¿Anónimos?

Redacción

Por Redacción

No tengo nada para esconder. Simplemente no quiero que veas nada de mí”. Con esa tajante afirmación que la mujer sospechada le dirige al policía investigador termina la película de reciente estreno, titulada “Anon”.

Su trama muestra un mundo en el cual el anonimato es una utopía, puesto que allí cada persona es una permanente fuente de información.

Para los ojos habilitados de los agentes estatales que ejercen el control social no hay zonas ignotas ni misterios.

La investigación criminal no depende ya de la eficacia de los policías y fiscales sino de unos sofisticados algoritmos incrustados en los ojos de cada uno de los ciudadanos.

Ellos graban y arrojan datos precisos a los cuales recurrir para reconstruir cualquier secuencia de lo ocurrido. Pero algo sucede cuando la mujer sospechada expresa un deseo proscripto.

Ella quiere ser libre de cualquier proceso de decodificación institucionalizado. Allí, pronto entiende el espectador, radica el motivo por el cual es perseguida.

La película pone en crisis a la posibilidad de rehusar, si es que la hubiere, a formar parte de un intrincado volumen de información disponible en forma de big data, macro data e inteligencia de datos a gran escala.

Anon subraya la tendencia hacia un panóptico digital por la cual transita el mundo contemporáneo. Al menos, cuando del control de los comportamientos de potenciales clientes, electores e infractores se trata.

Un mundo cuya deriva, a modo de orden cohesivo imaginado, sacraliza la obtención de datos y su procesamiento sistemático: ¿hay espacio allí para quienes no desean que sus coordenadas personales sean mercancía corporativa sometida a las infranqueables leyes de la oferta y la demanda?

Según el historiador Yuval Harari, el “dataísmo” declara que el universo consiste en flujos de datos y que el valor de cualquier fenómeno o entidad está determinado por su contribución al procesamiento de aquéllos.

El dataísmo, en ese sentido, inaugura una nueva era en donde los datos se usan para detectar, provocar y condicionar comportamientos en ámbitos que van desde el ocio al comercio y desde el aprendizaje a la medicina.

El filósofo surcoreano Byung Chul Han lo ilustra con claridad al sostener que la empresa de datos Acxiom comercializa información personal de unos 300 millones de ciudadanos estadounidenses. A punto tal de saber de todos ellos más que el propio FBI.

De acuerdo a la clasificación que les brinda el sistema, quienes poseen un escaso valor económico son denominados “waste” –basura–. Por el contrario, los consumidores con un valor de mercado superior se encuentran dentro de un selecto grupo de escogidos.

De ese modo, afirma, el big data da lugar a una sociedad de clases digitalmente estructurada.

La joven sospechosa de la película Anon, pese a ser perseguida en cuanto tal, no es una criminal. Ella tan solo expresa su deseo de huir de un mundo que no deja lugar alguno a la intimidad, y mucho menos aún, a la libertad individual.

El oficial de policía que la persigue, aunque enamorado, resulta incapaz de entenderla.

*Doctor en Derecho y profesor titular de la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN)


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