«Chúmbale», un grotesco actualizado

Un proyecto de larga data que hoy llega a los cines. Aníbal Di Salvo dice cosas duras con humor.

Buenos Aires, (Télam).- El cineasta argentino Aníbal Di Salvo llevó al cine con el mismo título que el original una versión del recordado grotesco teatral de Oscar Viale «Chúmbale», que protagonizó Enrique Pinti y se estrenará hoy en salas nacionales.

«Mi interés por «Chúmbale» se inició hace bastante tiempo, en vida de Viale. Habíamos comenzado con él a trabajar el guión para el filme, pero lamentablemente abandonamos el proyecto porque tampoco aquellos eran tiempos propicios ya que si no pagábamos todo no se podía hacer nada», comentó el director.

El filme -se anticipa- se mantiene fiel al original en la estructura, en la definición de los personajes y en el diálogo.

Para muchos, el mayor riesgo del cine que adapta piezas escénicas reside en que se transforme en mero teatro filmado; sin embargo, con el argumento de que «yo no sé hacer teatro, mi mundo es el cine», Di Salvo procura invalidar ese tipo de críticas.

«No puedo hacer exteriores con 50 personas o manejarme con un presupuesto impresionante. Todo lo que hicimos en «Chúmbale» fue a pulmón», explicó Di Salvo, agradecido por la actitud de sus actores, quienes sin menguar la pasión en el trabajo aceptaron no cobrar hasta tanto la película no cubra los costos.

«En el guión dejé intacta la obra teatral porque creo que su factura es inobjetable. Sin pecar de modesto, creo que los mayores méritos de la película son la interpretación y el diálogo -informó el cineasta-. La obra dice cosas tan profundas que sacuden al espectador, así que yo sólo me ocupé de la forma».

A la hora de rodar, Di Salvo corrió con la cámara por el patio en el que se desarrolla la acción siguiendo a los personajes, para producir un ping-pong de planos con el fin de mantener la visión totalizadora que logra el espectador en una platea de teatro.

La estética seguida por el director coincide con la propuesta del libro original, que responde al grotesco con hondo contenido dramático, pero visto desde la óptica del humor.

«La comicidad -apuntó Di Salvo- es la única forma de decir ciertas cosas que resultan dolorosas».

«Mi filme es un producto de consumo -reconoció- que va un poco más allá de lo que se ve en imágenes. Quien no pueda leer entre líneas verá una película entretenida, pero aquel que profundice un poco más va a descubrir un código subyacente».

Al margen de la fidelidad al original proclamada por Di Salvo, en el filme se buscó cierta actualización del texto con alusiones a los piqueteros, la situación de los jubilados y la desocupación.

Di Salvo empezó a trabajar tras la cámara en 1940, luego de probar suerte como actor sin poder salir de la condición de extra. «Yo era un cholulo que iba a todos lados a ofrecerme como extra porque quería ser actor a toda fuerza, sobre todo por las minas -confesó-, pero cuando vi lo mal que los trataban decidí cambiar».

Después de una larga trayectoria, Di Salvo añora de los viejos tiempos los estudios de cine, la maravillosa organización y la importancia que tenía el productor, que se ocupaba de contratar a los actores y directores por espacio de años.

Ese mundo que el realizador visualiza como ideal es ocupado hoy por la tevé, que se estableció en los viejos estudios de cine.

«Antes la función del cineasta estaba más jerarquizada -evocó-, ahora está todo muy manoseado. Para hacer una prueba de cámara nosotros teníamos que conseguir la película y mandarnos todo el proceso de revelado. Ahora, en cambio, un pibe se compra una digital en la calle Corrientes y hace una película».

El director mencionó el impacto que producen en el espectador las grandes producciones al estilo «Titanic» o «Harry Potter», con multiplicidad de efectos técnicos producidos por computación. Pero subrayó que «el frío de la computadora inevitablemente se transmite a la pantalla».

Durante su trayectoria profesional acompañó como iluminador y cámara a los mejores directores argentinos, pero al que considera de algún modo su maestro es Leopoldo Torre Nilsson, a quien secundó en 15 películas.

«Siempre admiré en él la gran práctica que tenía a pesar de su problema visual -recordó-. Miraba por la cámara y me decía: «¿Ves eso allá atrás? Iluminalo bien porque quiero que el público mire allá». No sé si sabía ver o tenía una intuición formidable».


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