Obama a Hiroshima:
¿otra “gira de las disculpas”?
mirando al sur
Hace unas semanas, en un artículo titulado “Obama no debe pedir perdón por Hiroshima”, la revista conservadora estadounidense “National Review” afirmó que la administración demócrata ha sido, desde el 2009, “propensa a reconocer o pedir disculpas por supuestos pecados y deficiencias morales de Estados Unidos”. Este reproche, prácticamente desconocido por quienes no vivimos en el país del norte, persigue a Barack Obama desde su campaña por la reelección en el 2012, cuando su contendiente republicano, Mitt Romney, describió sus viajes diplomáticos como “una gira de la disculpa” (“apology tour”).
Romney se refería, por ejemplo, a la visita del mandatario a Turquía en el 2009, donde admitió que la guerra en Irak le había parecido “una mala idea”. También se refería a la visita que hizo a Chile en el 2011, en la que celebró la “transición de la dictadura a la democracia” y, sin duda, al tributo que le rindió a monseñor Romero en El Salvador ese mismo año.
La crítica de Romney ganó tantos adeptos que la expresión “apology tour” se ha convertido prácticamente en un eslogan y basta que Barack Obama se disponga a viajar a algún país de Medio Oriente o América Latina para que conservadores y republicanos inunden las redes sociales con abucheos por la humillante afición de su presidente a arrodillarse y pedir perdón.
Pero lo cierto es que tales protestas no resisten el archivo. Obama no pidió disculpas por el papel de la administración de Estados Unidos en el golpe militar de Chile, ni por la provisión directa de armas y dinero a los militares salvadoreños (que dejó un saldo de más de 70.000 muertos en una sangría interna que duró doce años), ni por su apoyo a la dictadura militar argentina durante su visita al país en marzo pasado. Y, a poco de convertirse en el primer presidente estadounidense en funciones en visitar el memorial de Hiroshima en mayo próximo, es igualmente improbable que pida perdón por la masacre nuclear, a contrapelo de lo que vaticina la revista “National Review”.
Las disculpas de Estado son un tema delicado para los gobernantes, no sólo a cuento de negacionismos y nacionalismos sino también por el incontenible dominó político que pueden suscitar. En efecto, uno de los más interesados en que Obama no pida una disculpa por las bombas de 1945 sobre Hiroshima y Nagasaki es el primer ministro japonés, Shinzō Abe, ya que tal concesión lo pondría en la problemática posición de, a su vez, pedir las muy solicitadas disculpas y reparaciones por los crímenes cometidos por Japón en Corea, China, y una larga lista de territorios del este asiático antes y durante la Segunda Guerra Mundial. De igual modo, si Obama pidiera disculpas por las matanzas atómicas, estaría negando de un plumazo la historia aceptada en Estados Unidos durante 70 años, según la cual esas bombas fueron un mal necesario para que la Segunda Guerra Mundial llegara a su fin y evitar así más muertes.
Lo cierto es que la falta de vocación para pedir disculpas no reconoce fronteras. En diciembre del 2007, por ejemplo, la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner dijo, frente a los líderes del Mercosur, que Brasil, Uruguay y Argentina tienen “una deuda histórica con el valeroso pueblo paraguayo” por la “guerra de la triple traición a la condición latinoamericana”. Tal gesto, aunque contundente, no tuvo un efecto distinto a los que suele otorgar Barack Obama en los países donde se esperan sus disculpas. Siete años después, el Estado argentino restituyó al Paraguay mobiliario que había pertenecido al mariscal Francisco Solano López y, aunque fuertemente simbólico, el acto tampoco comportó una disculpa directa por parte de la expresidenta ni la mención de una futura reparación histórica que, de suceder, debería hacerse junto con Brasil y Uruguay.
Una pedido formal de perdón tiene el potencial de restaurar la dignidad, aliviar el dolor y disminuir el rencor o los deseos de venganza de la otra parte. Pero esa relación nunca es sencilla ni directa. Si un grupo de víctimas demanda una determinada acción o una compensación, una disculpa no será suficiente; si demanda una disculpa, una compensación o acción tampoco lo será. La futura apertura de archivos clasificados anunciada por Barack Obama en su visita a la Argentina, por ejemplo, no fue suficiente para que las organizaciones de derechos humanos asistieran a sus actos oficiales.
Nada hace pensar que en su próximo viaje a Hiroshima, bajo el eco de las críticas en su país por agregar un nuevo hito a su “gira de la disculpa”, Barack Obama haga otra cosa que expresar empatía por las víctimas y pedir, con un discurso carismático y bien informado, que tales atrocidades no vuelvan a cometerse. Se puede argumentar que tal gesto no es poca cosa, proviniendo del presidente de Estados Unidos, pero para muchos nunca será suficiente y para otros siempre será demasiado.
Las disculpas de Estado son un tema delicado para los gobernantes, no sólo a cuento de negacionismos sino por el incontenible dominó político que pueden suscitar.
Uno de los más interesados en que Obama no pida una disculpa por las bombas de 1945 sobre Hiroshima y Nagasaki es el primer ministro japonés, Shinzō Abe.
Datos
- Las disculpas de Estado son un tema delicado para los gobernantes, no sólo a cuento de negacionismos sino por el incontenible dominó político que pueden suscitar.
- Uno de los más interesados en que Obama no pida una disculpa por las bombas de 1945 sobre Hiroshima y Nagasaki es el primer ministro japonés, Shinzō Abe.
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