La indiferencia del mundo

No es mala idea pensar la soledad como un tema de Estado y crear un ministerio ad hoc, como lo hizo la primera ministra británica Theresa May. La multitud indiferente de las ciudades, adonde se nos ha dado por apretujarnos; el aplastante mundo del capital globalizado y la tecnología incorporada, lo queramos o no, a nuestras vidas han contribuido con éxito para que millones de personas declaren sentirse solas.

Hasta el momento, se desconoce de qué manera el gobierno británico ayudará a combatir la tristeza de estar solos de unos nueve millones de sus compatriotas, y, por los títulos que traen las noticias internacionales, otros asuntos más urgentes mantienen ocupada a Theresa May por ahora.

Cuando anunció el ministerio, se disparó una catarata de información sobre la soledad, porque es un gran tema de la existencia humana (algo similar habría ocurrido si otro gobierno, pongamos el argentino, hubiera anunciado la creación de un ministerio para, por ejemplo, gestionar la felicidad). No sería para sorprenderse, ya que, hoy mismo, el Ministerio de Desarrollo Social, el área que se ocupa (dice en la web) de “que todos los argentinos tengan las mismas oportunidades de crecer y mejorar su calidad de vida”, cuenta con una secretaría de “acompañamiento y protección social” y Aerolíneas Argentinas tiene una línea especial para jubilados que se llama “Abueladas”.

¿Es la soledad una “epidemia social contemporánea”, como se ha afirmado tan dramáticamente? ¿Estaban menos solas nuestras abuelas? Y, si lo estaban, ¿se sentían muy desdichadas? Los informes que se vienen publicando, acompañados de convenientes estadísticas (¡son tan persuasivas las cifras!), hablan de graves consecuencias para la salud, desde cáncer, depresión y suicidio hasta afecciones que se equiparan al tabaquismo y la obesidad. También hay informes que hacen notar la naturaleza existencial de la sensación, el sentimiento o el estado de ánimo que nadie ha dejado de experimentar alguna vez en su vida. Y hay otros que han enfocado en la población más vieja –adultos mayores, con corrección política dicho– el verdadero riesgo de la soledad. Gente que pasa días y hasta meses sin una charla o una actividad gratificante, con cuerpos que dolorosamente van retirándose de escena, limitaciones de toda índole y un presente imperativo cuya velocidad da vértigo. Todo agravado cuando se trata de mujeres y hombres que transcurren su vejez en la pobreza, con una jubilación mínima y un Estado displicente.

“No soy un cliente o un usuario de servicios. No soy un haragán, un parásito, un mendigo o un ladrón. No soy un número de la Seguridad Social o un punto luminoso en una pantalla. Pago mis deudas. Nunca un penique menos. Y estoy orgulloso de proceder así. No me siento inferior a nadie, sino que miro a mi vecino a los ojos y lo ayudo si puedo. No acepto ni busco la caridad. Mi nombre es Daniel Blake. Soy un hombre, no un perro. Como hombre que soy, exijo mis derechos. Exijo que se me trate con respeto. Yo, Daniel Blake, soy un ciudadano. Nada más y nada menos”.

Está la tentación de pensar que el ministerio de la soledad creado por Theresa May vendría a ser la reacción institucional a una denuncia artística, aunque no de ficción, la última película de Ken Loach “Yo, Daniel Blake” (2016), pero sería excesivo presumir que el cine inspira buenas obras a los gobiernos.

El parlamento citado arriba es una carta de Daniel Blake, un carpintero de 60 y pico que imprevistamente debe enfrentarse tanto a la gélida burocracia estatal como a los retorcidos vericuetos del mercado para que se lo escuche. Nativo de la cultura material del lápiz y el papel, no se rinde ante la prepotencia de la tecnología y, paciente y tenaz, busca adaptarse a los requerimientos del mundo actual. Pero le suceden situaciones como éstas:

–Oiga, ¿qué pasa si no puedo usar computadoras?

–Hay un número especial, si usted es disléxico.

–Bueno, ¿me lo puede dar? Con las computadoras soy disléxico.

–Puede encontrarlo en internet, señor.

No hace falta ser un carpintero inglés mayor de 60 ni estar jubilado para reconocer, en el anonimato de una grabación impersonal, la voz de una cultura uniforme y egoísta que nos confina a la frustración, como estos otros textuales de la película:

• “Por favor, tenga en cuenta que este servicio puede generar cargos. Le será debitada la tarifa establecida por su proveedor del servicio”.

• “Lo sentimos, pero todos nuestros operadores de Servicio al Cliente están ocupados. Por favor espere y atenderemos su llamada”.

Datos

¿Es la soledad una “epidemia social contemporánea” como se ha afirmado? ¿Estaban menos solas nuestras abuelas? Y, si lo estaban, ¿se sentían muy desdichadas?

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