Columna «Mediomundo»: Ese extraño día 19-11-03

Podría ocurrir que un día te encuentres solo en tu cama respirando los últimos milímetros de nada. Aguardando un final que preveías meses atrás. Uno que, por otro lado, ni siquiera intuías en tus años de juventud cuando te subías a los árboles igual que un mono o imaginabas que la chica más linda del barrio podía ser tuya en una esquina. Cuando la muerte era una vil mentira. Como Dios. Como la vejez. Como el cansancio de existir.

Podría pasarte. Que de un segundo a otro tu cuerpo sea atravesado por una estrella fugaz. Que pierdas la conciencia y de pronto te encuentres muerto o completamente enamorado. Cualquiera de las dos circunstancias transformaría tu ser hasta el infinito. Podría ocurrir.

El mundo se ha vuelto un lugar menos cariñoso desde entonces. Cruel. Y no hay refugio para las almas más frágiles. Las que aún creen en la poesía. En las caricias. En los sueños. En los paisajes. No hay lugar para esa gente que mira el sol cayendo a puro vértigo e indica el cielo con un dedo.

No, nada de eso. La jungla pide animales carnívoros dispuestos a digerir rápidamente su carnada para pasar a la siguiente. Son animales muy particulares que están llevando a muchos otros a la extinción. Por regla general, aman la fama o algo que se le parezca, la fama del barrio, por ejemplo. El reconocimiento del otro por motivos que poco y nada tienen que ver con la inteligencia o la sensibilidad.

Estos tiranosaurios de la silicio conducen autos modernos no por el placer de conducir sino por el efecto que el reflejo de su máquina bañada en cera provoca en las pupilas de los demás. Estos hombres modernos se regocijan en suponer que son superiores por el sólo hecho de poseer. Adoran la piel Armani y están convencidos de que su piel es mejor que la piel natural de los que no compran en un free shop. Deliran por la marca no por la calidad. Se suponen, pues, eternos. Traspasarán los libros. Burlarán la fatalidad.

Apenas unas monedas le deben a Dios y menos que menos al azar. Y si por Dios entendemos la energía que nos hace cosquillas en la espalda mientras dormimos. Ese foco luminoso que, caprichosamente, a veces nos ilumina y a veces nos deja a oscuras, entonces no le deben nada a nadie y son producto de su propio esfuerzo.

Incluso a ellos podría pasarles. Que el oprobio y las siete plagas les terminen cayendo en una misma temporada. Porque sí. Porque estas cosas pasan. Porque vaya uno a saber si el cielo o el infierno existen y se toman revancha de los soberbios cuando estos no se lo esperan.

Probablemente por eso, porque nadie está seguro en el fondo de lo que le ocurrirá al final del camino es que hasta los dinosaurios más tecnologizados y salvajes de la tierra, se encargan de tejer redes y de encender cierto afecto en quienes los rodean. Mal que mal tratan de hacer algún amigo, tienen hijos, esposa, camaradas de domingo por la tarde.

No saben los muchachos duros de la cuadra -ni nosotros los menos dotados para sobrevivir en taparrabos- cual será la última línea de su novela. En su caso, telenovela. ¿Tendrá un cierre griego? ¿Estará condimentado con aroma a Channel? ¿Habrá veneno en ese plato de higos que se llevarán a la boca? La duda debería carcomer el seso del más virtuoso.

Ya al borde de la inconsciencia y con un respirador junto a tu lecho, mejor te vendría tener amor cerca. A él, a vos, a mi. Amor, amor del bueno. Un par de secuaces de la vida que te lloren y te rían cuando intentes rematar con un chiste un pinchazo del cuerpo.

Que bien, que cool sería que una mano hermana, un compañero incondicional te agarre con la dulce ilusión de jamás soltarte y disputarle tu alma al mismísimo Satanás.

Ese día podría llegar. Entonces querrás que te amen más que nunca. No desearás morir como si no hubieras vivido intensamente. Banal y sin gracia.

Ese extraño día podría ser el tuyo. El nuestro.

Claudio Andrade candrade@rionegro.com.ar


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