Celibato y pedofilia

JORGE GADANO jagadano@yahoo.com.ar

El diario “Clarín” del martes pasado publicó un despacho de su corresponsal en Roma, Julio Algañaraz, que informó sobre una reunión entre el papa Benedicto XVI y 24 obispos irlandeses, quienes fueron severamente reprendidos por la tan generalizada como impura afición de los curas de ese país a niños y niñas. Es que los abusos sexuales de los clérigos irlandeses que se han hecho públicos (están también los que no se han conocido) vienen creciendo desde hace tres décadas. Algañaraz asegura que “miles de niños fueron abusados sexualmente en Dublin y las otras diócesis irlandesas por curas pedófilos”. El fenómeno, encubierto por la jerarquía católica, los jueces y las autoridades civiles, estalló finalmente debido a las dimensiones que adquirió. El secreto dejó de serlo y el Papa, ya en diciembre pasado, declaró que sentía “rabia y vergüenza”. No obstante, el Vaticano se abstuvo de divulgar qué se hará con los pecadores. Hasta donde se puede saber, hasta ahora están a salvo del destino de nuestro padre Grassi, sometido a la Justicia penal. El caso irlandés –que si es el más grave dista de ser el único– es la patología más demostrativa de las consecuencias que genera en la corporación católica la imposición del celibato sacerdotal, tenido como la prueba más excelsa del amor a Dios y, a la vez, de rechazo al pecado mayor, el sexo. Una vívida demostración del rechazo católico al sexo está en la epístola de San Pablo a los Gálatas, una tribu celta emparentada con los galos asentada en el Asia Menor. De allí era nativo el apóstol de la globalización cristiana, nacido en Tarso y crucificado en Roma, ciudad hoy que, a pesar de su vecindad con el Vaticano, con el ejemplo de Silvio Berlusconi continúa desoyendo la predicación paulista. Pablo dice en ese texto: “manifiestas son las obras de la carne, que son adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías y cosas semejantes a éstas”. Aseguró que “quienes practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”. Es probable que haya tenido un mal día, pero no se puede negar que el comportamiento de los humanos dejaba mucho que desear. Mucho antes de la queja de Pablo, Jehová castigó la maldad de la gente y, arrepentido de haber creado al hombre, descargó sobre todos los seres vivos –incluidos los inocentes animalitos que pagaron nuestras culpas– el Diluvio Universal. Dijo el Hacedor –y deshacedor, como se puede ver– que borraría de la faz de la tierra “a los hombres que he creado, desde el hombre hasta la bestia y hasta el reptil y las aves del cielo, pues me arrepiento de haberlos hecho”. Eso porque “vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal”. Dicho de otra manera, el pecado de la carne, que hoy en la Argentina Satán promueve bajo la forma de los aumentos de precios. Volviendo al diluvio. Yahvé hizo llover durante cuarenta días, hasta que el agua acumulada ahogó todo lo viviente, con la sola excepción de Noé, su familia y algunas yuntas de animales que cargó en el Arca, construida siguiendo precisas instrucciones del Supremo, quien ya desde entonces mostraba así la vocación cristiana por la carpintería (otra excepción fueron los peces, para los que el diluvio fue una fiesta). Es sabido que al cabo de los cuarenta días paró la lluvia y el Arca quedó estacionada en la cumbre del monte Ararat. Comenzó entonces la reconstrucción, tal como lo hace ahora Mauricio Macri con los diluvios porteños. A esta altura de la historia de la humanidad, Dios debería estar nuevamente y mucho más arrepentido, ya que los pecados carnales han contaminado la vida de toda la especie humana. Y no sólo por lo que ofrecen ahora la televisión e internet: ya en su tiempo, hace seis siglos, el papa Alejandro VI, de la familia Borgia, dejó una multitud de hijos e hijas, entre éstas Lucrecia, la más famosa, nacida de la relación de su papá Alejandro (Rodrigo antes de llegar al pontificado) con la bella Vannozza Cattanei. Obviamente, la autoridad pontificia de entonces no podía ser una propagandista del celibato, como lo es Benedicto ahora. Pero no faltaba doctrina a favor de que los ministros de Dios rechazaran a las mujeres. Recurrimos aquí nuevamente a una epístola de Pablo, la dirigida a los Corintios. Les explica que “el no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado se preocupa de las cosas del mundo, está por tanto dividido”. Aun así, en aquellos primitivos tiempos de la Iglesia Católica, el celibato era una opción para los ministros del Señor. El obligatorio fue impuesto por el concilio de Trento (siglo XVI), para enfrentar a la Reforma de Martín Lutero, que no sólo permitía sino que estimulaba que los sacerdotes tuvieran mujer. Y no había sido ése el único motivo: al parecer, al anterior concilio de Constanza se habían acercado unas 700 prostitutas para atender sexualmente a los obispos que participaban. Luisa Hagget, integrante de un “Centro de estudios para asuntos religiosos” y crítica de la institución del celibato obligatorio, lo relaciona con la pedofilia. No así el profesor de Estudios Religiosos de la universidad de Pennsylvania, Philip Jenkins, quien afirma que sólo un 0,2% de los sacerdotes católicos ha sido abusador de menores de edad. Habría que enviarlo a Irlanda, creo yo.

QUé QUIERE QUE LE DIGA


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