La evidencia medioambiental

Es posible propiciar la mejora del ambiente sin poner en crisis el actual modelo de apropiación de los recursos y la distribución asimétrica de la riqueza producida?

La respuesta la ofrecen quienes no dudan en afirmar que el medio ambiente es un verdadero campo de disputa. El sitio mismo en el cual el capitalismo triunfante encuentra su punto crítico y el anuncio de sus límites.

Dicho de otro modo: si algo cuestiona el sistema es justamente la crisis ecológica.

Una crisis resultante de la aplicación de políticas orientadas hacia la privatización, desregulación, recorte de impuestos y libres mercados de intercambio.

¿O acaso la contaminación industrial, la deforestación, la pérdida de especies y el cambio climático no resultan consecuencia de patrones productivos marcados por los impactos del sector minero o la extracción, refinamiento y consumo de combustibles fósiles?

Se trata de un programa de gobierno sobre los recursos naturales que combina, en palabras de Sergio Federovisky, una aptitud colosal para acumular ganancias y el permiso de utilizar la atmósfera como basural a cielo abierto para las actividades de las grandes empresas del sector.

Basta cotejar algunos datos. Entre ellos, que la tasa de pérdida de diversidad biológica es mil veces superior a la de los niveles preindustriales.

O que sólo en las tres últimas décadas del siglo XX la humanidad consumió un tercio de los recursos del planeta.

El filósofo y crítico cultural Slavoj Zizek también sostiene que la ecología es hoy uno de los principales núcleos de batalla ideológicos. Y que allí se despliega toda una serie de estrategias para ocultar las verdaderas dimensiones de la amenaza ecológica.

Artilugios

Esas estrategias se valen de una serie de dispositivos puntuales.

Uno de ellos, la simple ignorancia, en tanto afirma que tal amenaza es en realidad un fenómeno marginal, no digno de nuestra preocupación, en tanto la naturaleza es capaz de cuidarse a sí misma.

El segundo artilugio consiste en afirmar que la ciencia y la tecnología son capaces de reducir la magnitud de dicha amenaza. Basta confiar, se nos dice, en la intervención de tecnócratas para licuar su verdadera dimensión.

El tercer dogma invita a dejar la solución del problema al mercado y proponer soluciones basadas en la responsabilidad personal, en lugar de medidas sistémicas inherentes a la implementación de políticas públicas.

Por su parte, el filósofo y jurista Luigi Ferrajoli viene subrayando la escandalosa impotencia del derecho. Esto es, su incapacidad para producir reglas a la altura de los nuevos desafíos abiertos por la globalización y la economía mundializada.

Sostiene que nos encontramos en tiempos marcados por la ausencia de un derecho público a la altura de los nuevos poderes y problemas.

Es decir, ante la inexistencia de un derecho y de un sistema de garantías, así como de instituciones idóneas, para disciplinar los poderes desregulados del mercado y la política.

En dicho contexto se acelera la criminalidad del poder en todas sus formas. En lo que al medio ambiente se refiere, aquella pergeñada a la sombra de ciertos grupos económicos transnacionales.

Su manifestación más evidente se traduce en las diversas formas de corrupción, de apropiación de los recursos naturales y devastación del ambiente.

Todo esto, sin límites sistémicos y con la aprobación tácita de los organismos internacionales presuntamente involucrados con la preservación y cuidado de la naturaleza.

Es un tipo de criminalidad producto del desarrollo de poderes privatizados y desregulados, que tiene como única regla el beneficio económico y la autoacumulación.

Nada más distante, claro está, que a la concepción del medio ambiente como bien común.

*Doctor en Derecho y profesor titular de la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN)


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