China, esa amiga que sabe convertirse en actriz
Está de gira en la región. Actuó en Bariloche y Esquel. Hoy estará en San Martín de lo Andes. En Roca llenó la sala de Casa de la Cultura como hace tiempo no sucedía y se ganó el corazón de la gente.
Cuando la mayoría de los teóricos del teatro se rompen la cabeza por desarrollar una hipótesis de trabajo para tratar encontrar la naturalidad del actor y llenan páginas de revistas especializadas, congresos, simposios y cuanto espacio de discusión encuentran, China Zorrilla, ella solita en un escenario semivacío, se da el gusto de desarrollar una tesis completa de comunicación actoral.
Como una amiga o una vecina que llega a sentarse al living de nuestra casa, esta señora con 58 años de escena se acomoda en una silla, y por casi dos horas se da el gusto de hacernos sentir que todo es fácil, natural, fluido. Nadie sospecha cuando escucha sus anécdotas que para llegar a esa sencillez se necesitó pasar, -como ella misma lo dice- por todo el repertorio clásico que una actriz puede desarrollar: de Shakespeare a Moliere, de Calderón de la Barca a Ibsen, todo lo ha hecho en los tiempos en los que era actriz de la Comedia Nacional del Uruguay, su amado país.
Subirse a escena es para ella un hecho cotidiano desde su más temprana juventud y quien tuvo la oportunidad de verla hasta diez minutos antes de subir, sentada en el camarín maquillándose con unos sencillos lápices y unas poquitas cosas, pudo comprobar aquello de lo que tanto se ha hablado acerca de la transformación del actor en personaje. Aunque la mujer que estaba seductoramente sentada en escena era China Zorrilla, había un cambio imponente de la otra China que vimos haciendo la metamorfosis frente al espejo. Es redundante decirlo, pero sucede. Hay un cambio tan intenso en el registro de su cuerpo, en su actitud, en su voz, en su postura, que uno siente que cuando comienza la función está viendo a una mujer con treinta años menos. Vuelve a ver a la China de aquellos años de las anécdotas más lejanas, cuando estudiaba en la Real Academia de Teatro de Londres, cuando Serrat le cantaba en aquel departamento de Nueva York en una noche de nieve y de frío, cuando le ocurrían cosas casi mágicas como haber asistido al nacimiento del talento de Dustin Hoffman, su por entonces compañero de oficina.
Pero la vuelve a ver de verdad. Porque la China que se maquillaba en el camarín había pasado los setenta años, y ésta que estaba frente a nosotros tenía, cuando mucho, cuarenta y cinco.
Socarrona, irónica, tomándose el pelo. Bienuda, llena de prosapias rioplatenses, señorita de buena educación y señora de barrio. Habitante de lujosos departamentos, acostumbrada al buen champán, a los paraguas de 200 dólares en tiempos de posguerra o mujer que le pide prestado dinero al gallego del almacén de la esquina. Todas conviven en ella, todas resucitan en una sola noche cuando ella se propone como ninguna, contar su biografía.
¡Qué mala comerciante es China!, con este espectáculo está perdiendo la oportunidad de escribir su biografía para luego venderla. Pero ella elige subirse a una casilla rondante, hacer miles de kilómetros de norte a sur y de sur a norte, y como una vecina que se mete en el living de nuestra casa, acomodarse en una silla en cualquier teatro de nuestro país, para contarnos con humor, ironía, chispa, talento, sus historias personales, haciendo como que es ella, la que vimos entrar antes de la función.
Sólo ella sabe que la que se sienta allí y que nos vende la ilusión de la bendita confidencia, no es ella. Es simplemente, uno de sus cientos de personajes. Por eso es que nos impresiona con su jovialidad, su elegancia, su cruce de piernas, su charme, su displicencia. Es porque en realidad la China que vemos, está habitada por el ángel de la creación, está asistiendo a la ceremonia suprema donde lo humano cobra esa dimensión que estiliza su figura, agranda sus dimensiones, anestesia sus dolores humanos y la reviste de una imagen casi mítica, la que es capaz de obrar el milagro de la transformación de uno en decenas, en cientos de personajes.
Está asistiendo al milagro que le sucede sólo a los grandes actores. Sin vueltas, y sin teorías, sólo con la magia.
Clara Vouillat
Cuando la mayoría de los teóricos del teatro se rompen la cabeza por desarrollar una hipótesis de trabajo para tratar encontrar la naturalidad del actor y llenan páginas de revistas especializadas, congresos, simposios y cuanto espacio de discusión encuentran, China Zorrilla, ella solita en un escenario semivacío, se da el gusto de desarrollar una tesis completa de comunicación actoral.
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