Columna La Hoguera: Razones, si las hay 15-01-04

La hoguera

Domingo, calor agobiante, verdes álamos que ni se inmutan, una gata que maúlla constantemente, el agua de la manguera que corre -ruego- incesantemente.

Una conocida revista trae, como título de tapa, una nota sobre «5 cosas por las que vale la pena vivir».

Me sorprendo, me intereso.

¿Por qué? ¿Por qué vale la pena levantarse cada día de la cama, sonreír, ir a trabajar, besar al ser querido o abrazar la soledad, leer este tipo de notas? ¿Por qué cinco razones? ¿Por qué no una sola o por qué nadie hace mea culpa e, imitando a gran filósofo, contesta humildemente: sólo sé que no sé nada? ¿Por qué responde una modelo junto a Woody Allen?

¿Por qué es domingo, por qué tanto sol y calentamiento de la capa de ozono? ¿Factor 30 ó 60? ¿Gaseosa fría, agua, mate, tereré o trago amargo?

¿Por qué vivo en el Alto Valle, donde nunca llueve? ¿Por qué nací en Buenos Aires? Perdón, ¿por qué nací?

Ojeo, leo, observo. Desde ya que intriga saber qué motiva a los seres.

A ver… Woody en su película «Manhattan» da varias razones -sumamente hedonistas e intelectuales- por las que ¡la pucha, que vale la pena estar vivo! Como el segundo movimiento de la Sinfonía Júpiter de Mozart, Marlon Brando y los cangrejos de un restaurante de la Gran Manzana. Hoy, el cineasta dice que lo primero de la lista serían sus hijos -que en esa época no tenía-.

Brillante cita de Oscar Wilde, para quien el pecado es la única justificación de la existencia.

Maitena no se desprende del personaje (¿o es un personaje?), con lo cual «ser flaca y comer rico» figuran en el «top five».

Otros: un gol, un domingo lluvioso, el solo de guitarra de Jimmy Page en «Since I've been loving you», los tallarines con pesto, los perros, gatos o canarios, el trabajo, la familia, el amor, una caricia y hasta el cine sin pochoclo, etc. etc. etc.

Sólo uno me sacude.

«Un inédito momento de no contradicción con uno mismo», contesta el sociólogo Horacio González haciendo saltar mi emoción de la reposera.

Porque, las «cosas por las que vale la pena» deberían apuntar directo al plexo, a la espiritualidad, a la humildad de reconocer que la mayoría de nosotros no tenemos ni la más remota idea de cuál es el «leit motiv» que nos hace día a día seguir trajinando.

En la cama o yendo de la cama al living, muchos nos cuestionamos ¿por qué? ¿Cómo es esto? ¿De qué se trata?

¿Debería seguir haciendo lo que hago día a día? ¿Si fuera este el último día? Pocos son los momentos en que encuentro algún sentido, ¿cuáles son? ¿Debería hacer esto o aquello más seguido? ¿Debería renunciar a la búsqueda de respuestas o sentidos para entregarme a la vorágine de mi existir?

Claro, desde ya la revista pretendía una nota bastante más optimista con merengue de cholulaje y profundidad. De hecho, mencionaba algo como «un llamado a la esperanza en tiempos de crisis».

Y, admito, a algunos nos dejó pensando en nuestras propias razones o zumbando preguntas.

Una copa de vino tinto, la lágrima que alcanzamos a secar en la mejilla ajena, los abrazos en los aeropuertos o terminales, el atardecer en las bardas, los libros de Cioran-Pessoa-Pizarnik-Bukowsky, la música (mucha), las frases inmortales como «es mi mejor coreografía» o «lo primero que me llamó la atención fue su irse poético», una mano tibia a la hora de la siesta, el pequeño instante en el que registramos que estamos vivos, las palabras que se escriben solas, lo indecible, la búsqueda infinita de razones; la desazón y la magia de no hallarlas nunca.

      

Nuria Docampo Feijóo

ndocampo@rionegro.com.ar


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