China consiguió la “manija”, ahora tiene que usarla

La comprensión del momento económico que atraviesa el mundo en general –y el desarrollado en particular– requiere pegar una mirada a los últimos 30 años. Desde 1980 a la fecha, la tasa de crecimiento económico de los países desarrollados ha ido cayendo en forma persistente. Como contrapartida, China e India han tenido tasas fuertemente positivas. En el último quinquenio, afectado particularmente por la crisis financiera del 2008, el crecimiento de los primeros fue prácticamente nulo mientras que los segundos lo hicieron un 70 y un 50% respectivamente. (Gráfico 1) Como resultado de estos disímiles comportamientos, al cabo de estos 30 años tanto el PBI de Japón como el del conjunto de países que integran la Unión Europea no llegaron a duplicarse y el de Estados Unidos apenas superó esa marca (130%). Por el contrario, India multiplicó su PBI por cinco y China… ¡por 17! (Gráfico 2) Es cierto que por un lado estamos poniendo a países ya desarrollados y consolidados por crecimientos anteriores a 1980 y, por el otro, a países que precisamente comenzaron a emerger en ese momento. También hay que decir que estos distintos comportamientos no serían importantes si estuviésemos hablando de países chicos. Pero se trata de India y China, que juntos tienen ¡el 40%! de la población mundial. Éste es el gran fenómeno de este tiempo. Ese 40%, si bien estaba en las estadísticas demográficas globales, no participaba en términos económicos del producto y el consumo global. Se trataba de economías cerradas que en líneas generales podríamos decir que no producían ni consumían o bien consumían sólo lo que ellos mismos producían. Bueno, esto ya no es así. La leyenda “Made in China” en las góndolas del mundo es el símbolo de estos tiempos. Desde el momento en que la primera fábrica decidió mudarse a China el resto debió hacer lo mismo, bajo la amenaza de quedar fuera del mercado dados los menores costos salariales de los asiáticos. Esta mudanza del capital es la que explica las desiguales tasas de crecimiento de los últimos 30 años. Acompañando este cambio de roles en el mundo se produjeron otros dos fenómenos: 1) Como consecuencia del abaratamiento de los productos, por sus menores costos, aumentó la cantidad demandada a nivel global, ya que más gente tuvo acceso a ellos (televisores, celulares, electrodomésticos, juguetes, etcétera). Este mayor consumo produjo una mayor demanda de materias primas para su fabricación, lo cual benefició a países de producción primaria (petróleo, minerales, etcétera). 2) El mayor ingreso de los chinos, ahora que tienen trabajo, derivó en un mejoramiento y aumento de sus dietas. Para dar una idea: hoy los chinos consumen anualmente dos cosechas completas de Argentina más que lo que consumían en 1995. Esta mayor demanda de alimentos ha sido abastecida, en principio, por una mayor producción, pero a partir de 2004/2005 en la medida en que se han ido agotando las tierras disponibles para cultivos ha habido un fuerte aumento de precios de los alimentos. Éste es el famoso “viento de cola” que beneficia desde entonces a toda Latinoamérica. Ahora bien, hasta acá todo bárbaro. China, India y otros países emergentes transformados en la fábrica del mundo, otro grupo tomando el rol de proveedores de materias primas y alimentos y, en ambos casos, aumentando el nivel de vida de sus habitantes. Crecimiento del PBI, caída del desempleo, superávit fiscal, caída en la relación deuda pública/PBI y superávit comercial (más exportaciones que importaciones) son el común denominador en todos ellos. Pero (siempre hay un “pero” cuando hay tanta bonanza)… tenemos un problema. Resulta que en esta nueva cadena de funcionamiento del mundo el eslabón quizás más importante ha continuado siendo el consumo de los países desarrollados. En el 2008 las economías desarrolladas, excluidas Alemania y Japón, acumularon un déficit de cuenta corriente (más importaciones que exportaciones) de aproximadamente 900.000 millones de dólares frente a un superávit de los emergentes de más de 700.000 millones (luego de la crisis financiera estas cifras han bajado sustancialmente). Es decir, la contrapartida del superávit comercial de los emergentes es el déficit comercial de los desarrollados (gráfico 3). La pregunta sería entonces: ¿puede continuar esto? Claro que no. ¿Por qué no? Porque esos países perdieron empresas (el casi inexistente crecimiento lo demuestra) y por lógica subió el desempleo. Y por esas mismas razones sus gobiernos perdieron recaudación impositiva y aumentaron sus gastos (para financiar el mayor desempleo), lo cual se tradujo en mayor déficit fiscal (gráfico 4) y un aumento de deuda pública. Entonces, con bajo o nulo crecimiento, desempleo y déficit fiscal crecientes y déficit externo persistente, el mundo desarrollado no puede seguir consumiendo como hasta ahora. Y este freno producirá problemas en toda la cadena. ¿Cuáles son las alternativas de corrección? En principio, los países que han perdido competitividad deberán tratar de recuperarla, en parte, haciéndose más eficientes. Esto significa, entre otras cuestiones, eliminar organismos y empleo público improductivo, jubilaciones a temprana edad, etcétera. En definitiva, tendrán que volver para atrás con todas esas “conquistas sociales” de otros tiempos que ahora no tienen una producción genuina que las sostenga. Viendo lo que está pasando en Grecia, es claro que esta corrección va a ser muy traumática, ya que es casi una situación inédita. Pero no hay posibilidades de seguir gastando lo que no se tiene. No obstante, con eso solo no alcanza. La parte mayor de la solución hay que buscarla en China. El gigante de Oriente (y otros emergentes) tiene que dejar de acumular dólares y transformar su superávit externo (el área marcada del gráfico 3) en una fuerte apreciación de su moneda. Esto produciría lo siguiente: a) los salarios chinos subirían en dólares, con lo cual ganarían poder adquisitivo, y b) los productos manufacturados se encarecerían en dólares, con lo cual mejoraría la competitividad de los desarrollados. Lógicamente que caería la competitividad china, pero eso para China sería aún un mal menor comparado con lo que le produciría un freno de la economía mundial. En definitiva, se estaría transfiriendo poder de consumo desde los desarrollados a China y competitividad desde China hacia aquéllos. Puede parecer una solución rebuscada, pero es la que se tiene que dar. Es darle equilibrio a algo que hoy claramente no lo tiene. Las alternativas a ella serían: a) patear el problema hacia adelante, agravándolo aún más (como las medidas que se vienen ensayando desde el 2008, con rescates y expansión de dinero), y 2) una vuelta al proteccionismo, donde todos tienen mucho más para perder que para ganar. (*) Economista

ROLANDO CITARELLA (*)


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