Como en 1860-1930 y 1945-2015
¿estamos preparados para la transición?

No es numerología, ni asociar grandes ciclos económicos, sociohistóricos y políticos con manchas solares, señalar que dos períodos tan significativos con 70 años de duración cada uno presentan desafíos para los próximos 15 a 30 años. Sin pretender hacer transposiciones simples a fenómenos complejos, el aislacionismo comercial de las potencias contribuyó sin duda a marcar lo que en Argentina se denominó la “República imposible” o “Década infame”. Fenómeno asociado, para algunos, a una “restauración neoconservadora”.

Ciertamente muy pocos reivindicarán aquellos tiempos como positivos y muchos seguramente vincularán esa gran transición con la posterior emergencia del peronismo. De allí en más los debates acerca del destino de la Argentina con y sin peronismo permanecen vivos. Tan vivos que el grueso de nuestras preocupaciones pasa por creer que el problema radica en quien ejercerá la presidencia. Es como si estuviésemos presos en una suerte de eterno retorno, tal como en lo mítico.

Sabemos que el mundo ha comenzado una nueva y poderosa transición. Una sociedad que pretenda sobrevivir debería cuestionarse seriamente si está o no preparándose para un futuro en parte ya diseñado en varios aspectos.

Pongamos por caso el ámbito científico y tecnológico. Los vehículos sin choferes –que hasta pocos años atrás eran casi un tema de ciencia ficción– pasarán a ocupar un lugar importante en el mundo. Sabemos que ello se vincula con los automóviles eléctricos, la electrónica y las telecomunicaciones. Sabemos también que el futuro del automóvil eléctrico depende en gran medida de la posibilidad de almacenar mayores cantidades de energía por unidad de volumen, que están en marcha distintas iniciativas para prolongar la vida de las baterías y que distintas alternativas implican el uso de cobalto, litio u otros materiales. Sabemos también que del futuro de estas tecnologías dependerá la futura demanda de petróleo.

¿En la Argentina hay muchos científicos y tecnólogos trabajando en estas líneas? En los escenarios de demanda de petróleo y gas que supuestamente vamos a exportar en grandes cantidades a partir de Vaca Muerta, ¿se considera este escenario y su potencial impacto devastador sobre los precios futuros?

Continuamos pensando en que somos ricos porque tenemos recursos naturales. Es sólo una muestra de nuestro deterioro cultural. Uno que se vincula con valores, distorsión de valores, deconstrucciones y reconstrucciones mal concebidas. Debemos reconocer que nuestro tejido social está deteriorado y no sólo en las clases más desfavorecidas. La crisis de valores se refleja en la pobreza de nuestros debates y los que le ofrecemos a la juventud. En la distorsión de las nociones del derecho a y en las resistencias al deber de. En confundir el respeto por las normas con obediencias ciegas, sin ponderar el daño que ocasiona el vaciamiento de la misión de todas las instituciones tanto privadas como públicas.

No es necesaria una restauración conservadora, ni tampoco una revolución sangrienta. Sí lo es acelerar el debate acerca del modelo de país posible frente a un mundo que ha fijado ciertos rumbos cognoscibles.

Acelerar el debate acerca de las consecuencias de nuestras acciones y decisiones. Construir sociedad y cuidar lo común no se inocula de la noche a la mañana. Pero lejos de ser una utopía es la necesidad más imperiosa según un futuro que, si bien no se puede adivinar, al menos se deja entrever. Como invitando a no repetir de modo necio errores del pasado.

*Economista. Vicerrector de la Sede Andina de la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN)


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