El día que nació la juventud

Hasta hace 50 años los jóvenes eran invisibles. No es que no tuvieran existencia física: no tenían existencia cultural. Todo lo determinaban los adultos. Incluso la forma en que un joven se vestía o la música que se difundía por la radio. El Mayo Francés de 1968 fue justamente la partida de nacimiento de la juventud en tanto movimiento cultural.

Si bien los jóvenes habían comenzado a tener un incipiente protagonismo social desde el fin de la Primera Guerra Mundial, en la vida cotidiana los jóvenes no se veían: se vestían igual que los mayores, seguían las normas que creaban sus padres y se sometían a las reglas que imponían los adultos. La aparición en los 50 de los beatniks en Nueva York y los existencialistas en París anunció que algo nuevo estaba pasando.

Esa efervescencia de los 50 (que cristalizó en la primera ola del rock, con Elvis Presley) no tuvo la potencia suficiente para patear el tablero. Pero poco después, en los 60, surgió un anárquico movimiento estudiantil que iba a llevar la rebeldía a otro plano. Ese movimiento estaba en todas partes: desde Londres a Berkeley, pasando por Córdoba, Río de Janeiro, Bogotá o Berlín. Dos de las levaduras que ayudaron a fermentar ese movimiento generacional fueron la música pop (los Beatles en 1968 viajan a la India y logran que Occidente, por primera vez en siglos, mire a Oriente) y la búsqueda de una vida por fuera de las instituciones burguesas (sin adscribir necesariamente a una ideología socialista).

Los que intentaron pensar el Mayo Francés en medio del torbellino de 1968 lo describieron como una erupción de lo subterráneo que había sido imposible de prever. Pero hoy podemos ver que fue el punto culminante de una década revolucionaria en lo cultural que en todas partes estaba transformando las formas de vivir y de pensar. Lo inaudito fue el actor que apareció en las calles de París en 1968: los más jóvenes. Muchos de ellos eran adolescentes, menores de 20.

El Mayo Francés fue imprevisto, pero era parte de una ola que barría el planeta. En 1967 en Washington hubo una marcha contra la guerra de Vietnam que reunió a 300.000 jóvenes. Ese mismo año, en Checoslovaquia los jóvenes desafiaron en las calles el poder del Partido Comunista durante meses, en lo que se conoció como la Primavera de Praga. En todas partes había masivas protestas estudiantiles.

Otro de los elementos nuevos: la rebeldía no tenía un programa político unificado. Ni siquiera tenía un programa: era más bien un juego (en el sentido que Michael Foucault le dio a esa palabra: la invención de una serie de posibilidades futuras que no se ajustaran a un programa cerrado). Las protestas de los estudiantes incluso eran contradictorias si se las miraba desde el prisma de la Guerra Fría. En Buenos Aires se oponían al imperialismo norteamericano y en Praga, al soviético.

El Mayo Francés comenzó el 10 de mayo de 1968 (con las primeras barricadas en París) y terminó justo un mes más tarde con la muerte de un joven estudiante de origen obrero a manos de las fuerzas policiales. Fueron 30 días que conmovieron al mundo. Luego de ese mayo todo pareció (falsamente) volver a la normalidad.

Como se ve en el filme “La Chinoise”, de Godard, pasado mayo del 68 los jóvenes volvieron a las aulas y el sistema capitalista siguió funcionando. Pero el mundo ya no fue el mismo. Muchas de las consignas que parecían meros divertimentos adolescentes impulsaron desde entonces todos los movimientos por los nuevos derechos.

El torbellino de París trastocó todo. Allí comenzó la vida moderna. “La imaginación al poder” fue un deseo excesivo, pero de ese sueño surgieron movimientos que plantearon objetivos y soluciones nuevas: desde la lucha por los derechos de los gays al feminismo, desde un nuevo impulso al movimiento por los derechos civiles a la transformación de la vida familiar cotidiana y la subversión de todos los roles tradicionales.

Los jóvenes se convirtieron en actores políticos porque tomaron la palabra y la usaron para expresar un discurso nuevo. Decir lo que no se había dicho nunca: “Prohibido prohibir, la libertad comienza por una prohibición”. Lo nuevo fue la posibilidad de reflexionar sobre una lucha que no se sabía hacia dónde llevaba, pero a la que nadie quiso renunciar.

Antes de la Caída del Muro de Berlín, fue en el Mayo Francés que se comenzó a pensar seriamente que la revolución socialista no era la solución a los problemas del capitalismo. Se fue diluyendo la idea de que hay un único gran proyecto de construcción del mundo. Surgieron cientos de propuestas alternativas para el desarrollo: desde los ecologistas y sus partidos verdes hasta los grupos que militan por causas de las minorías.

El triunfo del Mayo Francés nos impulsó a animarnos a enfrentar lo desconocido sin tener previamente un proyecto de recambio global. Fue la mejor escenificación de la gran frase de Oscar Wilde: “La humanidad siempre encontró su camino porque nunca supo adonde iba”.

Los jóvenes se convirtieron en actores políticos porque tomaron la palabra y la usaron para expresar un discurso nuevo. Decir lo que no se había dicho nunca.

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Los jóvenes se convirtieron en actores políticos porque tomaron la palabra y la usaron para expresar un discurso nuevo. Decir lo que no se había dicho nunca.

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