El triunfalismo de los derrotados

Los partidarios de la coalición verde a favor de la legalización del aborto tomaron la derrota de su causa en el Senado por un triunfo. Alentados por el espectáculo a su juicio grotesco que fue brindado por los defensores del statu quo, creen que, con el tema ya instalado en la agenda política, es sólo cuestión de tiempo que la Argentina se sume a los países en que la interrupción del embarazo por motivos personales es considerada normal.

Aunque sus adversarios azules celebraron el repudio del proyecto de ley que habían aprobado los diputados, lo hicieron sin mucho entusiasmo. Parece que ellos también entienden que la suya fue una victoria a lo Pirro y que, la próxima vez, perderán. Es probable que tengan razón. Están en lo cierto los impulsores de una reforma drástica cuando señalan que en los países calificados de avanzados la legislación sobre el aborto es llamativamente más permisiva de lo que es en África, el Oriente Medio, el sur de Asia y América Latina.

Por lo demás, no cabe duda de que tanto aquí como en otras partes del mundo occidental el feminismo militante, que ha hecho del aborto voluntario uno de sus objetivos principales, está imponiéndose con facilidad sorprendente.

En Estados Unidos y Europa, el “patriarcado” está desmoronándose; muchos convencidos de que el papel de la mujer en las sociedades humanas no debería ser idéntico a aquel del hombre no se animan a hacer oír su voz por miedo a ser calificados de ultraderechistas.

Con todo, si bien puede justificarse la confianza de quienes dan por descontado que, con cierta demora, la Argentina tomará el camino por el que ya han transitado todos los países desarrollados, les convendría recordar que la historia no es lineal y que, una y otra vez, etapas signadas por el progreso social tal y como lo entienden fueron seguidas por otras muy distintas.

En Europa, la sensación de que la prolongada hegemonía cultural progresista ha llevado el Viejo Continente al borde de un abismo está detrás del auge reciente de movimientos calificados de “ultraderechistas”.

Asustados por lo que está sucediendo, políticos como Angela Merkel están procurando congraciarse con quienes hasta hace muy poco trataban como xenófobos despreciables pero que, para su desazón, han conseguido el apoyo de una proporción notable del electorado local.

Si sigue modificándose el mapa ideológico de Europa y América del Norte, la Argentina sentirá el impacto de los cambios, como hizo luego de ponerse de moda en tales lugares el feminismo y el llamado “matrimonio igualitario”.

Asimismo, de difundirse la impresión de que los países calificados de avanzados, como Estados Unidos, Suecia, Alemania, el Reino Unido y Francia, afrontan gravísimos problemas sociales atribuibles a la pérdida de fe en sus propias tradiciones, en otras latitudes el proyecto progresista, del que “la liberación de la mujer” es una parte esencial, perderá buena parte de su atractivo.

Es lo que ya ha sucedido en Europa central y oriental al oponerse los checos, polacos y otros a los esfuerzos de sus socios occidentales por obligarlos a rendir homenaje al multiculturalismo.

Aún más fuerte ha sido la resistencia a “modernizarse” del mundo musulmán. Hace aproximadamente medio siglo, pareció que en Irán, Afganistán, Egipto y Turquía las mujeres estaban por conquistar todos los derechos que comenzaban a disfrutar sus hermanas occidentales, pero entonces el progreso presuntamente irresistible hacia la igualdad de género se puso en revés.

Es aleccionador comparar las fotos de grupos de universitarias en Cairo que fueron tomadas en 1960 con las de sus nietas de cincuenta o más años más tarde. En aquellas, muchas llevan minifaldas y ninguna sueña con cubrirse la cabeza; en éstas, casi todas se visten como musulmanas piadosas, ocultándose detrás de velos para protegerles de las lascivas miradas masculinas.

Se trata de una versión bien real de “El cuento de la criada”, la novela distópica de la poeta canadiense Margaret Atwood en la que, hecha más accesible merced a una adaptación televisiva, los feministas aprovechan para advertirnos del destino nada agradable que les aguardaría a las mujeres a menos que lograran desarmar a “machistas” respaldados por fundamentalistas religiosos que quisieran continuar manteniéndolas subordinadas.

Por fortuna, ni siquiera los reaccionarios occidentales más rabiosos fantasean con reducir las mujeres a la esclavitud, como ocurrió en el cuento de Atwood y es realidad en muchos países musulmanes, pero así y todo es probable que la ofensiva feminista ya haya alcanzado sus límites y que en los años próximos los militantes comiencen a batirse en retirada.

Es probable que la ofensiva feminista, que ha hecho del aborto voluntario uno de sus emblemas, ya haya alcanzado sus límites y en años próximos comience su retirada.

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Es probable que la ofensiva feminista, que ha hecho del aborto voluntario uno de sus emblemas, ya haya alcanzado sus límites y en años próximos comience su retirada.

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