Ciclos y promesas
La semana en Bariloche
Más allá del empleo público y de la actividad científico/tecnológica, la savia que mantiene viva a la economía de la ciudad es el número de turistas que cada temporada la eligen para sus vacaciones y que determina en forma directa o indirecta la suerte de buena parte de las familias barilochenses. La erupción del volcán Puyehue-Cordón Caulle provocó el año pasado un colapso tan abrupto como no había ocurrido en la historia reciente, con una reducción del flujo de visitantes en la comparación 2011/2010 superior al 50%. Las estadísticas que comienzan a poner en números lo ocurrido este año (aun con sus imperfecciones) demuestran que la recuperación será lenta y trabajosa. Los viajeros ingresados en julio último superan en un 110,8% a los registros del mismo mes del fatídico 2011, pero están un 3,2% por debajo de 2010 y aun son casi un 20% inferior al invierno 2006, el mejor año de la última década. Este dato es particularmente desalentador, porque el aumento gradual de población, de prestadores turísticos y de la economía en general, demanda no un “mantenimiento” sino un crecimiento progresivo del flujo de ingresos. Algo que desde hace un par de décadas parece una utopía, y en lo que nada tienen que ver erupciones o cenizas. En las dos semanas “pico” de la temporada –las últimas de julio– la ocupación hotelera promedio se instaló durante unos días en el 80%, pero antes y después navegó entre el 50 y el 60%, cifra ésta que no alcanza para asegurar la sostenibilidad del sistema. Además, los expertos aclaran siempre que la cantidad de visitantes es apenas una variable, porque también hay que evaluar la estadía promedio (desde hace varios años no crece de los 4,5 días por pasajero), el lugar de origen y la capacidad de compra de los turistas. El vaticinio de los operadores es que no será tarea fácil recuperar los “paquetes” de brasileños y de turistas de otros lares luego del agujero negro de la temporada 2011. El viajero argentino funciona de otra forma porque tiene incorporada a Bariloche en su imaginario y existe una necesidad latente de viajar a la ciudad una vez cada tanto, aunque sea para recordar viejos tiempos o para mostrársela a los hijos. De modo que si un año llegan pocos turistas de ese segmento, ese faltante va a engrosar las temporadas posteriores. Pero nada de esto ocurre con los públicos que no tienen esa fidelidad y por razones de volcanes, de ventajas cambiarias o de simple moda (lo mismo da) eligen otros destinos. El secretario de Turismo local, Daniel García, dijo que recuperar el flujo de turistas previo a la erupción le llevará a Bariloche no menos de tres años. Aun si esa perspectiva se cumple, la torta a repartir lucirá inexorablemente más chica. La cantidad de establecimientos hoteleros creció en cinco años de 469 a 555 y las plazas, con una evolución similar, llegan ya a las 25.610. Tendencia ésta que parece desentendida de crisis y debacles. Un factor crítico, e infravalorado, que los empresarios no se cansan de subrayar es la deuda enorme en infraestructura urbana que atribuyen a la inacción del Estado. Salvo por la Circunvalación y por el aeropuerto nuevo, Bariloche luce igual (o peor) que hace 20 años. No tiene una terminal de ómnibus acorde, tampoco un centro de convenciones, la planta depuradora de líquidos cloacales demanda ampliación desde hace años pero sigue igual, el puerto San Carlos da pena y la red de calles asfaltadas quedó congelada en el área céntrica mientras se extienden y se pueblan cada vez más los barrios periféricos. Más allá del vaivén propio de los ciclos económicos, que por lógica afectan a cualquier economía, el turismo podría crecer en terreno menos hostil si existiera verdadera inversión en obra pública. Es evidente que ni aun el episodio del volcán sirvió para torcer la decadencia en ese tema, ya que los anuncios de obras destinados a “reactivar y apuntalar” la economía local tampoco se cumplieron. Bariloche espera todavía por la remodelación de la calle Mitre, por el acceso Este, por el Polo Productivo, por la nueva costanera y por la segunda etapa del hospital, sin hablar del asfalto en la Ruta 23 para el tramo Dina Huapi-Pilcaniyeu, que fue presentado en ampuloso acto hace 14 meses, pero tuvo un avance apenas simbólico. Si ésta es la política de compensación contracíclica implementada por el gobierno nacional (el único con capacidad), vale preguntar qué quedará para cuando la simple lejanía temporal y el cansancio por reiteración terminen de correr de la agenda la crisis del Puyehue.
Daniel Marzal dmarzal@rionegro.com.ar
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