La grieta de Alsina

El 29 de diciembre se cumplen ciento cuarenta años de la muerte de Adolfo Alsina, un personaje central del periodo de consolidación del Estado argentino que va de la Batalla de Caseros a la capitalización de Buenos Aires. Pese a sus múltiples palmares, vicepresidente de Sarmiento, gobernador de Buenos Aires, hijo y activo miembro de la elite porteña y un extenso etcétera, su nombre se ausenta del prime time de la época y por momentos aparece como una figura sobre la que se posó el manto del olvido.

Esta escasa atención historiográfica y del público lego debe buscarse en más de una causa, como suele pasar. Por empezar, su muerte acaecida en 1877 le hizo imposible subirse al tren del ochenta. Así, se desdibujó su participación en un período por el que había hecho mucho, llegando a ser el Moriarty de Sherlocks como Mitre o Roca. A su vez, su dilatada trayectoria quedó condensada en el inconsciente colectivo histórico por la zanja que popularmente lleva su nombre y que para muchos fue un fracaso.

Aquella huella trunca, que aún persiste al sudoeste de la provincia de Buenos Aires, fue encargada por Alsina, entonces ministro de Guerra y Marina de Nicolás Avellaneda, en el contexto del avance sobre la Patagonia. Más que un pozo hipertrofiado viboreante donde la llanura comienza a dejarle espacio a la estepa, esta frontera artesanal decretaba que el Estado argentino se decidía a llegar hasta un punto y a partir de allí dejaba para otro momento pasar del nivel imaginario al real, ya fuera con “paz y administración”, “orden y progreso” o “civilización o barbarie”.

Unas notas íntimas, redactadas por Avellaneda a Alsina en 1875, son un notorio ejemplo del convencimiento en el avance sobre la frontera albergado en la dirigencia de la época: “Sí mi querido ministro, Ud. se debe a la gran tarea proyectada: suprimir la frontera interior. El hombre y la tarea se han encontrado. (…) Por mi parte le prometo poner todas mis fuerzas en completar su acción militar favoreciendo la división de la tierra, la radicación de inmigrantes, para que la ganadería y la agricultura combinadas realicen el destino económico de nuestro país, de modo a ser el granero del mundo”.

Motivada, la administración de Avellaneda se abocó a generar y concretar un plan de avance. El 2 de agosto de 1875, el Ejecutivo solicitaba la aprobación para fundar pueblos, establecer sementeras, formar plantaciones de árboles y levantar fortines. El plan estaba en marcha con el desgaste de las sociedades indígenas y la paulatina llegada de la “civilización” como eje. El avance fue inmediato y febril. Según la mirada de quienes lo dirigieron, para 1876 el éxito ya estaba garantizado con la sola espera del empeoramiento de las sociedades originarias a partir del aislamiento al que habían sido condenadas.

Sin embargo, el coro de la elite no fue unísono, según muchos, los destinatarios del desgaste en realidad podían saltar la zanja, esquivar los fuertes y desbaratar gran parte del bloqueo, así al menos rezaba la propaganda contraria al plan oficial.

Pronto comenzaron a madurar nuevas concepciones, menos sigilosas en el desplazamiento de las tropas y que consideraban que se debía llegar hasta los últimos confines habitados por los indígenas con otra velocidad. Julio Argentino Roca se convertiría en el significante de esta posición.

La zanja sería el final de Alsina. Número puesto para la presidencia en 1880, vio su vida extinguirse tras una recorrida por los fortines de “frontera” en Carhué. ¿Acaso su muerte fue el fin del “Alsinismo”? Aventurado afirmarlo. Alsina era un experimentado político clave en la relación de Buenos Aires con el resto de la confederación.

Hasta su pacto con Sarmiento y Avellaneda, de donde surgiría el poderoso Partido Autonomista Nacional, era la guía de hombres como Alem, manteniendo la independencia de Buenos Aires como bandera. Al morir se forma un vacío ideológico que sólo sería parcialmente ocupado con la resurrección algunas de sus banderas con la Revolución del Parque.

Ese 29 de diciembre de 1877 se constituyó así en una de esas fechas bisagra de la historia argentina, otra de las tantas que quedan tapadas, escondidas del saber popular. Jugando con el peligroso contrafáctico, con Alsina presente no hubiera habido espacio para el meteórico ascenso de Roca, un general sin experiencia en política que pasaría del Ministerio de Guerra y Marina a la presidencia casi sin pasar por Buenos Aires.


Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios