«Cocó en París» cumple la profecía de Chanel

«El chic soy yo», se aventuraba a sentenciar Cocó Chanel. Pero Cocó decía tantas cosas. También dijo, sin que se le moviera un pelo, «Yo liberé a las mujeres del corsé», a sabiendas de que el verdadero creador del corsé era un desconocido, Paul Poiret.

Chanel no paraba de sentenciar. Su palabra era siempre un juicio sobre la realidad que conocía: la moda, ese Olimpo de los creadores de alta costura. Sus biógrafos coinciden en que su vocación por la palabra y la forma es una respuesta a un enorme vacío existencial que ella trató de ocultar con ferocidad.

Ya en la madurez muy pocas personas sabían qué había de cierto o de falso en un pasado que se insinuaba atroz. Aquí también está la clave a su soledad. La inventora del chic murió sola, sin un compañero o compañera junto a su cama.

El universo de Cocó Chanel no es fácil de concentrar en una biografía. Para figuras de su talla quedan esas enciclopédicas obras de autores obsesivos, como las que ya se han publicado, en estos últimos cinco años, de Pablo Picasso y Albert Camus. La idea de llevarla al teatro no deja de ser una acción de riesgo. A Cocó no le hubiera gustado. Tal vez el cine. Pero tampoco le hubieran parecido correctas las obras que la retratan, ni los análisis, las críticas especializadas o los comentarios acerca de sus logros. ¿Cómo representar a la mujer que reinventó a la mujer ?

«Cocó de París», de Daniel, Mañas se adentra en el mito. El resultado del texto es discutible. En principio, establecer un orden cronológico para una persona que insistía en tergiversar el pasado, ya significa una complicación.

Más que una historia de vida, Chanel es una pintura. Un concepto.

Todo lo que se puede saber formalmente de Chanel lo enuncia Esther Goris en el primer monólogo de la obra. El resto es un enorme pantallazo de una mente genial que compartió desayunos con Salvador Dalí, Pablo Picasso o Jean Cocteau. Postales de una época tormentosa y desaforada: la guerra, la voz de Edith Piaf, el cabaret, el amor, entre el caviar, el champagne y la sangre en las calles. Chanel consiguió que la mujer se moviera con más agilidad en una sociedad que le exigía reclusión. Le otorgó estilo y, por supuesto, sensualidad a su figura. Porque Chanel fue profundamente sensual. Que su soledad no nos engañe.

El sustento de «Cocó de París», es la encarnación que Goris hace de la mademoiselle.

Goris es una presencia erótica poderosa que va mucho más allá del semidesnudo exigido por la obra, apenas un detalle para los pocos varones codiciosos presentes que morían por ver la piel de la actriz. Su entrega es absoluta frente a una imagen capaz de quemar a cualquiera. Así de peligroso es el fantasma de Chanel.

Pero Goris lo invoca, lo cautiva. Baila, quiebra la cadera y fuma perfectamente, como seduciendo al cielo.

Goris se adueña del silencio, del gesto y de Chanel. Hacia el final podemos estar seguros: la profecía se ha cumplido. Cocó prometió volver, aun después de su entierro. Sentada en una escalinata, Cocó Chanel le habla a su padre ausente. Ruega para que no se vaya o que al menos vuelva con un vestido de comunión.

Las súplicas no fueron escuchadas, pero detonaron el mito. (C. A.)


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