24 de noviembre de 2018

El 24 de noviembre de 2018 será recordado por los memoriosos del deporte como un día extraordinario. Aquel que marcó el corolario del sistema de ida y vuelta para la final de la Copa Libertadores de América y el que por primera vez, tras 58 ediciones, tuvo en su definición a los dos principales equipos del fútbol argentino.

Es posible que este tipo de efemérides sea propio de exploradores curiosos que navegan aguas poco transitadas. Raras avis o no, cada vez son más quienes organizan sus recuerdos en razón de ciertas fechas puntuales.

Quizás en el impacto que generan ciertas noticias se graben para siempre como iconos el día, mes y año en que sucedieron. El 20 de julio de 1969 guardó en las retinas del mundo la llegada del hombre a la luna, el 11 de septiembre de 2001 el atentado a las torres gemelas y en lo que atañe a los argentinos el 13 de marzo de 2013, la designación como papa de Jorge Bergoglio.

Circunstancias inimaginables, que han dejado huellas indelebles para siempre en los calendarios.

En el deporte vernáculo sucede algo similar. Así aparecen hitos como el de las dos copas mundiales de fútbol ganadas el 25 de junio de 1978 y el 29 de junio de 1986, las medallas de oro obtenidas en Atenas tanto en básquet como en fútbol el 28 de agosto de 2004 o la tan añorada Copa Davis, el 27 de noviembre de 2016.

Pues bien, el 24 de noviembre de 2018 será erigido dentro de este selecto manojo de hechos recordables por su extremada peculiaridad. Si partimos de la base de que arrancaron la Libertadores 47 equipos de 10 países americanos, fácil es colegir la enorme improbabilidad que suponía un enfrentamiento entre Boca y River en la final.

La señal televisiva ya ha sido vendida a una gran cantidad de cadenas de todo el mundo, que están tan interesadas en la reacción de los hinchas como en el propio juego.

La parálisis monotemática que ha generado esta definición y la enorme expectativa por el resultado habla mucho de los argentinos. De sus humores y temores y de cómo el fútbol sigue siendo un factor aglutinante como pocos.

Un denominador común que se sobrepone a los tiempos y tiende un puente comunicacional entre abuelos, padres y nietos. Es que en ese intangible, aún hoy, radica el enorme poder del fútbol.

El fútbol tiene una densidad emotiva que no sabe de caducidades, ni de revolución tecnológica, ni de crisis. Aún a sabiendas del comercio que se teje en su derredor, sigue conservando rasgos inusuales de pureza.

No en vano alguna vez Eduardo Sacheri escribió: “Acabo de entender que el fútbol no es más ni menos que eso. Eso que me dio mi viejo y que yo le pasó a mi hijo. Ese amor gratuito, esa esperanza desbocada. Ese dolor, esa rabia, esa fe rotunda en que alguna vez habrá revancha”.

En pocas expresiones se revela un respeto por la historia de quienes nos precedieron y de la identidad familiar como en el fútbol.

La frase tan argentina de la película “El secreto de sus ojos”, “El tipo puede cambiar de todo, de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios, pero hay una cosa que no puede cambiar: no puede cambiar de pasión”, habla a las claras de dicho fenómeno.

Luego del empate 2-2 en La Bombonera se han escrito ríos de tinta sobre el partido de vuelta. Como en el cierre de una gran novela, un desenlace abierto aguarda expectante.

Quizás el equipo que en la final sepa trabajar mejor el presente, sin dejarse apabullar por el pasado y el futuro, sea quien se alce con el título.

Como una rueda sin fin, el 24 de noviembre de 2018 les será recordado a las próximas generaciones del equipo vencedor.

La alegría será inconmensurable, sólo para uno de los dos, que dará rienda suelta a su júbilo a lo largo y ancho del país.

Para el que le toque perder será una enorme desilusión, que aún en la desgracia, y a no dudarlo, encontrará a sus hinchas, por esas cosas del fútbol, más unidos que nunca.

*Abogado y profesor nacional de Educación Física

No en vano alguna vez Eduardo Sacheri escribió: “Acabo de entender que el fútbol no es más ni menos que eso. Eso que me dio mi viejo y que yo le paso a mi hijo. Ese amor gratuito, esa esperanza desbocada. Ese dolor, esa rabia, esa fe rotunda en que alguna vez habrá revancha”.

Datos

No en vano alguna vez Eduardo Sacheri escribió: “Acabo de entender que el fútbol no es más ni menos que eso. Eso que me dio mi viejo y que yo le paso a mi hijo. Ese amor gratuito, esa esperanza desbocada. Ese dolor, esa rabia, esa fe rotunda en que alguna vez habrá revancha”.

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