Cirque du soleil: ningún adjetivo, todos

"Río Negro" presenció, en Buenos Aires, la primera función de la famosa compañía de Montreal,que vino a presentar su nuevo espectáculo, "Alegría". Imperdible.

Costanera sur. Entrando hacia el río, fuente que esculpió Lola Mora, giro a la izquierda y las luces de las carpas del circo. Avenida España 2230, para más datos. Noche de sábado lluvioso y frío en Buenos Aires, segunda, de las tantas que nos separan del 20 de julio, cuando la compañía levante sus bártulos para trasladarse a la siguiente posta en Brasil.

«Alegría». Producción del Cirque du Soleil estrenada hace catorce años y cuatro mil funciones que han visto más de diez millones de personas. Cincuenta y cinco artistas de diversas edades, sexo y nacionalidad: músicos, cantantes, payasos, acróbatas, contorsionistas cuyas habilidades desafían al espectador, no importa la calidad o cantidad de espectáculos que haya visto…

Una ceremonia construida de tal modo que baja las defensas que vamos levantando a medida que vivimos y nos descubre niños abriendo los brazos ante lo que es capaz de hacer el cuerpo humano, tapándonos la boca frente a una cabriola en el trapecio de altura, abriéndola con una O llena de admiración, riendo, aplaudiendo, ovacionado guiados por la emoción más pura. Una sensación de libertad y gozo que vuelven a florecer dentro nuestro para recargarnos de alegría. Eso es… Alegría. Para que todo ello y más ocurra, el Cirque trabaja con pasión, orden, equilibrio, sutileza, horas y horas de ensayos, concentración, conocimiento, respeto por la inteligencia y una mesura que no abundan en plaza.

En grupo, solidariamente. Cada uno de sus artistas sabe que sin el otro su razón de ser pierde sentido, sabe que necesita y depende del otro, que si no da no recibe, sabe que es una pieza de la maquinaria de la maravilla sin la cual no hay función posible.

Que es parte y todo, a la vez. Nada menos. Sabe que si cumple su faena con todos esos ingredientes, la nave va, viento en popa. Entonces, la comunicación con ese tercero de mil cabezas denominado público, se abre como un racimo de flores que perfuman la vida con aromas a belleza, reflexión, serenidad.

Cuando se piensa en un objetivo como éste, que une a tantos humanos a lo largo de dos horas y en todo el mundo en otras circunstancias, vivir suma esperanzas en el combate al temor, la violencia, la guerra que no cesan.

También construcciones de otros hombres; destrucciones, mejor.

Y el Circo del Sol, suena bien en la lengua que nos relaciona, no es un juego de luces, efectos y elementos superfluos, de excesos que estimulan y excitan de tal forma que sólo producen sensaciones. Antes bien, es una ofrenda de sencillez, vitalidad sin límites, precisión y amor. Mucho amor. Con cuerpos que se contorsionan hasta lo impensable, en medio de la plasticidad y la armonía; con habitantes de los comienzos del género en la Europa de las monarquías, un rey algo loco; niños del mar de la inocencia, personajes de ciencia ficción;

acróbatas que levitan o se descuelgan en picada al vacío y al tocar suelo, posan sus pies con delicadeza de ave; clowns -filósofos del absurdo- que resistiendo el paso del tiempo y las transformaciones sociales, siguen convidando alegría. Eso es… Alegría. Después de ver algo semejante, cierto es que la poesía no está únicamente en las palabras, también en el canto, los desplazamientos, el humor, el fuego, las piruetas en el aire, las miradas, la música. Antes de empezar a escribir, me propuse una crónica sin adjetivos, no porque no quepan o por impropios, sino porque no alcanzan a definir, a cuantificar tanta… Alegría. Eso es.

 

EDUARDO ROUILLET


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