Cine y ciencia ficción
Por Héctor Ciapuscio
Se estrena ahora con título «Yo, robot» una película que está alcanzando récords de público en Estados Unidos, como para ratificar que allí viven un momento propicio para toda 'fantaciencia'. Su director explicó el filme como «una indagación sobre el alma de los androides», una expresión que, podría sugerirse, le hubiera venido como anillo al dedo también a Michael Moore para explicar su reciente diatriba contra Bush y compañía del documental «Farhenheit 11/9». Se desarrolla en Chicago en un futuro año 2035, en que ya los robots se hallan integrados a la vida cotidiana ayudando a la gente en las tareas domésticas, sacando la basura, dirigiendo el tránsito y hasta funcionando alguno como director de orquesta. Trata de un robot que es visto como sospechoso de asesinato e investigado ardorosamente por un detective, hasta el momento culminante en que el androide incriminado, mostrando una especie de conciencia humana, declara: «Yo no fui».
La novela que sirve al argumento -titulada como la película «Yo, robot»- tiene más de medio siglo y demuestra la capacidad predictiva de Isaac Asimov, nacido en Rusia y autor prolífico durante medio siglo en Estados Unidos. Dueño de una sólida formación científica, unió a sus conocimientos fluencia narrativa e imaginación sin límites como para convertirse en un clásico de la ciencia-ficción y un ícono para los fanáticos del género. En la década de 1940 inició una serie de relatos con estos artefactos como personajes centrales. Tuvo, entre otros, un rasgo famoso de originalidad. Previendo la difusión de los humanoides y una peligrosa rebelión futura contra sus creadores humanos, propuso como exigencia de fábrica -quizá no con un gesto bíblico a lo Moisés, sino con uno de picardía- una serie de normas a incorporar como algoritmos en sus cerebros a modo de salvaguarda. Las llamó «Leyes de la Robótica» y son: 1) El robot no debe lastimar a un ser humano o, a través de su inacción, permitir que un ser humano sufra daño. 2) Un robot debe obedecer las órdenes que le den los humanos, excepto cuando tales órdenes podrían estar en contradicción con la primera ley. 3) Un robot debe proteger su propia existencia, en tanto tal protección no entre en conflicto con la primera o segunda ley.
¿Podrán tener conciencia?
Es histórico el gusto de los hombres por los autómatas. Mucho antes de la Era Cristiana, los fabricaron como ejercicio de ingenio técnico y para diversión en Alejandría. Herón, un personaje notable, hasta dejó un «Tratado de Autómatas» con dibujos de artefactos mecánicos capaces de remedar diversas acciones humanas. Ya en la Modernidad, hasta algunos filósofos y reyes se gozaron con ellos y hubo famosos constructores como el suizo Droz y el francés Vaucanson de cuyos logros algunos historiadores de la técnica (recordamos en esto un trabajo del venerable casi criollo Desiderio Papp) cuentan anécdotas pintorescas. Pero es en nuestro tiempo, cuando los avances tecnológicos lo permiten, que tanto la mecanización como la automatización y la robotización dan un salto.
En relación con la idea de máquinas que podrían llegar a pensar -insinuada más arriba en el «Yo no fui» del robot incriminado como asesino en la película- recordamos un cuadro cómico que apareció hace tiempo en una revista americana y que fue festejado en trabajos serios por sugestivo. El dibujo muestra una gran computadora, al lado de la cual se ven dos técnicos visiblemente excitados. Uno de ellos tiene en la mano la tira de papel que acaba de producir la máquina, mientras el otro mira el mensaje impreso en ella. Con letras de resalto dice: «Cogito, ergo sum», la clásica expresión de Descartes: «Pienso, luego existo». Recordamos también lo que trascendió de un seminario realizado hace dos años en la universidad Stanford sobre avances de la línea de investigación conocida como «Inteligencia Artificial» bajo el título «¿Reemplazarán los robots espirituales a la humanidad hacia el 2100?», en el que un científico entusiasta llegó a afirmar que «los futuros organismos tecnológicos representan una forma más alta de evolución y debemos por lo tanto estar orgullosos de promoverlos, aunque nos desplacen».
Y tenemos, por último, un relato reciente del filósofo, psicólogo y lingüista Daniel Dennett sobre el proyecto de largo plazo que ha emprendido un equipo que él integra en el MIT (Massachussets Institute of Technology), líder en investigaciones sobre inteligencia artificial, para el diseño y construcción de un robot consciente. El humanoide ha sido bautizado «Cog» y el propósito es lograr que vaya adquiriendo talentos cognitivos que lo habiliten para interactuar con seres humanos de una manera robusta y versátil en tiempo real, se cuide a sí mismo y «diga cosas a sus diseñadores sobre él mismo que serían de otra manera extremadamente difíciles si no imposibles de determinar por examen externo».
Pero sobre este engendro de robot futurístico se quiso transmitir tranquilidad. Preguntándole por anticipado al profesor Dennett si son posibles «en principio» robots conscientes, dice que en su opinión es improbable que alguien pueda alguna vez hacer un robot «consciente del modo como lo somos los seres humanos». Suponemos que esta comparación fue expresada sin ironía.
Se estrena ahora con título "Yo, robot" una película que está alcanzando récords de público en Estados Unidos, como para ratificar que allí viven un momento propicio para toda 'fantaciencia'. Su director explicó el filme como "una indagación sobre el alma de los androides", una expresión que, podría sugerirse, le hubiera venido como anillo al dedo también a Michael Moore para explicar su reciente diatriba contra Bush y compañía del documental "Farhenheit 11/9". Se desarrolla en Chicago en un futuro año 2035, en que ya los robots se hallan integrados a la vida cotidiana ayudando a la gente en las tareas domésticas, sacando la basura, dirigiendo el tránsito y hasta funcionando alguno como director de orquesta. Trata de un robot que es visto como sospechoso de asesinato e investigado ardorosamente por un detective, hasta el momento culminante en que el androide incriminado, mostrando una especie de conciencia humana, declara: "Yo no fui".
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