Columna «En clave de Y»: Con humor, amor 10-01-04

Así dice un amigo, cuando llego buscando apoyo ante alguna afrenta de ésas tipo automovilista enojado y digo: ¿a vos te parece? ¿Cómo tengo que tomarlo? Con humor, amor, me frena, y no es mala receta.

A usted y a mí nos enseñaron que hay cinco sentidos, a los que agregaríamos el famoso sexto, una suerte de intuición monopolizada por las mujeres -sobre todo la santa madrecita- y característica de mi signo, a saber, Piscis. No es garantía de nada; se lo digo por experiencia; pero ayuda a veces. Bien: he aquí el séptimo sentido, a saber: el sentido del humor.

Hermano de la risa, hay que reconocer que con él las cosas toman una cierta perspectiva, no diré que siempre graciosa, pero sí que alivia la carga de tragedia con que tendemos a teñir todo. De hecho, no sólo ayuda en lo cotidiano. En las situaciones límites, es un arma formidable. Usted puede creerme o no, pero le aseguro que jamás en mi vida me reí tanto como en la cárcel, y no era la única: éramos la enorme mayoría. Y de qué se reían estas minas, dirá usted. De todo y de nada. El séptimo emergía en cualquier momento, y más de una celadora nos preguntaba de qué nos reíamos, porque, vamos, se supone que estábamos ahí para sufrir, ¿verdad? Había una cumpa litoraleña y marxista, de ésas que usaba la palabra «científico» hasta gastarla. Era obvio que mi peronismo no le merecía demasiado respeto, porque hay que reconocer, seremos muchas cosas pero no se me ocurriría caracterizarnos de científicos…. Bien, nuestra Rosa Luxemburgo nos tenía absolutamente prohibido cruzar los zapatos junto a la puerta, porque venía el Pombero. Eso no es muy científico, le decía yo, con cierta sorna, pero ella argumentaba: sí es científico porque es real, trae muy mala suerte. Vamos, dígame la verdad, ¿usted se arriesgaría a desafiar al Pombero estando ya rodeado de bastante mala suerte? Yo no. Pero el asunto, como gracioso, era gracioso. Nos reíamos mucho, no frente a ella, claro…pero nunca, nunca, cruzamos los zapatos.

En esa época me di cuenta que hay en nuestro país mucha gente con sentido del humor. Los cordobeses no hacen chistes; ellos hablan así, son un chiste caminando. En el litoral la magia, el baile y la risa son habituales, y así muchos lugares. Reconozcamos que en la zona somos bastante clones de los porteños, vaya a saber por qué, y los porteños más que sentido del humor tienen en el alma a sus primos carnales: la chicana y la ironía. Los muchachos tienen ese rictus duro, que es cualquier cosa menos una sonrisa. Humor sin amor. Gran parte de nuestro periodismo abreva en esta fuente de ácido. A veces, cuando pesco una radio de otro lugar, digamos, Córdoba, advierto que no les faltan problemas; en realidad, son los mismos que los nuestros. Es su manera de tomarlos lo que los hace atractivos y fascinantes; esa irradiación de energía que les da el séptimo sentido.

Los chistes son una gran cosa, el humor es bárbaro, pero es cierto que de sus parientes cercanos lo separa una delgada línea roja. Está ahí nomás de la discriminación, lo cual no quita que en susurros, medio mundo cuente chistes sobre judíos, y últimamente los de homosexuales están siendo cuestionados por la misma razón…aunque todo el mundo los diga. El asunto no es sencillo. Porque si discriminar es tratar a alguien de forma especialmente humillante, negar su lado gracioso, ignorarlo, ¿no es también discriminación? Con lo cual llegaríamos a la siguiente conclusión, absolutamente de mi cosecha: que el discriminado haga chistes sobre sí mismo. Cuestión difícil, porque ya lo decía Aristóteles: reírse de uno mismo es lo máximo en elevación espiritual. Y muy sano también, dice toda la sicología del mundo.

Suficiente. Vamos, no me discuta. Con humor, amor.

 

Beba Salto bebasalto@hotmail.com


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