Todos los hombres de buena voluntad 2.0

El reciente protagonismo del “debate por los inmigrantes” en la Argentina, un país constituido con significante flujo migratorio, es, por lo menos, llamativo. Si bien es el país que recibe la mayor cantidad de personas en la región, los números palidecen cuando son comparados con otros estados donde se llevan adelante planteos similares (Estados Unidos, Canadá o la Unión Europea). En algunos de estos casos, incluso, el tema se torna más sensible por cuestiones humanitarias –sean éstas en Siria o en el cruce del Mediterráneo– pero nada de esto pasa hoy en nuestro país. América Latina se caracteriza por una paz duradera y un diálogo entre los países en una multitud de foros. La situación reciente de Venezuela es la que se sale de esta norma, pero en una escala mucho menor a la de otras latitudes, lo que no quita mérito a su gravedad. Sin embargo, el debate sobre el ingreso de extranjeros se metió de nuevo en la apasionada agenda pública nacional, más allá de su real impacto. Dicha situación no debiera resultar tan llamativa: la apelación a la cuestión migratoria en el marco de climas políticos caldeados está lejos de ser nueva en estas tierras. A principios del siglo XX, incluso, la discusión se trasladó al Congreso de la Nación.

En tiempos del primer Centenario, la ciudad de Buenos Aires contaba con un 46% de población extranjera, cifra que largamente supera el 13% actual acreditado por el último censo.

La maduración de los movimientos obreros, socialistas y anarquistas en particular marcaba el tempo del entre siglo y sembraban dudas frente a la política de captar migrantes y poblar el desierto llevada adelante de forma casi sistemática tras el triunfo de Urquiza en Caseros en 1852. Medio siglo después, con un Estado ya consolidado, Julio Argentino Roca, ya en la segunda mitad de su segundo gobierno (de 1898 a 1904), puso foco en su ulterior legado.

Esto se pone en evidencia al observar una serie de medidas que buscaban un equilibrio difícil, tratando de contentar a los múltiples sectores que conformaban la variopinta coalición de gobierno. Por otro lado, la oposición, en particular el radicalismo, ya se encontraba en plena reorganización, dejando atrás el impacto del suicidio de Alem en 1896.

Pese a los malabares necesarios, se impulsaron múltiples políticas de peso.

Entre las que sí superaron el debate se cuentan la modificación de la ley electoral, con el objeto de ampliar la participación electoral, y la promoción del informe Bialet Massé sobre “El estado de las clases obreras argentinas”, para evaluar y contener las acciones obreras.

Todas estas medidas muestran un roquismo más volcado a la cuestión social y preocupado por las convulsiones que sacudían a las pampas en los primeros pasos del siglo XX.

Sin embargo, como consecuencia de un pedido de la novel Unión Industrial Argentina, también se llegaría a la ley de Residencia, una dura legislación sobre extranjeros impulsada por Miguel Cané.

La ley Cané o 4144 se pensó para dar poderes de largo alcance al Poder Ejecutivo para deshacerse, a través de la expulsión del país, de quien perturbara el orden institucional. Así, aquel podía tomar la decisión de sacar del país al extranjero sospechoso sin necesidad de citar ninguna causa judicial o hecho concreto, reservándose para sí una gran discrecionalidad.

En fin, una ley a medida del control y supresión de las luchas obreras que venían tomando fuerza, en particular en los años inmediatos.

La ley tuvo una sobrevida sorprendente de más de cinco décadas que dio pie a sucesos como la Semana Trágica y otros menos conocidos. Recién sería derogada en 1958.

De todos modos, las causas de la sanción de la ley Cané no deben limitarse al prisma de la situación inmigratoria. Con múltiples frentes abiertos, el gobierno debía dar una especie de reaseguro de que los cambios se llevaban con férreo control ejecutivo.

Si bien contradictorio frente al leitmotiv “gobernar es poblar”, en épocas de fronteras andinas calientes y paros y movilizaciones casi permanentes en Buenos Aires, volvía a relucir la discrecionalidad casi olvidada de la prédica de Alberdi.

A través de los años el extranjero sigue actuando como significante para depositar allí un colectivo de desigualdades sin resolver, dar un encuadre donde los problemas adquieren una nueva identidad y se diluyen.

No deja de ser una distracción para el todo, haciendo foco en una mitad, hace un siglo, o apenas en un diez por ciento hoy, en el mejor de los casos.

A través de los años el extranjero sigue actuando como significante para depositar allí un colectivo de desigualdades sin resolver.

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A través de los años el extranjero sigue actuando como significante para depositar allí un colectivo de desigualdades sin resolver.

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