Definiciones políticas de Francisco en su gira reciente

La reciente gira papal por Chile y Perú resultó, como era previsible, una de las más difíciles e incómodas para Francisco. Particularmente a lo largo de la compleja primera etapa chilena, en la que debió enfrentar –con suerte variada– acusaciones vinculadas con la atroz pedofilia que con demasiada frecuencia pareciera infectar trágicamente a demasiados ministros de la Iglesia católica.

Pero hubo una definición papal a la vez precisa e inquietante que creo merece la pena meditar, aunque sea brevemente: “Se estaba buscando –dijo el papa– un camino hacia la patria grande y de golpe cruzamos hacia un capitalismo inhumano que hace daño a la gente”. Ella, sumada a la también esperada frialdad expresada frente al presidente electo de Chile, Sebastián Piñera, a quien el Pontífice negó una reunión en Chile, implica, quiérase o no, una toma de posición. Polémica, por lo demás.

Que ciertamente no es novedosa respecto de un papa que en su momento simpatizara políticamente con Guardia de Hierro, una agrupación peronista de larga trayectoria, con algunos perfiles de corte nacionalista.

La frase aludida, pronunciada por el Santo Padre en Chile, el país de América Latina que claramente más pobreza ha destruido a lo largo de las últimas tres décadas, aferrado a un modelo esencialmente capitalista que lo ha transformado en el más moderno de la región, causó un natural escozor. Porque, como se ha dicho, ella esconde una repentina –y no imprevista– “confesión” ideológica.

Esa frase y sus modismos hicieron recordar a muchos, casi automáticamente, la auténtica “cara de piedra” que el papa Francisco adopta cuando se le acerca Mauricio Macri, el presidente de su propia patria, a la que Francisco aún no ha visitado. Quizás para, precisamente, evitar las controversias que, sobre este mismo tema y sus contornos, su presencia en la Argentina podría, de pronto, desatar.

Por todo esto, su viaje y visita a la Argentina parecen cada vez más lejanos, desgraciadamente. Por razones de prudencia, esencialmente. Ocurre que una cosa es el papa y otra el ciudadano argentino que hoy es el circunstancial jefe de la Iglesia.

Pero no todo es lineal, cuando de analizar actitudes se trata. El papa Francisco no incluyó ni a Horacio Cartes, ni a Pedro Pablo Kuczynski –los presidentes de Paraguay y Perú, respectivamente– en el lote de los “desairados”, pese a que ambos son ciertamente liberales y empresarios exitosos. Por esto hay quienes señalan la existencia de una contradicción de gestos y actitudes en el andar reciente del sucesor de San Pedro.

A lo que cabe agregar que tanto Sebastián Piñera como Mauricio Macri han sido electos jefes de Estado a través de las urnas, en comicios que, en ambos casos, fueron absolutamente libres y totalmente transparentes. Ni su legitimidad, ni su representatividad están cuestionados.

A diferencia de lo que, en cambio, ocurre con Nicolás Maduro y Raúl Castro, sobre los que el papa mantiene una actitud más bien silenciosa aunque algo condescendiente, lo que no necesariamente es complaciente, pero tampoco condenatoria. Pese a que en esos dos países –marxistas y no capitalistas– no se respetan los derechos humanos, ni las libertades civiles y políticas de los gobernados, las críticas desde Roma no son lo contundentes que debieran ser.

De allí la perplejidad de muchos ante tomas de posiciones que se adoptan dentro de un mensaje general que naturalmente se complementa no sólo con otros dichos y afirmaciones, sino también con silencios que a veces son, desgraciadamente, casi más sugestivos e impactantes que las palabras.

*Exembajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas


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