La ley de Chéjov

El célebre dramaturgo ruso Anton Chéjov, autor de piezas inolvidables como el “Jardín de los cerezos” y “Tío Vania”, también es recordado por su aguda observación. Sostuvo en una ocasión que si el autor de una pieza teatral introduce la existencia de una pistola en el primer acto, pues entonces, a modo de acertada continuación, dicha pistola deberá ser usada en alguno de los siguientes actos de la obra. De ese modo aludió a la necesaria consecución de los actos dramáticos, unos estrechamente preanunciados por otros. Su observación, a partir de entonces, pasó a ser conocida como “ley de Chéjov”.

La cuestión viene a cuento por estos días en los cuales se agudiza la protesta social y la represión de sus manifestaciones mediante el uso de la fuerza estatal.

Activar el recurso a la fuerza frente a la protesta social es una de las tantas estrategias que pueden esgrimirse ante la presencia y voces de quienes más disgustan.

Lo que Chéjov nos sugirió hace más de un siglo atrás es que una vez que la violencia ha sido habilitada como instrumento de intermediación subjetiva ella necesariamente habrá de reproducirse en futuros actos dramáticos. Y acaso convertirse en muerte.

Lo sucedido con Santiago Maldonado y Rafael Nahuel sirve para confirmar la vigencia de la ley que lleva su nombre.

El presente nacional invita a reflexionar al respecto, pues nos encontramos frente a la muy peligrosa tendencia de demonizar al adversario político.

Se trata de un recurso ya conocido por nosotros, que inhibe los frenos morales y persuade en relación a la existencia de ciertas “urgencias” que justifican un “excepcional” uso de la fuerza.

El miedo, en este contexto nuestro, es la emoción capaz de disparar la paranoia de quienes advierten, en las subjetividades que protestan, la presencia de un enemigo desestabilizador.

Fue el florentino Nicolás Maquiavelo quien en el siglo XVI enseñó que el miedo representa una de las mejores y más poderosas herramientas de gestión política.

De allí que las clases dirigentes se esfuercen por intentar decodificar qué emociones en particular resultan las apropiadas para concretar sus finalidades y objetivos.

Explotar el miedo

Ellas suelen explotar el miedo al señalar una amenaza susceptible de poner en crisis la cohesión nacional, concentrando la atención de la población en fuerzas políticas o sociales que estarían en condiciones de quebrantar el espíritu de las instituciones y de nuestra vida colectiva.

En contraposición con ello, en un memorable fallo de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos conocido como “New York Times vs. Sullivan” (1964), se afirmó el irrestricto derecho de criticar al poder.

Señaló entonces que el debate, la deliberación e impugnación de los actos de gobierno resultan consustanciales a la dinámica democrática. Entre otros motivos, por cuanto constituyen una garantía para hacer llegar la voz de los representados a oídos de sus representantes.

De acuerdo al voto del Juez Brennan: “El debate sobre los temas públicos no debe tener inhibiciones de ninguna naturaleza y debe ser robusto y abierto”.

Asimismo, el magistrado destacó que los ciudadanos poseen un especial interés en ser informados sobre la forma en que los funcionarios públicos llevan a cabo sus deberes. Y que ese interés merece ser objeto de satisfacción.

Deberíamos aprender del genial dramaturgo ruso y cuidarnos de habilitar la violencia como instrumento de cambio. Uno que de banal pasa, a gran velocidad, a convertirse en mortal.

Y otro tanto de aquella sentencia de la Corte Suprema de los Estados Unidos, que coloca en su justo lugar al derecho a disentir en una sociedad que se pretende heterogénea y plural.

* Doctor en Derecho y profesor titular de la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN)


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