Cipolletti quedó «manchado» de rock and roll

La Mancha de Rolando ofreció un recital que hizo delirar a cientos de personas

Fue un aluvión de rock and roll. De ese rock emanado desde las guitarras, sentido desde la cabeza y vivido desde las raíces y el corazón. Porque ese quinteto que formó La Mancha de Rolando el sábado por la madrugada en el boliche cipoleño desencadenó un estado mental que horas antes no se preveía.

Y «La Mancha…» dispara con munición pesada. Sacude ese «cuerpo» gigante que desde el llano busca «fiesta», «bardo» y cualquier sinónimo que se le ocurra al respecto. Menea la cintura y se siente a gusto ante un público que no supera en promedio la mayoría de edad. Quizá ese sea una de las mayores virtudes de los «rolandos»: siempre son la pieza que le falta al rompecabeza. Siempre encajan a la perfección. Parece darles lo mismo tocar en una plaza abandonada de La Boca que en un coquetísimo boliche de barrio Norte -o de Cipolletti, como el instalado en la ruta 22, enfrentado al puesto caminero-. Y eso se siente. Los presentes lo huelen. Entonces no hay forma de no confiar en ellos, y subirse a un tren que viborea trepado a la densa silueta del rock barrial. Porque justamente son eso. O parecen serlo. Tipos de barrio, de paredones enchastrados de graffitis, calles empolvadas y riñas a la vuelta de la esquina.

El «negro» Manuel -voz y guitarra- es el anfitrión de esta velada que invita a los cientos de muchachines presentes a cantar los temas más conocidos de la banda de Avellaneda. Desde el fondo da la impresión de que el clima no se terminará de armar, que faltara calor y esencia en un lugar que ya para la segunda canción está poblado. Pero pecamos de apresurados, porque a los 20 minutos las estructuras comienzan a ser devoradas por una bocanada de fuego corporal que no se detiene con nada.Es que sobre el escenario están cinco incendiarios que vomitan una llamarada tras otra, que en algunos momentos pierden los estribos y da la sensación de que se ofrecerán a sus súbditos en cuerpo y alma. Sólo fallaron en un punto, y fue que entre canción y canción detuvieron la marcha más tiempo de lo que tendrían que haberlo hecho.

Ellos rompieron el formato y, a contramano de las bandas que dominan el hábitat del rock nacional, comenzaron el recital tocando el hit propio que más suena en estos momentos. Vino «Viaje» y luego el archiescuchado «Calavera», con el que la «máquina» se largó a funcionar temprano. Los «rolandos» tomaron la decisión acertada y arrancaron a todo furor. No había que dar respiros.

La cerveza y el fernet pasó de mano en mano, las niñas aceleraron el cocteleo de sus caderas y «Franchie» perdió su gestualidad en medio de una maraña de cabellos ensortijados que amenazan con enredarse entre las cinco cuerdas. Furiosos punteos rugieron anunciando el arribo de «Juego de locos», uno de los más cantados. A esa altura el «negro» Manuel es el líder de la banda, se inclina y se rinde a los pies de un público que le agradece con una ovación tras otra. Gente generosa los «rolandos». Gente que no se cansa de dar las gr acias. Gente que parece sincera. Ya son más de las 5.30 AM y los vapores etílicos le ganaron la pulseada a varios. Acordes conocidos, rasgueo violero potente y sentido, un cantante que tira al demonio su remera y todos, todos a bailar «Ese tren». El tren de Avellaneda que pasó por Cipolletti y se llevó a muchos.

Sebastián Busader


Fue un aluvión de rock and roll. De ese rock emanado desde las guitarras, sentido desde la cabeza y vivido desde las raíces y el corazón. Porque ese quinteto que formó La Mancha de Rolando el sábado por la madrugada en el boliche cipoleño desencadenó un estado mental que horas antes no se preveía.

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