La mafia no respeta sacerdocios

El flamante centro de acogida social del barrio de Brancaccio, en Palermo, Sicilia, es un de los pocos destellos de esperanza entre edificios sin alma y casas abandonadas. Pero sus voluntarios, que cumplen “el sueño” del fundador asesinado por la mafia, no se libran de las intimidaciones.

“Es un barrio que todavía sufre”, explica Maurizio Artale, el presidente de “Padre nostro”, el nombre de la asociación sociocultural que ha ocupado el lugar ausente de los servicios del Estado.

“La vía propuesta en este barrio sigue siendo ante que todo la de la ilegalidad. Pero los que quieren una alternativa, nos escogen, traen a sus hijos a nuestro centro”, señala Artale.

Su nuevo proyecto, del que muestra con orgullo los planos, es crear una inmensa explanada con un anfiteatro al aire libre, algo que sirva para que el barrio parezca más afable, ya que no tiene ninguna plaza pública.

Este espacio se llamará como el fundador del centro, Giuseppe Puglisi, un sacerdote mártir asesinado por la organización mafiosa Cosa Nostra hace 25 años y que fue beatificado, quien buscaba ayudar a los jóvenes de este barrio, donde él creció.

A principios de julio, el cabecilla de Brancaccio, que tiene una casa construida ilegalmente en el terreno de la futura explanada, fue a decirle a Artale: “Si se destruye mi casa, te mato”.

“Lo denuncié inmediatamente a la policía”, cuenta el presidente del centro social, mientras critica que “este hombre explota su vínculo de familia infame con un miembro de Cosa Nostra para convertirse en el jefe del barrio”.

“Querido Brancaccio, ¿no has tenido suficiente con la sangre derramada por ti por el bendito Giuseppe Puglisi? ¿Cuánto tiempo tendremos que esperar para que tú puedas alimentar a tus hijos con tu pan, duro, pero no manchado por el odio y los intereses privados?”, protesta Maurizio Artale en una carta dirigida a la población, titulada “Levántate Brancaccio”.

“Hagamos que a partir de mañana Brancaccio no sea descrita como la tierra de la mafia sino como la tierra de Giuseppe Puglisi”, prosigue en su misiva.

El papa en Brancaccio

Desde hace años, asistentes sociales, juristas y médicos colaboran de forma voluntaria con el centro de acogida.

Se ha construido un pequeño centro deportivo y un hogar para las mujeres maltratadas. También se han instalado camas para los detenidos en libertad vigilada que no tienen adonde ir.

“Don Puglisi tenía un sueño y la mafia tiene miedo de un sueño”, resume Artale. “Apenas contó su sueño la mafia le hizo daño”.

En la plazuela donde el cura fue asesinado, donde hay una estatua suya de tamaño real protegida por plexiglás, a veces se producen altercados.

“Delincuentes o mafiosos se manifiestan de vez en cuando para decir ‘todavía estamos aquí’”, explica Francesco, uno de los hermanos de Don Puglisi.

“Durante los funerales de mi hermano, todas las ventanas y puertas del barrio estaban cerradas. La población tenía miedo”, recuerda este banquero jubilado.

Desde entonces, el barrio ha evolucionado, excepto para la vieja generación, dice. Los clanes mafiosos han dejado de lado los asesinatos para dedicarse de forma más discreta a la infiltración del tejido económico.

“Los jóvenes comprenden que tienen que construir su futuro con la libertad, sin las restricciones de la mafia”, asegura Francesco Puglisi.

Está convencido que los proyectos de la asociación, entre ellos una futura guardería, podrían crear nuevos empleos.

El papa Francisco efectuó una breve visita el sábado a Brancaccio y depositó una ramo de flores rojas en el lugar del asesinato, antes de subir al modesto alojamiento social donde vivía el cura, hoy transformado en museo.

Es ahí, en la casa de su infancia, donde Don Pino comía de forma frugal para dedicarse a la lectura, explica su hermano. En su mesita de noche, todavía está su reloj, detenido en el día de su muerte.

El sábado, como un reflejo del cambio cultural en el barrio, los vecinos, con las ventanas abiertas y sábanas blancas colgando de los balcones, aclamaron al papa. (AFP)


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