El dialecto de la política

Para dialogar y debatir, algo no muy frecuente en la política actual, es necesario escuchar y entender lo que se expresa, pero en los últimos tiempos las palabras, siglas, gestos, emojis, emoticones, memes, imágenes y hashtags con los que nos comunicamos han cambiado, y se ha gestado una “lengua especial” de la política, que supera la jerga, y podríamos decir que es ya un dialecto (un tecnolecto).

La grieta, entre Mauricio Macri (Cambiemos) y Cristina Fernández de Kirchner, es la palabra clave que en nuestro país separa dos extremos, usando siglas como MM, CFK, Pro, FpV, UCR, PJ o CC y con los mensajes provocadores, irrelevantes o fuera de tema de los trolls y de los que se insultan con términos como gato, yegua, remil (hijo de puta), gorila, reaccionario, garca, facho, zurdo, corrupto, destituyente, matón, cipayo, helicóptero, oligarca o narco. En el medio, tratan de sobrevivir, para no caer en el abismo, los políticos de “Corea del centro” que resisten la polarización.

Los partidos son espacios liderados, muchas veces, por caciques mediáticos que acuerdan alianzas electorales o coaliciones de gobierno. Además de bloques hay interbloques y monobloques –con algunos borocotismos (intercambios)– en los parlamentos, que sesionan con o sin quorum. Los DNU (decretos de necesidad y urgencia) son otra forma de legislar. Del viejo justicialismo se dice que es un “archipiélago sin puentes” y su identidad es hoy el buscar y mantenerse en el poder; las reelecciones las disfrutan los que se perpetúan en él.

La hegemonía la ejercen los machos alfa, las mesas chicas, cuando no los CEO, chetos o capangas, rodeados del círculo rojo, que los divorcia del resto. El populismo es la degeneración autoritaria de la democracia. El desafuero es el muro que inmuniza a los choros.

Abajo están los piquetes, los punteros, militantes, villeros, barrabravas y ñoquis; los que viven de planes, los que trabajan en negro, en las “saladitas”, en talleres clandestinos o en prostíbulos, o subsisten en el conurbano, la periferia o en el interior profundo.

El protagonismo femenino ha irrumpido últimamente con figuras como Cristina, la expresidenta; Heidi, María Eugenia Vidal y Lilita (Elisa Carrió), lo que hace pensar a algunos que no debemos descartar una futura “ginecocracia”. Además, hay Abuelas que buscan nietos, Madres que luchan por los DD. HH. y mujeres que bregan por el cupo electoral, el #MeToo (yo también) y contra los femicidios.

Los originarios, discapacitados, lesbianas y gays (LGBT) reclaman un espacio en la sociedad.

Los servicios de inteligencia con su voyerismo (mirada) vigilan nuestro modus operandi. La “pobreza cero” y blanquear la economía y el empleo aparecen como algo casi imposible.

Los cambios se muestran con expresiones como: empoderamiento, globalización, resiliencia (superar situaciones difíciles), disrupción (cambiar bruscamente), algoritmos (pautas para hallar una solución) u oxímoron (palabras combinadas de significado opuesto).

La digitalización, las redes, las app (aplicaciones), los drones y robots expresan drásticas innovaciones, a las que hay que sumar el cambio climático, el calentamiento global o el efecto invernadero.

La teoría de “los dos demonios” y lo de los “30.000 desaparecidos” se invoca y discute cuando se vuelve la vista sobre lo que pasó en los setenta.

Claro está que la posverdad, que deforma y desmadra la visión de la realidad, olvidando incluso lo que indican las encuestas y los focus group, al infiltrarse en esta constelación de palabras que componen este dialecto torna más que difícil el sesgo que nos debe llevar a la felicidad y el bien común, que deberían ser y son el destino último de la política.

*Profesor emérito de la Universidad Nacional de Córdoba y UCC, académico de la Academia de Derecho de Bs. As. y exdiputado de la Nación


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