Malditas vacaciones

Ya sabemos que hay mucho del colegio secundario actual que hay que cambiar, que este modelo antiguo no sirve pero, sobre todo, ¿a quién se le ocurrió cerrarlo cada verano? Si es por una cuestión de temperatura estoy segura de que los papás podemos hacer una vaquita y comprar aires acondicionados, pero con los chicos en las aulas, por favor. Y si es por los chicos, si a algún genio se le ocurrió que un pibe o una piba de entre 13 y 18 años puede estar suelto/a desde comienzos de febrero hasta entrado marzo, le envío yo a los míos por un par de días y estoy seguro de que en cinco minutos cambia de opinión y tenemos colegio todo el año, de enero a diciembre y en modalidad pupilos.

Los padres, tutores y encargados lo sabemos bien: los chicos necesitan estructura, rutina, obligación. Quitarles todo eso de golpe para luego volver a insertarlos en el sistema, también de un día a otro, es el acabose, es el apocalipsis adolescente. O, hablando -un poco- más en serio, es alterar una entidad cuya naturaleza tiende al salvajismo, la rebelión y las experiencias extremas, justo cuando la habíamos logrado regular, mantener a raya, domesticar a duras penas.

Veamos:

C. es mamá de dos varones de 13 y 17 y cuenta: “dejan de dormir por la noche el mismo día en que terminan el secundario. No sé cómo soportan ese cambio drástico, cómo es que no se caen de sueño a la madrugada, pero allí están, cada uno con su celular y peleándose por el uso de la Play. Se quedan en sus camas, o sea que obligarlos a acostarse no es el problema (es más, se quedarán en la cama todo el verano, apenas mueven sus cuerpos) pero se duermen alrededor de las 6 ó 7 de la mañana. El primer año que pasó esto hasta llegué a cortar la luz del departamento para que no tuvieran tele o play, pero ellos encuentran qué hacer (que nunca es leer un libro) y la idea no es pasar el verano sin ventilador o aire, así que eso no duró. Y qué más podíamos hacer… Se despiertan, con suerte, entre las 16 y las 18. El primer gran problema, entonces, lo que a mí me pone peor y me preocupa es que no almuerzan y esa comida no la recuperan. Hacen, en general, una sola comida “normal”, y luego picotean durante el resto del tiempo que están despiertos. ¡Yo necesitaría esa dieta! Por supuesto no puedo contar con ellos para nada, ni organizar una salida familiar, por no decir compartir un rato porque se despiertan y vuelven a la play o salen con los amigos, cosa que por lo menos prefiero, así respiran aire fresco, y luego vuelta a encerrarse en la habitación, como vampiros que no pueden ver la luz del día. Y al final yo también me acostumbro a esta rutina porque… la casa está muy tranquila durante el día. Eso sí, luego lleva un mes de clases que se acostumbren de nuevo a madrugar. Y ahí se desata el infierno”.

Para que nadie crea que la vida adolescente es dormir de día y vivir de noche, va la historia de M., mamá de una mujer de 16. “Está activa todo el santo día, comienza M., tiene tal vida social que me asusta un poco, y me pidió permiso para irse de vacaciones con el novio, los dos solos, por primera vez. Ya le dije que no hasta ser mayor de edad y enseguida logró cambiar el plan: se irán con los padres de él. Yo hablé con los otros adultos, están de acuerdo, son gente que conozco y en quienes confío pero… ¡se va con el novio! Parezco de otra época, lo sé… pero tiene apenas 16… no estoy logrando aceptar esto muy bien y ni te digo el padre. ¿La dejamos, no la dejamos? Por ahora estamos en eso, quisiéramos conversarlo con ella con tiempo y seriedad pero… ¡no está nunca en casa! Todo el día con las amigas, regresa a cambiarse y vuelve a salir, y a mí lo que me asusta un poco, entre todo lo que me asusta mucho, es que no puede estar sola. Que nuestros chicos, hoy, no saben aburrirse, no toleran el silencio, no se permiten descubrir todo lo que podrían hacer estando solos, esa creatividad que surge, justamente, en el tiempo muerto. La prueba la tengo a la vista: cuando está en casa más de un par de horas le agarra un malhumor tal que es imposible estar con ella. Al final soy yo la que termino diciéndole que salga, que busque con quién estar”.

C. y M. son apenas dos madres entre las miles que, ahora mismo, no sabemos qué hacer con nuestros adolescentes. Ya no hay colonia de verano para ellos, y esta enormidad de tiempo libre que tienen y que necesitan llenar con algo, lo que sea, es una puerta abierta a todo aquello que tratamos de dejar del otro lado.

Así que por favor, si algún funcionario me lee, ábrannos las escuelas con obligatoriedad absoluta, pongan una pileta de lona, ofrézcanles talleres de rap y de graffiti, enséñenles algún oficio, pero no les quiten su rutina, su estructura. Es lo único que los salva de ellos mismos (y de nosotros, que no los aguantamos más, y esto recién empieza).

Ya no hay colonia y esta enormidad de tiempo libre que tienen y que necesitan llenar con algo, lo que sea, es una puerta abierta a todo aquello que tratamos de dejar del otro lado.

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Ya no hay colonia y esta enormidad de tiempo libre que tienen y que necesitan llenar con algo, lo que sea, es una puerta abierta a todo aquello que tratamos de dejar del otro lado.

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