Quién rige estas infamias que propician el dolor carnal? Pienso que de seguir con estas tácticas terroristas se nos va a amenazar con la perpetuidad de un infierno post mortem por un exceso de radicheta en nuestras ensaladas. Una suerte de castigo religioso, pero más moderno; no se usará el pecado como causa de semejante destino dantesco; sino el consumo, o no, de ciertos alimentos, de ciertos líquidos, de ciertas costumbres sexuales. Un infinito número de fatalidades que nos quitarán la voluntad de sonreir.

Si señor, me indigna que estas advertencias-profecías quieran intervenir en cada hendidura de mi hígado, en el tránsito correntoso de mis arterias, en el latido irregular y violento al ver una mujer desnuda cerca de mí en el crepúsculo de mi habitación. No lo admito. Sospecho que existe un sistema cuya aventura es hacernos sentir enfermos. ¿Se tomó usted la tensión esta semana? ¿Tiene pérdida de apetito? ¿ Pérdida de apetito sexual? Mmm usted está en problemas amigo, sin dudas. Sin dudas también este desorden de información, esta incoherencia y esta variedad de síntomas que inducen a la hipocondría del ciudadano común, como usted como yo, estén gobernados por un orden secreto.

Somos como personajes de un cuento, necesitamos de lo sucesivo, necesitamos ser individuos en acción; y no seres que no hagan esto o lo otro por el temor a que nos ocurra tal o cual cosa como consecuencia. Visto desde este punto punto de vista estamos cada vez más enfermos. No de afecciones mortales, pero sí de afecciones fastidiosas; ¡y si usted insiste con el chumichurri sí que se va a morir de verdad! Parece que las firmas farmacéuticas y los laboratorios están muy interesados en que nos sintamos mal, incluso antes de que nos sintamos mal de verdad. Es el mercado del malestar para paliar futuros no lejanos de sufrimientos. Producen necesidades y no soluciones y así se multiplica el número de enfermos, sobre todo de supuestos enfermos para su expansión comercial. Nos ponen en vilo. Lo que supone una mayor facturación en píldoras y remedios varios. Curiosamente, en el auge de la medicina y de la farmacología cada vez estamos más enfermos.

Estoy tomando mate amargo (antioxidante por excelencia). Pienso que el triunfo de toda existencia humana es la definitiva liberación de las fuerzas, de ciertos deseos, la comprensión de ciertos conformismos que son los placeres sencillos que hay que festejar. Por el contrario no quiero, no acepto, no admito en mi orden natural ese continuo cuidado a fantasmas que me imponen estos estrafalarios estudios y estadísticas oficinistas de una supuesta medicina alópata; eso no me gusta, me agobia. Toda tragedia bien puede ser mecánica y ha sido fabricada para inducirnos a meternos en ella.

Se acerca el fin de semana, la fortuna, o los astros, o Dios, me ha deparado que debo cumplir con un par de asados con amigos, un placer gigante que debo agradecer. Risas, historias y el guiño de un as de bastos me esperan. ¡Salud!


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