Lo que cuesta un adolescente

Quienes vivimos aferrados a un ideal de clase media, haciendo lo imposible por mantenernos dentro de las estadísticas y, a la vez, buscando –o soñando– escalar lugares, cada tanto nos vemos en la obligación de hacer parate y ordenar cuentas. Priorizar lo necesario sobre lo que nos hace felices. En esa poda caen cenas afuera, compras no esenciales, vacaciones. Nunca la salud ni la educación. Y nunca los hijos. Qué mente perversa podría pensar que los hijos son un gasto. Pero sí, lo son.

El sociólogo y filósofo Zygmunt Bauman, quien desarrolló la idea de modernidad líquida, fue aún más allá cuando dijo: “Los hijos son una de las compras más onerosas que un consumidor promedio puede permitirse en el transcurso de toda su vida. En nuestros tiempos, tener hijos es una decisión y no un accidente, circunstancia que suma ansiedad a la situación”.

Tal vez la palabra “compra” no resulte la más simpática, pero en estos tiempos en que la identidad se confunde tanto con el consumismo (somos lo que tenemos), pensar que los hijos demandan la mayor inversión económica de la familia por aproximadamente 20 años es una realidad y se hace necesario tenerla en cuenta.

Porque este punto nos lleva al siguiente: hemos perdido el control de nuestros gastos. Ya no se trata de dejar de salir a cenar o privarnos de hacer una actividad para llegar a fin de mes. Se trata de lidiar con jóvenes nacidos bajo el signo del consumismo desmedido (son lo que tienen) y que, descubiertos por las marcas, el marketing, la publicidad y la mar en coche, son presionados para gastar nuestro dinero y lo hacen, benditas criaturas, con enorme placer y sin pensar en quién pagará la cuenta.

La pregunta que vale la pena hacerse, entonces, es: ¿quién decide cómo y en qué se gasta el dinero en un hogar en el que hay niños y adolescentes?

G., madre de dos adolescentes, cuenta su experiencia: “En gastos grandes no tienen poder de decisión. Pero una vez en Navidad mi hija quería un Xbox y ante la negativa se encargó de convencer al hermano de las bondades de tener una consola de juegos, ya que si era un único regalo para ambos lo permitiría. En la comida, a cambio de que coman lo que hay durante la semana, pueden elegir lo que quieran los sábados y domingos. Y en las salidas es en donde tienen mayor poder de decisión, lo cual genera un gasto de combustible y de mi tiempo”.

V., madre de una joven de 21 años, bromea: “Se hace lo que ella quiere, pero por suerte siempre fue muy racional y sabe que, si bien no pasamos necesidades, como hay un solo ingreso en la casa (V. está separada) debemos ser cuidadosas con los gastos. Por ejemplo, para su fiesta de 15 la propuesta fue que ella también tenía que colaborar con los ahorros y se habilitó, dos años antes, una alcancía en la que todos los días tenía que poner un peso del dinero que le daba para gastar en los recreos del colegio”.

V., madre de un varón de 14, está comenzando a lidiar con un nuevo frente de batalla: “El pasatiempo preferido de mi hijo es la Play y, a pesar de ser un adolescente tranquilo, con los juegos, con los horarios permitidos para jugar no tenemos nada de control. Nos han llegado enormes gastos a las tarjetas de crédito por compras de juegos que han ocasionado gran disgusto”.

Perdiendo el control

A simple vista todas estas historias parecen dar la idea de que los adultos son quienes siguen teniendo el control de las cuentas en los hogares y que los chicos se sobrepasan en algunos gustos.

Sin embargo, si uno hila más fino, se descubrirá que, en cada familia, las galletitas, las gaseosas y la mayoría de los alimentos procesados son “los que les gustan a los chicos”, aunque eso implique gastar más que si se hubiera elegido otra marca.

Y que para las salidas y vacaciones se eligen sitios en donde ellos tengan actividades que les interese.

Y si seguimos escarbando nos daremos cuenta de que no sólo no les impedimos, por los costos, iniciar actividades nuevas (dibujo, tenis, baile) sino que los alentamos para que las hagan. Y podríamos seguir con la ropa que eligen, los hobbies y toda actividad compartida por su grupo de pertenencia (¿los dejaríamos sin campamento?).

Pero no es cuestión de hacer un listado de gastos sino de ser consciente de la situación: ellos deciden; nosotros, por diversos motivos, aceptamos. Y en definitiva, nuestros adolescentes terminan costándonos caros.

Bauman tenía razón. Para que nuestros hijos “sean”, les compramos lo que quieren. Porque es difícil en esta era distinguir el ser del “tener”, y después de todo somos nosotros quienes decidimos “tener” estos hijos. Problemas de dinero y de semántica. Como siempre, todo está relacionado.


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