Pasaron cosas

El 26 de febrero de 2009, una joven profesora de la Universidad Nacional del Comahue acudió a la Justicia de Neuquén para denunciar por abuso sexual al médico Guillermo Horacio Focaccia. Era su ginecólogo y había atendido los partos de su madre. La joven dio a publicidad su denuncia pero no su nombre y se la identificaba con las iniciales A.R.

El comportamiento del médico –comentarios y contactos físicos inadecuados– con su paciente de años fue evaluado en perjuicio de la víctima, que lo “malinterpretó”. Focaccia fue absuelto y A. R. debió soportar “una lista de situaciones violentas” ante la Justicia porque se había atrevido a denunciar a un profesional vinculado con el poder. “¿Vos y tu familia sabían que se enfrentaban a un médico prestigioso?”, llegaron a preguntarle en sede judicial. “No hubo imparcialidad, no hubo resguardo por la persona, no hubo interés por hablar del hecho”, recordó A. R. esos días.

Como pasaron unos años, pasaron cosas. Pasó que fructificó la sostenida batalla de las feministas de Neuquén contra las violencias del patriarcado. Acusado penalmente de nuevo, por dos mujeres esta vez, Focaccia deberá responder ahora por los delitos de abuso sexual gravemente ultrajante, por el tiempo de duración y por el modo de comisión, en concurso real con abuso sexual simple.

Pasó también que ahora A. R. se ha presentado con su nombre, Soledad Roldán, para acompañar a las nuevas víctimas y contar, serena y fuerte, su experiencia ante los micrófonos y las cámaras de los periodistas.

Pasó que la provisoria derrota en el Senado para legalizar y despenalizar el aborto colmó de victorias tanto a las viejas luchadoras que desde el 2005 claman por abolir la clandestinidad y la muerte como a las miles y miles de jóvenes sororas de verde en pañuelo, pelo, pechos, brillantina… Quedó tan expuesto el pensamiento mezquino y retrógrado de quienes votaron en contra de la ley que, en poco tiempo más, nuestra descendencia nos preguntará dónde estábamos cuando los senadores votaron a favor del aborto clandestino mientras una mujer agonizaba, infectada por un ramo de perejil en sus entrañas.

La votación en el Senado es incapaz de evitar nuevos abortos; tampoco puede evitar que los diarios y los portales de internet se ocupen de explicar en qué consiste la apostasía colectiva –la renuncia en masa a la Iglesia católica– ni que dediquen informes especiales, amplios y detallados, sobre el misoprostol, el medicamento indicado por la Organización Mundial de la Salud como el método más seguro para interrumpir un embarazo y que la Autoridad Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología (Anmat) acaba de autorizar para que un laboratorio nacional lo produzca con fines gineco-obstétricos. Hasta hace poco, palabra secreta de socorristas.

Pese a las tristes celebraciones tras la votación, se ha impuesto una agenda feminista en la sociedad, conquistada por la razón y la voluntad de millones de mujeres movilizadas, desde los 8 de marzo, los encuentros nacionales, los activismos de Ni Una Menos y, me gusta creer, en nombre y homenaje de las tantas y tantas víctimas, muertas, ultrajadas, violentadas y humilladas por su condición de mujer.

Entre el caso A. R., enmascarado por las circunstancias de entonces, y las nuevas denuncias por abuso contra Focaccia pasaron casi diez años, pasó la voz de una a otra y pasó también este despertar de muchedumbres, este clamor gozoso: “Y ahora que sí nos ven”. De la política como práctica por el bien común, venida a menos, arrinconada como un trasto en desuso, se han apropiado les maravilloses muchaches que hablan con la “e”, las actrices, las periodistas, las trabajadoras, las científicas, las anticlericales, las libertarias, las escritoras, las que venían buscando y encontraron dónde y cómo expresarse y las que definitivamente no están dispuestas a dar ni un paso atrás.

La última novela de Joyce Carol Oates, “Un libro de mártires americanos”, aborda las tensiones por el aborto en Estados Unidos. Basada en un caso real de Kansas en 1999, cuenta cómo un “soldado del Ejército de Dios” asesina de un escopetazo a un médico que practica abortos. El asesino cree que así está salvando vidas. En “Puro fuego. Confesiones de una banda de chicas”, de 1993, Oates escribió una frase que, pasados estos años, me repica ahora, necesaria: “Somos incapaces de notar las cosas que nos unen al nivel más profundo. A menos que nos las arrebaten”.


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