La venganza de los números

Desde mediados del siglo pasado, todos los gobiernos nacionales, incluyendo los militares, se han sentido obligados a manejar la economía como si fuera dos veces mayor de lo que harían pensar las estadísticas que figuran en los almanaques. El encabezado por Mauricio Macri no es una excepción. Aunque el presidente mismo y los funcionarios que lo acompañan saben muy bien que el país no está en condiciones de seguir soportando por mucho tiempo más el gasto público al cual se ha habituado, entienden que les sería políticamente suicida procurar reducirlo de golpe, de ahí la decisión de hacer del “gradualismo” la ideología oficial.

Es por tal motivo que, para inquietud de quienes creen que sin medidas más drásticas que las aplicadas en el sector energético la economía podría hundirse, el gobierno se ha resignado a convivir con una tasa muy alta de inflación por algunos años más.

Los macristas esperan que, aleccionado por la experiencia kirchnerista, el grueso de la ciudadanía se haya dado cuenta de que al conjunto no le convendría procurar seguir viviendo por encima de las posibilidades reales y que por lo tanto sería necesario que la sociedad se preparara para enfrentar algunos años de austeridad. Creen que la permanente crisis económica es consecuencia de la adhesión al populismo de demasiados políticos, sindicalistas y otros, de suerte que para salir de ella tendrían que ganar “la batalla cultural”.

¿Es así? Puede que haya algunos que están sinceramente convencidos de que los malditos números carecen de importancia, pero sólo sería cuestión de un puñado de soñadores que fantasean en torno a soluciones mágicas. Los demás, incluyendo a los kirchneristas e izquierdistas más combativos, son tan realistas como cualquier halcón neoliberal. La diferencia es que subordinan todo a sus propios intereses sectoriales. Si hay austeridad, que otros paguen los costos políticos.

En cierto modo, comparten tal punto de vista quienes critican al gobierno por ensañarse con la clase media que le dio los votos que le permitieron desplazar a los kirchneristas en el poder. No les gustan para nada los tarifazos de gas y luz que están haciendo estragos en los presupuestos familiares de quienes viven en zonas que se vieron beneficiadas por la costumbre kirchnerista de subsidiar el consumo de energía y, sin decirlo de manera explícita, insinúan que sería mejor dejar de privilegiar a los más pobres del conurbano bonaerense.

Si bien los macristas son conscientes de lo peligroso que les sería perder el apoyo de una parte de la clase media, apuestan a conservarlo por ser a su juicio tan antipáticas las eventuales alternativas. También aspiran a seducir a los habitantes de los bastiones peronistas más notorios. La estrategia podría fracasar si el “peronismo racional” lograra erigirse en una alternativa válida, pero pocos creen que sea capaz de hacerlo antes de las elecciones del año que viene.

El panorama frente a Cambiemos sería otro si todos los compañeros estuvieran tan resueltos como el interventor Luis Barrionuevo a reconquistar el poder cuanto antes, pero algunos preferirían demorar el regreso hasta que los macristas hayan hecho más del “trabajo sucio” de reordenar una economía penosamente distorsionada.

Es lo que hicieron una y otra vez en los años en que la alternativa al peronismo solía ser una dictadura militar que, forzada por circunstancias, tendría que procurar frenar la inflación; ninguno consiguió hacerlo; lo mismo que los gobiernos civiles, los regímenes castrenses eran reacios a correr el riesgo de desatar un estallido social administrando una sobredosis de “neoliberalismo”.

Lo que estamos viendo dista de ser nuevo. Aquí es normal que el gobierno de turno prometa que, de un modo u otro, logrará que la economía crezca lo suficiente como para que la lucha contra la inflación resulte indolora. El único que se acercó a la meta fue el de Carlos Menem, pero lo hizo al sustituir la inflación por un nivel de endeudamiento insostenible.

Puesto que, para no tener que “ajustar” como a buen seguro quisiera, Macri ha optado por aprovechar la disponibilidad de créditos de origen foráneo y está decidido a defender el valor del peso, la estrategia oficial tiene mucho en común con la adoptada por Menem y Cavallo.

Es más flexible que la basada en la convertibilidad, pero a menos que funcione como prevé el oficialismo, tarde o temprano llegará el día en que el gobierno tenga que elegir entre tomar medidas mucho más antipáticas que las ya ensayadas por un lado y, por el otro, dejar que, una vez más, los odiosos números se venguen, con la brutalidad que los caracteriza, de quienes durante tanto tiempo los habían despreciado.

Para inquietud de quienes creen que sin medidas más drásticas la economía podría hundirse, el gobierno se ha resignado a convivir con una tasa muy alta de inflación por años.

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Para inquietud de quienes creen que sin medidas más drásticas la economía podría hundirse, el gobierno se ha resignado a convivir con una tasa muy alta de inflación por años.

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