Columna «En clave de Y»: Se viene el estallido 27-12-03

Nahuel y Jonathan se miraron, se tocaron. La manita rosada de una aleteó sobre la otra, morena y sucia. Por un mágico instante, fueron un puente de carne perfecto: bases firmes, tránsito en arco grácil.

Sólo un instante. La mamá de Nahuel se corrió: -vamos Nahuel, ya está en verde- dijo, explicando lo obvio a la nada. La mamá de Jonathan ni se dio cuenta: contaba las monedas del día. Pocas. Puta suerte.

Nahuel y Jonathan se miraron. El rubio mechón no alcanzó a tapar el cruce, un relámpago de azul y castaño. «Hola» dijo Jonathan. «Hola» casi susurró Nahuel. Su papá sumó la impaciencia ante el semáforo con otra aún más irritante. En un solo movimiento, los miró a ambos y sacó la moneda: Tomá pibe, ladró. Jonathan empezó a decir «gracias» cuando el tipo aceleró. Lo último que vio fue al rubiecito con el cogote torcido hacia él, y el tipo enojado diciéndole algo. No estaba mal. Le gustaba saludar a los pibes de guita, ¡cómo se ponían nerviosos!, y el viejo más nervioso todavía.

Nahuel y Jonathan se miraron. Los doce años de ambos estaban separados por el compact en la vereda, pleno centro, toda la gente… Ambos se agacharon. Nahuel sintió la oleada de ira y de impotencia crecer, abrumándolo. Con lo que le había costado sacarle la guita al viejo para la Bersuit y ese negro llega primero y me lo va a afanar, lavacoches de mierda. Ni hablar de pelear ni de correrlo; sabía que jamás se atrevería, y si tenía una navaja… La mano morena ya estaba sobre el compact, y casi hubo un puente, pero para abajo, un absurdo arco de ruleta rusa con un centro brillante. Nahuel se preparó a correr, claro que le iba a ganar y adiós rubio, se viene el estallido, se viene el estallido, perdiste. Vos te podés comprar otro. El arco absurdo tuvo reflejos de triunfo marrón y lágrimas azules.

Aunque… la música. Era la música, le gusta como a mí, le gusta mucho, descubrió Jonathan. Algo pasó y se le pasó. Su mano morena casi horizontalizó el arco, el tramo del compact cambió de color. «Gracias» apenas susurró Nahuel. Se dieron la espalda, uno a su auto, otro al ajeno. Ninguno entendía bien lo que habían hecho o deshecho, partes de una ingeniería antigua como el hombre. Vigas de piel y prejuicios.

Nahuel y Jonathan se miraron. Nahuel tomó la muñeca morena con su mano blanca, y estudió las pupilas rojas de alcohol con su mirada azul, y miró la pulsante sangre de la femoral llegando a su guardapolvo. «Tranquilo» susurró, sabiendo que todo era inútil, que ese pibe de su edad se le iba, que todo lo que podía hacer era sostenerlo. Otro más, casi lloró. Otro más. Uno lo sabe; después de todo soy de la primera camada, la que trata con la gente desde el primer año, pero ahora estoy solo. Solo con la puta muerte… feliz año nuevo.

Jonathan sintió que el dolor cedía, que se iba a algún lugar azul, lo único que veía sobre él. Quiso decirle doc, no podés hacer nada, ni te molestés… pero no le salió un sonido. Vida de mierda, le jadeó al azul cálido y al negro enorme que se le caía encima. Vida de mierda, se viene el estallido, se viene… no aguanto más tanta basura, si esto no es…

Y en el estallido que se venía, al final, el puente de sus ojos qu edó intacto, sostenido por sus cuerpos tensos de la misma y distinta angustia.

Y ya no hubo nada separándolos.

 

Beba Salto

bebasalto@hotmail.com


Nahuel y Jonathan se miraron, se tocaron. La manita rosada de una aleteó sobre la otra, morena y sucia. Por un mágico instante, fueron un puente de carne perfecto: bases firmes, tránsito en arco grácil.

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