La primera muerte de Robert Graves

mirando al sur

Por estos días, el 24 de julio, es el aniversario del nacimiento del escritor Robert Graves. También se recuerda su primera muerte, que curiosamente ocurrió el mismo día, en 1916, durante la Batalla del Somme.

Sucedió en el ataque al bosque de Mametz. El Segundo Batallón de Reales Fusileros Galeses, donde servía el teniente Robert Graves, iba a tomar las trincheras alemanas excavadas a medio camino de una ladera que desembocaba en lo que había sido un bosque y ahora era un revuelto de astillas y muñones y un pueblo que ya no era más que escombros. Mametz era un objetivo del primer día de la ofensiva, lanzada el 1 de julio. Pero esa mañana de un imponente día veraniego, como escribió un compañero y amigo de Graves, Siegfried Sassoon, todo salió mal. Veinte mil muertos y cuarenta mil heridos británicos la convirtieron en la fecha más sangrienta en la historia del imperio.

Los galeses tuvieron grandes dificultades para tomar posición antes del ataque, porque la artillería alemana los persiguió con precisión milimétrica durante toda su aproximación. Acamparon en el linde del antiguo bosque, un lugar medianamente cubierto. El terreno estaba sembrado de cadáveres, y Graves y sus hombres tenían que mirar con mucho cuidado dónde ponían los pies. Amanecía, y la niebla era muy espesa.

Pasaron dos días allí, cubriéndose como podían del bombardeo. De día hacía calor, pero a la noche la temperatura bajaba abruptamente, y los galeses tenían sólo sus uniformes de verano. Por eso, una noche Graves y un grupo de soldados se metieron en el bosque para recoger sobretodos entre los alemanes muertos. Había montañas de cuerpos, muchos más que los que habían visto antes. Eligieron entre los menos pringosos y enteros.

Finalmente, el Segundo Batallón marchó a otro pequeño pueblo, también bajo fuego, llamado Bazentin le Petit. Estaba a quinientos metros de una trinchera alemana, el único obstáculo entre los británicos y los restos del bosque, pendiente arriba. La tierra estaba suelta por el cañoneo, y sembrada de cuerpos. El suelo estaba salpicado por un colorido revuelto de los kilts de soldados escoceses. Habían muerto apenas levantarse para dar el asalto, barridos por las ametralladoras alemanas. Con ironía, los ingleses habían bautizado al camino de aproximación hacia el bosque, donde ahora estaba su artillería disparando rueda contra rueda, “el valle feliz”. Para arengar al Segundo Batallón antes de atacar su jefe, el coronel Crawshay, tuvo que gritar entre salva y salva, mientras el aire iba y venía en turbonadas tibias por los cañonazos.

A pesar de que buscaron la protección de un terraplén de ferrocarril, la barrera de artillería alemana los alcanzó y antes de atacar empezaron a tener muchos muertos, por lo que se replegaron a las ruinas de Bazentin. El fuego, entonces, los atrapó en medio del cementerio del pueblo. Las lápidas y las antiguas piedras volaban por el aire junto a los nuevos muertos. El teniente Graves fue herido en el rostro y en un pulmón. La cara manchada de sangre y el líquido rojo que borboteaba en su pecho hicieron que lo llevaran al puesto de primeros auxilios y lo dejaran entre los muertos y moribundos para salvar a los que todavía valían la pena. Lo dieron por muerto. En la urgencia del ataque, sus compañeros no se preocuparon más por él.

Días después, Robert Graves leyó su nombre en la lista de bajas que se publicaban en sábanas mientras se recuperaba en un hospital, en Inglaterra. Lo dieron por muerto el día de su cumpleaños, el 24 de julio. En el mismo hospital lo visitó su coronel, Crawshay, avergonzado porque había escrito una carta de condolencia a su madre.

Por entonces, Graves era un bicho raro que a muchos no les caía bien. Era un poco desaliñado para ser un oficial, pero sus hombres lo obedecían y confiaban en él. Era uno de los pocos jefes que había sobrevivido a las matanzas de Loos, el año anterior. Sabía muchas baladas y leyendas. Los soldados, que son supersticiosos, lo respetaban. Al final, en la guerra eso es lo único que importa.

Eso y muchas cosas más contó Robert Graves en un libro potente y melancólico llamado “Adiós a todo eso”. Su vida en las trincheras, su amistad con el poeta Siegfried Sassoon, una de las relaciones literarias más intensas de todas las épocas. Contó cómo su amigo T. E. Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia, cuando supo que estaba escaso de dinero le ofreció que publicara y se quedara con los derechos de los primeros capítulos de “Los siete pilares de la sabiduría”.

El bosque que los galeses tampoco pudieron tomar cayó recién meses después, al precio de diez mil muertes. De manera recurrente, una escena del libro de Graves me visita desde que la leí por primera vez. Recién casado, evoca los insomnios de guerra, cuando se acostaba con su mujer y se despertaba en medio de los estallidos. Cómo se ponía su abrigo y salía a caminar hasta que amanecía, y se cruzaba con muchos como él que taconeaban las calles empedradas de un mundo en duelo.

Después de su primera muerte, Robert Graves vivió muchos años más, hasta 1985. Aunque es conocido sobre todo por sus novelas sobre el emperador romano Claudio, fue un gran poeta, un excelente divulgador de mitos y temas clásicos y un permanente revisor de lugares comunes. Un hombre que, como decía, trataba a todos sus semejantes como iguales hasta que le demostraran lo contrario, y que, poeta al fin, fue y vino de la muerte para contarnos cómo era eso.

Graves fue herido en el rostro y en un pulmón. La cara manchada de sangre y el líquido rojo que borboteaba en su pecho hicieron que lo dejaran entre los muertos.

Con el insomnio de la guerra, salía a caminar hasta que amanecía, y se cruzaba con muchos como él

que taconeaban las calles empedradas de un mundo en duelo.

Datos

Graves fue herido en el rostro y en un pulmón. La cara manchada de sangre y el líquido rojo que borboteaba en su pecho hicieron que lo dejaran entre los muertos.
Con el insomnio de la guerra, salía a caminar hasta que amanecía, y se cruzaba con muchos como él
que taconeaban las calles empedradas de un mundo en duelo.

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