Dos agendas de final insospechado

Panorama nacional

La Argentina está atenazada por dos agendas –la judicial y la económica– de final insospechado. No parece haber ningún factor de control real sobre sus derivaciones y consecuencias. Una sociedad acostumbrada durante una larga década, la deseara o no, a una férrea intervención del poder político sobre los asuntos públicos, asiste hoy a una especie de extraño caos, a una rara desorganización. Se demostró correcta la hipótesis temprana de algunos kirchneristas acerca de que Mauricio Macri ha venido a desordenarles la vida a los argentinos. Acaso termine siendo el principal legado de su gestión. Tal vez el cambio era esto.

Lo que está en cuestión en estos dos procesos es si al cabo la Argentina saldrá de ellos siendo un mejor país. Todavía hay un largo y angustioso camino por atravesar y el resultado sólo se conocerá en el largo plazo. Los antecedentes obligan a la prudencia, cuando no a un seco escepticismo.

La senadora Cristina Kirchner debió someterse esta semana a que la Justicia allane sus tres domicilios conocidos, en Buenos Aires, Río Gallegos y El Calafate, en el marco de la causa por la adjudicación de la obra pública. Hay un dato poco atendido de la decisión del Senado la noche del miércoles de autorizar los procedimientos: aunque denunció que era víctima de una conspiración regional y acusó al juez Claudio Bonadio de “títere” de una mano imprecisa, la expresidente tuvo que acompañar con su propio voto y el de su bloque lo que ya era una decisión inexorable de la Cámara. Pareció obedecer a un tipo de presión hasta ahora desconocida para ella.

Cristina Kirchner hizo un segundo reconocimiento en aquella sesión del Senado. Sus esfuerzos en favor de un nuevo alineamiento del peronismo se han revelado vanos ante la dimensión del escándalo de los cuadernos. La senadora buscaba descalificar a Miguel Pichetto cuando advirtió que, aun si la partiera un rayo, hay dirigentes que jamás llegarían a la presidencia por el voto popular. Pero esa admonición era extensiva a cualquier otro candidato del peronismo.

Los operativos en Buenos Aires y Santa Cruz –en el barrio de Recoleta se les imprimió una espectacularidad innecesaria y burda– coincidieron con una ampliación de la declaración indagatoria de José López, el hombre del convento de las monjas orantes y penitentes, a quien se confió la administración de la obra pública durante los gobiernos Kirchner. Tras permanecer dos años en silencio, López se convirtió en el funcionario de mayor jerarquía del kirchnerismo en ser declarado imputado colaborador. Se cuentan por decenas los arrepentidos en la causa de las coimas. Pero ninguno como López conoce la maquinaria montada por Kirchner para la adjudicación de los contratos, sus subsidiariedades y delegaciones en provincias y municipios. La declaración de López aún permanece sellada: las versiones en tribunales indican que su relato fue definitivo. El azar quiso que fuera ingeniero.

El presidente no ha podido recoger ninguno de esos frutos. No sólo por las implicaciones de las empresas familiares en varios de los capítulos de una saga múltiple (se investigan empresas que fueron gestionadas el grupo Macri en expedientes sobre la brasileña Odebrecht). Como dijo en Tucumán, el escándalo profundizará la recesión: ha puesto una lápida sobre los contratos de asociación público-privada con la que Macri apostaba a mantener viva la obra pública con financiamiento privado, una herramienta que le habilitó el Congreso en la primera etapa de gestión, en medio del ajuste. Las puertas de los bancos se han cerrado para las empresas involucradas en los sobornos. A esas firmas podría caberles además la ley de Responsabilidad Penal Empresarial, reclamada por la OCDE y en la que tanto empeño puso para su aprobación parlamentaria. Es alto el precio del país al que aspiraba Macri.

La Uocra estima que caerán 50.000 empleos hasta finales de año si el gobierno incumple su compromiso de mantener al menos la obra pública en ejecución. En el horizonte sólo hay conflicto.

Una sociedad acostumbrada, lo deseara o no, a una férrea intervención del poder político sobre los asuntos públicos, asiste a una especie de rara desorganización.

Todavía hay un largo y angustioso camino por atravesar y el resultado sólo se conocerá en el largo plazo. Los antecedentes obligan a la prudencia, cuando no al escepticismo.

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Una sociedad acostumbrada, lo deseara o no, a una férrea intervención del poder político sobre los asuntos públicos, asiste a una especie de rara desorganización.
Todavía hay un largo y angustioso camino por atravesar y el resultado sólo se conocerá en el largo plazo. Los antecedentes obligan a la prudencia, cuando no al escepticismo.

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