¿Dios ha muerto?

Hace 150 años Nietzsche dijo una de las frases más conocidas (y menos comprendidas): “Dios ha muerto”. Hubo dos guerras mundiales, el hombre llegó a la Luna, se inventaron la radio, la TV e internet. El mundo es muy distinto al del siglo XIX, pero sin embargo sigue habiendo creyentes. ¿Qué tipo de religiosidad existe hoy?

Es difícil responder esa pregunta. Y es difícil, en primer lugar, porque usamos palabras comunes pero no les damos sentidos comunes (es decir, que todos compartamos). Para muchos “religión” significa no sólo una creencia establecida sino en una institución determinada. Para muchos otros es una forma de espiritualidad flotante, que puede incluso mezclar creencias y prácticas que otros ven como contradictorias. Para no pocos, la religión es un diálogo íntimo con algún tipo de divinidad o espíritu. Y hay muchas otras formas de ver este fenómeno.

Hace una década Fortunato Mallimaci y su equipo de investigadores realizó una encuesta sobre las creencias religiosas en la Argentina que sigue siendo la base más confiable para referirse al tema. Pero incluso allí se comprueba que las definiciones religiosas tajantes no tienen un valor absoluto. Muchos de los que se definen como católicos creen también en espíritus o en los nuevos dogmas de la New Age y concurren a curanderos.

Para los creyentes no hay límites. Toda mezcla es posible. Podemos encuestar cómo se define una persona (más aún si se le ofrece un rango limitado de opciones), pero es mucho más complicado acceder a datos incuestionables cuando hay que medir cómo actúa esa gente (más allá de cómo se definan).

Veamos algunos datos. En la encuesta señalada, el 76% de los consultados se declara católico. Hay un 11% que se dice indiferente a toda religión y un 9% que se llama evangélico. Entre los católicos, la mayoría declara que no es practicante (sólo el 23% suele concurrir a misa y participar del culto oficial, mientras que más del 70% dice tener una relación personal con su dios, generalmente a través de la oración). Lo contrario sucede con los evangélicos: más del 60% de los creyentes de todo tipo que dicen participar habitualmente de ceremonias religiosas son evangélicos (que –no olvidemos– son menos del 10% del total).

En las provincias del norte la religiosidad abrumadoramente dominante es la católica (el 92% de las personas dicen serlo), mientras que la presencia evangélica es fuerte en la Patagonia (el 22% se declara evangélico allí, contra un promedio nacional del 9%).

Que una religión sea más masiva en un lugar que en otro hace que la misma religión se viva de manera diferente en cada lugar. En las provincias en las que el catolicismo es masivo (como en Salta o La Rioja) la concurrencia a la iglesia y la observancia del culto son mucho mayores que en la ciudad de Buenos Aires, donde está la mayor proporción de gente que no se interesa por las religiones (un 25% en la capital, contra un 17% del promedio nacional). Eso hace que los católicos porteños vayan, en promedio, menos a la iglesia (y que su concurrencia coincida casi exclusivamente con celebraciones familiares o sociales –bautismos y bodas–).

En los creyentes conviven el sincretismo, las creencias mezcladas y las creencias antidogmáticas (aunque respetuosas de algunos principios básicos de las religiones establecidas). A su vez, todo eso convive con el escepticismo en algunos temas (dudar de la virginidad de María, por ejemplo) y la oposición en otras cuestiones (por ejemplo, muchos católicos están a favor del divorcio o de legalizar los abortos).

Por otro lado (y quizá este sea el punto nuevo a pensar), muchas prácticas no vistas como religiosas han ido ganando un componente religioso en los últimos dos siglos. Por ejemplo, las militancias políticas y las sociales.

Mucho antes de que George Orwell viera en el comunismo (y en los totalitarismos de derecha, como el fascismo y el nazismo) una religión completamente equivalente a los monoteísmos establecidos (como el cristianismo, el judaísmo o la fe musulmana), ya Cyril Connolly hablaba del comunismo soviético como “un extremado cristianismo con músculos, que mezcla la misma terca fe del creyente con la ceguera en la acción, propia del fanático”.

Si se hace un mínimo relevamiento en las redes sociales de lo que manifiestan las personas que son líderes de las “buenas causas” (a favor de la legalización del aborto o “para defender las dos vidas”, del feminismo radical a los militantes trans, etc.) se verá, quizá con sorpresa, que muy pocos (o ninguna de esas personas que militan por algo que creen justo y necesario) pueden escapar a la calificación de Connolly: “Un extremado cristianismo con músculos, que mezcla la misma terca fe del creyente con la ceguera en la acción, propia del fanático”.

Dios ha muerto. Quizá. Pero la fe vive hasta en los que se creen no creyentes.

Muchos católicos creen también en espíritus, curanderos o los dogmas New Age. Y entre los no religiosos hay militancias políticas y sociales que tienen componentes religiosos.

Daniel Molina

Datos

Muchos católicos creen también en espíritus, curanderos o los dogmas New Age. Y entre los no religiosos hay militancias políticas y sociales que tienen componentes religiosos.

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