Salir con nuestros adolescentes

En los medios siempre aparecen notas sobre paseos con niños pequeños. Qué hacer, a dónde ir, cómo mantenerlos entretenidos. Pero poco y nada hay sobre salidas con adolescentes que lo último que quieren es salir con los padres. O peor: salir con los padres y justo encontrarse con algún amigo o amiga que los vea… ¡saliendo con los padres!

Pero nosotros insistimos. Queremos el paseo. Queremos caminar a la par y que se nos ensanche el corazón de verlos grandes, a veces más altos que nosotros, a veces dando esas zancadas de piernas largas que nos obligan a correr, casi siempre llevándose el mundo por delante.

No será fácil, lo sabemos. Hay que acercarse a ellos despacio, preferentemente con comida, no asustarlos con algún “tenemos que hablar”.

Hay que encontrar el momento justo en que nos estamos llevando bien, no hay exámenes a la vista, la play está apagada y han apartado la vista del celular. Justo allí, entonces, largar la propuesta como si no tuviera gran importancia (que no noten que estamos desesperados por su compañía), llevar la idea armada y completa, que no queden cabos sueltos por donde pueda escaparse.

Aquí van, entonces, posibles salidas con adolescentes:

• Cine. A veces sucede que los amigos de nuestros hijos no son fanáticos de la misma saga que él/ella viene siguiendo. Léase Star Wars, Harry Potter, o cualquiera de las otras. Allí hay una posibilidad. Aunque sea en 3D, en castellano, con un balde de pochoclo y alguna otra cosa asquerosa. El chico nos necesita porque todavía le parece mejor ir al cine con un padre que solo.

•Almuerzos gourmet. Hay hijos que siempre quieren probar la hamburguesa de moda; hijas que mueren por el sushi; hijos e hijas que se animan a las nuevas ferias de alimentos. Almorzar con ellos es, tal vez, la salida ideal: no les sacamos mucho tiempo y luego podemos llevarlos a la casa de una amiga, a fútbol o a lo que sea que hagan luego. Eso sí, lograr que durante la comida apaguen el celular es un tema que no está incluido en esta columna.

Uno de mis últimos cumpleaños invité a mis hijos a volar en un túnel de viento. Es una actividad única, cara y no da para repetirla a menos que uno se entrene como paracaidista. Como ésta hay muchas otras salidas que prometen entretenimiento, adrenalina y una buena tarde en familia: tiro al arco, paintball, kartings, juegos de escape, camas elásticas, andar a caballo.

• Felices y bienaventurados los padres cuyos hijos los acompañan a un museo, una exposición. Yo lo logré a veces (con el aviso, una vez en el lugar, de “nunca más vengo acá”), pero el recuerdo me queda y me entibia el alma.

Hay muestras que llegan al país que son verdaderamente interesantes, a veces interactivas, y que pueden muy bien atrapar al joven idealista y a la muchacha soñadora. Entre las últimas, por ejemplo: la muestra de Tomás Saraceno con las arañas fue increíble. También la de Yayoi Kusama y sus lunares. El problema con el arte es que pocas veces recorre el país. Pero siempre hay opciones.

• Deportes. Si pregunto en mi casa a dónde quieren ir, la primera respuesta es siempre: a la cancha. Y para colmo, ¡quieren llevarme! Esta es la única salida que aún no he compartido con ellos. La segunda opción es al museo de, en este caso, River, que por no sé qué obsesión, no se cansan de recorrer.

Que la salida sea que ellos nos lleven a donde acostumbran ir: una convención de tatuajes, una de comics en la que van disfrazados de sus personajes favoritos; un encuentro de lucha libre; una batalla de rap. Si es el espacio que ellos frecuentan darles aire y disfrutar de observarlos en su mundo.

Parques, ferias, shoppings, ciudades vecinas. Pasar un día completo afuera con nuestros hijos adolescentes es la figurita difícil y, a la vez, el premio mayor. Claro que ellos desconfían del “vamos a pasear por una ciudad en la que solo hay una pulpería del 1800”. O del “conoceremos un hermoso parque nacional con diez guanacos”. Sospechan que no tendrán señal en el celular e intuyen que morirán del aburrimiento.

Lo que funciona, a veces, es invitar a un amigo, por ejemplo. O prometerles que antes o después buscaremos esas zapatillas que necesitan (y que igual pensábamos comprar). Aunque ellos ya salen sin nosotros, aunque a veces sólo nos necesitan de chofer, aún queda mucho por compartir con nuestros jóvenes (y en esos momentos no vale hablar del colegio ni de malos comportamientos ni hacer reproches).

Solo es necesario, entonces, afinar estrategias, informarse y conocer las opciones. Y luego, lo más probable, es que nos digan: “no fue tan terrible”, que es su modo de expresar que estar juntos siendo una buena idea. Pero no nos darán ese gusto.

Aunque ellos ya salen sin nosotros, aunque a veces solo nos necesitan de chofer, aún queda mucho por compartir con nuestros jóvenes. “No fue tan terrible”, dirán.

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Aunque ellos ya salen sin nosotros, aunque a veces solo nos necesitan de chofer, aún queda mucho por compartir con nuestros jóvenes. “No fue tan terrible”, dirán.

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