Columna «En clave de Y»: Un güebito, ma 12-4-03

Desde sus escasos centímetros, la chiquitina demandaba a su mamá. Escena que por estos días, se reitera en cuanto híper, súper, quiosco o mercadito de cualquier lugar que habitemos. Sí, sí. Usted, por más que se haya sacado «poco sa» en ortografía, sabe que no se escribe así, yo también, pero la nena, el nene, usted y yo hace mucho, lo dijimos como ella lo dijo, y punto. Está avalada nada menos que por García Márquez, quien postula que la ortografía ha muerto, y no seré yo quien discuta con semejante monstruo del lenguaje. Como en Navidad, o el Día del Niño, o de la Madre, o tantos otros, en medio de la cruda realidad, irrumpe la propaganda y el huevito concreto, ahí en el centro de la escena, intentando crear un paréntesis mágico para que a pesar de la guerra -la lejana- y a pesar de nuestros diarios combates, sepamos y compremos, o hagamos, si nos da la habilidad, el preciado símbolo de la Pascua. El acontecimiento atraviesa nuestras creencias o la ausencia de ellas, porque los niños nos demandan tener su huevito de Pascua, aunque nadie les haya explicado que la fecha indica el triunfo de la vida sobre la muerte, o el fin del desierto y la llegada a la tierra prometida, que en realidad, es más o menos lo mismo. Es un hermoso símbolo, si usted lo piensa, porque un niño empezó siendo un huevo dentro de una mujer, de modo que en el fondo, el niño y el huevo se entienden, ¿me entiende? Una linda costumbre, mantenida en nuestra familia, y quizás en la suya, es poner en la mesa un huevo de Pascua relativamente grande -lo de relativo tiene que ver con cuánta plata cuenta usted para que el tamaño signifique que habrá un pedazo para cada uno-, poner todas las manos encima, las grandes y las pequeñas, expresar un deseo que tenga que ver con lo espiritual, claro, y presionar hasta que se rompa. Eso hace el huevo, la vida: se abre camino a pura presión. Es muy gratificante, créame. ¿En cuántos hogares habrá un güebito? La expresión de la ma que yo vi, y vi muchas, era de extrema preocupación. Los ojos de la nena estaban llenos de maravilla. Los ojos de la madre, de duda, de cuentas, de frustración: eso hace todos los días la propaganda, con los niños y con nosotros, refregarnos un producto que en muchos casos, no podremos comprar. Ojalá que en su casa pueda haber un huevo, grande o chico, eso se lo deseo de corazón. Pero lo que más deseo de corazón es que de a poco, como sea, todos los días, tratemos a nuestros huevitos caminantes, nuestros maravillosos niñitos, como lo que son: un delicado regalo, un cacho de vida que nos ha sido conferido, querramos o no, para ser tratados con amor. El niño que usted y yo tenemos cerca demanda eso; el niño que fuimos alguna vez, también. ¿Qué sentido tiene hacer una pausa para una ceremonia que simboliza la vida, si ese amor no está todos los días? Lo que demuestran las estadísticas, aquí y en muchas partes, es un alarmante aumento del maltrato infantil, un maltrato que no pocas veces llega a la muerte. Lo más probable es que usted tenga un caso cerca; que Dios lo ayude si usted es el responsable. Sabe, de esa siembra vendrá ¿ya vino? la cosecha de tempestades. Hay un episodio de la vida de Jesús -le digo a usted, occidental y cristiana criatura racional- que me impresiona profundamente. «A quien escandalizare a uno solo de mis niños, más le vale colgarse una piedra al cuello y tirarse al mar», dijo, y no deja de ser sorprendente que sea el único caso de aliento al suicidio en todo el Evangelio. Señal, digo yo, que consideraba a los pibes tan especiales entre los dones de la vida, que pateó todos los tableros de su propia doctrina. A esta altura de mi vida -años de psicología, años de cárcel (situación ésta la más parecida a la indefensión de un niño en manos de adultos todopoderosos), le digo que no hay nada, pero NADA, que justifique maltratar a un niño. Ni infancia infeliz, ni problemas económicos, ni stress. Nada. Así que: si hay güebito, bien. Y si hay afecto y contención, sin güebito, no será nada grave. Beba Salto bebasalto@hotmail.com


Desde sus escasos centímetros, la chiquitina demandaba a su mamá. Escena que por estos días, se reitera en cuanto híper, súper, quiosco o mercadito de cualquier lugar que habitemos. Sí, sí. Usted, por más que se haya sacado "poco sa" en ortografía, sabe que no se escribe así, yo también, pero la nena, el nene, usted y yo hace mucho, lo dijimos como ella lo dijo, y punto. Está avalada nada menos que por García Márquez, quien postula que la ortografía ha muerto, y no seré yo quien discuta con semejante monstruo del lenguaje. Como en Navidad, o el Día del Niño, o de la Madre, o tantos otros, en medio de la cruda realidad, irrumpe la propaganda y el huevito concreto, ahí en el centro de la escena, intentando crear un paréntesis mágico para que a pesar de la guerra -la lejana- y a pesar de nuestros diarios combates, sepamos y compremos, o hagamos, si nos da la habilidad, el preciado símbolo de la Pascua. El acontecimiento atraviesa nuestras creencias o la ausencia de ellas, porque los niños nos demandan tener su huevito de Pascua, aunque nadie les haya explicado que la fecha indica el triunfo de la vida sobre la muerte, o el fin del desierto y la llegada a la tierra prometida, que en realidad, es más o menos lo mismo. Es un hermoso símbolo, si usted lo piensa, porque un niño empezó siendo un huevo dentro de una mujer, de modo que en el fondo, el niño y el huevo se entienden, ¿me entiende? Una linda costumbre, mantenida en nuestra familia, y quizás en la suya, es poner en la mesa un huevo de Pascua relativamente grande -lo de relativo tiene que ver con cuánta plata cuenta usted para que el tamaño signifique que habrá un pedazo para cada uno-, poner todas las manos encima, las grandes y las pequeñas, expresar un deseo que tenga que ver con lo espiritual, claro, y presionar hasta que se rompa. Eso hace el huevo, la vida: se abre camino a pura presión. Es muy gratificante, créame. ¿En cuántos hogares habrá un güebito? La expresión de la ma que yo vi, y vi muchas, era de extrema preocupación. Los ojos de la nena estaban llenos de maravilla. Los ojos de la madre, de duda, de cuentas, de frustración: eso hace todos los días la propaganda, con los niños y con nosotros, refregarnos un producto que en muchos casos, no podremos comprar. Ojalá que en su casa pueda haber un huevo, grande o chico, eso se lo deseo de corazón. Pero lo que más deseo de corazón es que de a poco, como sea, todos los días, tratemos a nuestros huevitos caminantes, nuestros maravillosos niñitos, como lo que son: un delicado regalo, un cacho de vida que nos ha sido conferido, querramos o no, para ser tratados con amor. El niño que usted y yo tenemos cerca demanda eso; el niño que fuimos alguna vez, también. ¿Qué sentido tiene hacer una pausa para una ceremonia que simboliza la vida, si ese amor no está todos los días? Lo que demuestran las estadísticas, aquí y en muchas partes, es un alarmante aumento del maltrato infantil, un maltrato que no pocas veces llega a la muerte. Lo más probable es que usted tenga un caso cerca; que Dios lo ayude si usted es el responsable. Sabe, de esa siembra vendrá ¿ya vino? la cosecha de tempestades. Hay un episodio de la vida de Jesús -le digo a usted, occidental y cristiana criatura racional- que me impresiona profundamente. "A quien escandalizare a uno solo de mis niños, más le vale colgarse una piedra al cuello y tirarse al mar", dijo, y no deja de ser sorprendente que sea el único caso de aliento al suicidio en todo el Evangelio. Señal, digo yo, que consideraba a los pibes tan especiales entre los dones de la vida, que pateó todos los tableros de su propia doctrina. A esta altura de mi vida -años de psicología, años de cárcel (situación ésta la más parecida a la indefensión de un niño en manos de adultos todopoderosos), le digo que no hay nada, pero NADA, que justifique maltratar a un niño. Ni infancia infeliz, ni problemas económicos, ni stress. Nada. Así que: si hay güebito, bien. Y si hay afecto y contención, sin güebito, no será nada grave. Beba Salto bebasalto@hotmail.com

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