El fútbol como religión

El comportamiento de gran parte de los argentinos en el Mundial de Rusia 2018 solo puede explicarse desde la fe. Vivimos al fútbol como una religión, en el que depositamos nuestras mayores esperanzas.

Ver a padres e hijos vestidos de celeste y blanco, saltar desde un sillón para abrazarse cuando Argentina hace un gol, es una postal imborrable, que tal vez no pueda gestarse de ningún otro modo.

Escuchar a miles de compatriotas, tararear el himno antes de cada partido en un país tan remoto, es música que eriza la piel.

Cualquiera podría suponer que en ello va el grito de guerra de una selección poderosa, con una conducción clara, juego colectivo y pretensiones de campeonar.

Pero no, nada de ello. No hay un solo argumento racional actual que haya justificado ese aliento estremecedor, más que una cuestión de fe. Tampoco sería justo afirmar, que es una fe venida de la nada, pues parte de ciertos hitos históricos que nos han marcado para siempre.

Los campeonatos mundiales de 1978 y 1986, los subcampeonatos de 1930, 1990 y 2014, las medallas de Oro en los Juegos olímpicos de Atenas 2004 y Beijing 2008, los títulos mundiales juveniles de Japón 1979, y luego en la era Peckerman-Tocalli- Ferraro (Qatar 95, Malasia 97, Argentina 01, Holanda 05 y Canadá 07), más cantidades de Copas América (las ultimas en Chile 1991 y Ecuador 1993) nos hicieron entender que llegar a títulos ecuménicos, era una misión alcanzable.

A estas estadísticas irrefutables, debe agregársele la irrupción en nuestros planteles, de los dos mejores jugadores del mundo de su época: Diego Maradona y Lionel Messi. Fue allí cuando la religión encontró al Dios que tanto le hacía falta y nuestro pueblo a un salvador a quien adorar. El fútbol corporizaba así la idea del Mesías, que con tanta fruición abrazamos los argentinos, tanto en el deporte como en la política.

Es tal la necesidad argentina de creer en algo colectivo, que depositamos en notables jugadores de fútbol, nuestro deseo más reprimido de identificarnos en una empresa en común.

Tan solo que Messi, al contrario de Maradona, nunca se sintió una divinidad, ni tuvo como objetivo de su vida deportiva ser el Número uno. Mucho más terrenal, con ser campeón con la camiseta de su país, le hubiera alcanzado. Sin embargo le rogamos que frote la lámpara, que haga milagros y hasta que nos saque del tedio en que la economía y la política nos sumergen a diario.

La fe a veces nos tiende una trampa de sobreestimación, al validar que por tener al más excelso jugador o haber ganado títulos con anterioridad, podemos considerarnos los mejores.

En esa lógica de redención, la inoperante AFA, contrató a un celebrante que nervioso y confundido, que muy pronto perdió su autoridad. Sampaoli equivocó las partes de la misa, en una Catedral que le quedó demasiado grande.

Algo curioso en un entrenador que pocos meses atrás había escrito en su libro Mis latidos: “Si estás inseguro, nervioso, tenso, eso el jugador lo percibe. Si el jugador no te cree es imposible que después puedas lograr algo tan importante como una organización táctica, colectiva.”

Pues bien, Argentina fue un derroche de improvisación, salvando la calificación de papelón, por el amor propio de muchos de sus jugadores contra Nigeria, y aún siendo claramente superados, en la despedida ante Francia. Esta más que demostrado que las selecciones que han progresado, son las que respetan ciclos de conductores con ideas firmes que saben llegar a sus jugadores, donde al juego colectivo se le adicionan las individualidades y no se depende de un futbolista por mas virtudes que éste tenga.

Hoy es imposible descollar sin una defensa sólida con relevos, una transición rápida y jugadores que lleguen al gol desde diferentes posiciones. Ello exige de muchísimo trabajo y de una paciente tarea docente, desde las selecciones juveniles.

Todo parece indicar que es hora de dar un golpe de timón en todos los frentes y abrir paso a una nueva construcción futbolística, con cimientos más sustentables.

La fe es una aliada importante en toda persona y mucho más para un deportista, pero no alcanza por sí sola, para ganar mundiales.

*Abogado. Profesor de Educación Física. Docente universitario.


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