“Científicos en el ring”

Investigadores de distintas épocas y disciplinas han discutido por la razón científica como verdaderos luchadores sobre el cuadrilátero. El físico mexicano Juan Nepote propone un repaso por esas y otras célebres batallas donde “vale todo”.

GRANDES PELEAS EN LA CIENCIA

¿Alguna vez imaginaste a dos científicos usando guantes, guardapolvos y máscaras subidos a un ring, revoleando patadas voladoras, dobles nelson y piquetes de ojo? ¿El resultado de un experimento o la interpretación correcta de una serie de datos, pueden generar encendidas pasiones? ¿La búsqueda de la verdad se puede dirimir a las trompadas?

Aunque a simple vista no lo parezca, a lo largo de la historia investigadores de distintas épocas, disciplinas y lugares del mapa han discutido, peleado y competido por la razón científica como verdaderos luchadores sobre el cuadrilátero.

Sobre estos y otros célebres combates habla el libro “Científicos en el ring” escrito por el físico mexicano Juan Nepote quien, desde hace varios años, ha dedicado su trabajo a la divulgación científica. En diálogo con rionegro.com.ar, Nepote se definió como “un atento seguidor de la lucha libre” y alguien para quien la ciencia es “una forma particular de mirar las cosas, una manera de ir por la vida preguntando, más enfocado en las preguntas que en las respuestas”.

Su libro presenta seis batallas campales entre auténticos colosos por acreditarse la paternidad sobre alguna invención: Newton y Leibniz sobre el cálculo infinitesimal, Edison y Tesla sobre la electricidad, Darwin y Wallace sobre la teoría de la evolución de las especies, Lavoisier y Priestley sobre el descubrimiento del oxígeno, Pasteur y Pouchet sobre la generación espontánea, Bohr-Heisenberg y Einstein-Schrödinger sobre la mecánica cuántica.

Opina que “para construirse una opinión científica, es más emocionante conocer las circunstancias históricas y sociales en las que brota una idea, en lugar de revisar los conceptos aislados, como si no tuvieran detrás una serie de anécdotas, aciertos, fallas”.

En ese largo recorrido, “lo que aparece es una característica fundamental en el quehacer científico, a lo largo de su historia: la búsqueda de consenso. Aquel cuento que a veces nos quieren contar del científico genial, aislado, encerrado en su guarida secreta haciendo experimentos que no comparte con nadie, no es muy verdadera que digamos. Los científicos tienen que mostrar su trabajo para que entonces sea confrontado, revisado y, eventualmente, validado e incorporado al conocimiento universal. Ese sentido colectivo del trabajo científico, entre otras cosas, genera unas broncas sumamente interesantes. Y es que en la ciencia, la polémica, la discusión y el debate son muy bienvenidos”, dice.

La ciencia como la lucha libre y viceversa.- “En México, la lucha libre es casi tan importante como el fútbol en Argentina (un sistema filosófico, casi una religión)”, señala, y confiesa que ha sido un seguidor de la lucha libre, desde que era niño, a distancia. Aunque no fue asiduo visitante de la Arena Coliseo (donde cada domingo se desarrollaban las luchas más gloriosas de su ciudad, Guadalajara) fue un atento espectador de las películas de lucha libre cuyo protagonista mayúsculo era Santo, “el enmascarado de plata”. Recuerda que fue tan famoso que llegó a filmar cincuenta y tres películas, muchas de las cuales se retransmitieron por TV décadas después: “eran magníficas: Santo luchando contra mujeres vampiro, contra hombres lobo, contra extraterrestres, contra científicos locos, o contra todos al mismo tiempo. Al investigar algunos ejemplos de debates célebres para un artículo, venía a mi mente la imagen de Santo enfundado en su prístina máscara de lucha libre y me di cuenta que había una gran cantidad de luchas científicas detrás de casi cualquier concepto capital en la historia de la ciencia”.

Para gozar la lucha libre “hay que vivirla directamente”, opina. “No estoy sugiriendo que uno deba subirse al ring a golpear el rostro contra la lona, pero sí que es necesario estar cerca del ring para entender la pasión que despierta la lucha libre”. Como con la ciencia.

La lucha libre es muy sencilla, explica: “hay que conseguir poner al rival con la espalda totalmente sobre el piso del ring hasta que el juez cuente hasta tres. Se dirá entonces que hemos ganado una caída; el objetivo es ganar dos de tres caídas. Para lograrlo se pueden utilizar las piernas y los brazos, sin golpear directamente en el rostro con el puño, a diferencia del box, ni patear al estilo karate. Las luchas más importantes son aquellas donde se ponen en juego las máscaras (el que gane obtiene el derecho de arrancársela al otro, a la vista del público; el que la pierde no puede recuperarla, ni utilizar nunca más una igual). La lucha libre es una original mezcla de deporte y farándula, de melodrama y resistencia física, de dolor y exageración. Experiencia única donde se juega la honra, la pérdida del anonimato y del prestigio”. Como les pasa a muchos investigadores.

Puntos de contacto y de fuga.- Entre conexiones entre la ciencia y la lucha libre señala que básicamente son dos actividades humanas, que despiertan las más bajas y las más altas pasiones: “esos rituales que observamos entre los luchadores que disputan un campeonato no están tan alejados de algunos rituales de las comunidades científicas. Por ejemplo los premios Nobel: cada año, amparados en el mayor secretismo, los miembros de la Fundación eligen a los ganadores de tan preciada condecoración, quienes pasan inmediatamente a un nuevo estatus de celebridades. Pensemos que los protagonistas de la ciencia también son ídolos para grandes multitudes, que alaban su memoria: Galileo Galilei, Newton, Charles Darwin o Albert Einstein tienen su propios clubes de fanáticos fieles”.

Junto a esos rituales también encontramos otras coincidencias relacionadas con las indumentarias características de científicos y luchadores. Cuenta que hacia 1933 Antonio H. Martínez, hábil peletero mexicano, elaboró la primera máscara de lucha libre El Ciclón. Para eso tomó cerca de veinte medidas específicas del cráneo del luchador y elaboró una máscara dúctil, que se ajustaba mejor después de cada pelea. Con verdadera vocación científica realizó otros experimentos hasta perfeccionar su técnica, provocando indirectamente que las máscaras no solamente se convirtieran en uno de los elementos más distintivos de la lucha libre, sino también en el más preciado de los tesoros. Aunque los científicos no usan máscaras, sí los podemos ver con guardapolvos, como una herencia de la tradición popularizada por los médicos de mediados del siglo XIX.

A diferencia de los luchadores, los científicos no utilizan patadas voladoras ni aparatosas llaves como la Quebradora, la Wilson, el Tope Suicida, la Urracarrana, el Tope en Reversa o la De a Caballo sí cuentan con su propio repertorio de estrategias y armamentos para librar sus combates. “Pero todo se reduce a una sola máxima: la naturaleza tiene la palabra. De manera que deben aportar evidencias de sus argumentos comprobables por cualquier persona en cualquier parte del mundo, bajo las mismas condiciones”, indica.

Natalia López

natalial@rionegro.com.ar


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