Hipocresía y educación

La educación pública a nivel país en general y en la provincia de Neuquén en particular atraviesa desde hace décadas una crisis crónica que parece no tener salida mientras como sociedad no nos respondamos claramente y sin hipocresías una pregunta sencilla: ¿nos interesa la educación?

En Neuquén, la realidad que vivimos desde hace muchos años y que se potencia con la llegada del mes de marzo nos sacude como un mazazo y nos deja desnudos frente a una evidencia: más allá de los discursos de ocasión, la educación no es prioridad para nadie.

Nuestros chicos no solamente no aprenden y por lo tanto estarán limitados para afrontar sus posibilidades de desarrollo personal, sino que una abrumadora mayoría queda directamente afuera del sistema. Dicho de otra manera, no les estamos dando herramientas para que se forjen un futuro y de esa manera atentamos contra el futuro de toda la provincia.

Vayamos a un ejemplo práctico con cifras que nos van a dejar en claro el sombrío panorama que enfrentamos. A nivel nacional, la legislación vigente establece que el calendario escolar debe garantizar un mínimo de 190 días de clases para los alumnos. Sin embargo, en 2017, en Neuquén hubo solamente 87 días de clases y 65 de paro, es decir que los alumnos perdieron el 54% del año lectivo. ¿Hay forma de recuperar lo perdido? Imposible. No hay objetivos pedagógicos que se puedan cumplir frente a esa estadística. Y los chicos pagan los platos rotos.

Veamos otros números. De acuerdo a la reglamentación existente en las escuelas secundarias, un alumno puede tener hasta 15 faltas antes de quedar libre. Si tenemos en cuenta que el año pasado hubo 65 días de paro, podemos deducir que los estudiantes neuquinos quedaron libres más de 4 veces. En realidad, quien quedó libre fue el Estado neuquino.

Es obligación del Estado garantizar el acceso a la educación, fijar las políticas educativas y bregar por su cumplimiento. Pero en Neuquén se ha delegado ese rol a los gremios estatales. Entonces nuestros chicos tienen clases cuando se les ocurre a ATEN y a ATE. Un día las aulas están vacías por paro docente y al siguiente por paro de los auxiliares de servicio. ¿Y el gobierno? Bien, gracias. Y sería injusto decir que esto pasa solamente con esta gestión provincial. Ocurrió lo mismo con la anterior y con todas las anteriores desde hace décadas.

Todos los años escuchamos hablar del debate educativo que siempre se limita a la cuestión salarial. De contenidos, planes de estudio y currícula, nada. ¿Y de evaluación permanente a los docentes y de los institutos de formación? Mucho menos. Ni pensarlo, a riego de ser crucificado por la furia de los sindicatos estatales, empeñados en nivelar para abajo. El populismo en su máxima expresión.

¿Y los padres? También tenemos nuestra responsabilidad y somos parte del problema. Para graficarlo apelo a una lapidaria descripción que Jaim Etcheverry hace en su obra “La tragedia educativa”.

“Lo que falta es fundamentalmente el interés social, que a la gente le preocupe la educación (…) No existe demanda de educación de calidad. No hay manifestaciones callejeras para que les enseñen más a los chicos. Por eso, por más fondos que se dediquen a la educación, de no cambiar la actitud social, la situación no va a cambiar. (…) La tragedia educativa sucede entre las cuatro paredes de nuestras casas. (…) Los chicos tienen que ser interesados y ayudados por el docente, apoyados por los padres. Pero aprender supone un esfuerzo personal. A ese esfuerzo es al que hoy se quiere eliminar porque se concibe a los chicos como víctimas del sistema educativo. Por eso se trata de minimizar el castigo a la “víctima”. El pacto de la educación ha entrado en crisis: los padres ya no están aliados a los maestros para enseñar a sus hijos. Están aliados con los niños en contra de la institución escolar a la que conciben como opresora (…) Resulta imperioso reconstruir el pacto educativo porque su ruptura ha generado una grieta fenomenal: la grieta que explica todas las grietas”.

Marcos Aguinis, en su libro “Pobre Patria Mía”, también refleja este desinterés de manera contundente: “Causan tedio los discursos hipócritas sobre inclusión social y equidad en la distribución del ingreso, porque esos discursos esquivan señalar que ambos objetivos no serán alcanzados ni por asomo mientras el campo educativo sea un yermo erosionado por la demagogia, la carencia de visión, los intereses mezquinos y una inercia social cómplice”.

Si no hacemos un mea culpa como sociedad, cada uno desde el lugar que le toque, difícilmente podamos superar esta encrucijada. Y las consecuencias las sufrirán nuestros hijos y nuestros nietos. ¿Cuánto más tiene que pasar para que tomemos conciencia? Si queremos seguir en el camino de la demagogia y el facilismo, digámoslo. Pero asumamos las consecuencias.

(*) Intendente de la Ciudad de Neuquén

Nuestros chicos no solamente no aprenden y por lo tanto estarán limitados en su futuro personal, sino que la mayoría queda afuera del sistema.

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Nuestros chicos no solamente no aprenden y por lo tanto estarán limitados en su futuro personal, sino que la mayoría queda afuera del sistema.

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