Un año después, la paz parece lejana en Afganistán

Un año después de que el presidente Donald Trump revelara su estrategia para Afganistán, una nueva ola de violencia y derramamiento de sangre afecta a la devastada nación asiática eclipsando algunos pequeños signos de avance.

Cada ataque exitoso de los yihadistas representa un enorme revés no solo para el gobierno de Afganistán, que está impulsando conversaciones de paz con los talibanes, sino también para el Pentágono, cuyos funcionarios insisten en que las cosas finalmente están mejorando.

En los últimos días, los talibanes y el grupo extremista Estado Islámico (EI) han perpetrado una serie de operaciones mortales en las que los civiles se han llevado la peor parte, incluido un ataque del EI a una escuela en la que murieron decenas de jóvenes.

Antes de eso, militantes talibanes habían lanzado un ataque contra la estratégica ciudad de Ghazni, obligando a las fuerzas de seguridad respaldadas por Washington a luchar durante días para repelerlos.

Tales titulares seguramente no son los que Trump imaginó cuando el 21 de agosto del año pasado anunció que redoblaría el compromiso de Estados Unidos con Afganistán, prolongando la guerra más larga en la que haya participado el país.

En desacuerdo con la idea del presidente Barack Obama de que Estados Unidos podría salir de Afganistán sin dejar un vacío de seguridad, los jefes militares de ese país dieron la bienvenida a la decisión de Trump de desplegar miles de soldados adicionales y cancelar la promesa de un retiro programado.

“Las consecuencias de una salida rápida son tan predecibles como inaceptables”, dijo Trump al anunciar su estrategia, que también busca presionar a Pakistán a hacer más para atacar a los talibanes.

Apenas unos meses más tarde, el máximo comandante estadounidense en Afganistán, el general John Nicholson, predijo que las fuerzas de seguridad afganas ampliarían el control sobre el territorio del 64% al 80% en dos años.

Pero de acuerdo con un organismo gubernamental estadounidense, el porcentaje de población bajo control gubernamental apenas creció al 65%, y los grupos insurgentes mantienen su poder.

“Hemos recorrido tantos rincones en Afganistán que probablemente hemos hecho múltiples círculos”, dijo a la AFP Bill Roggio, miembro de la Fundación para la Defensa de las Democracias y experto en este país.

“Las cosas se ven bastante sombrías”, señaló.

Una parte central del plan de Trump en Afganistán era forzar a los talibanes a negociar.

Un alto el fuego sin precedentes entre los talibanes y las fuerzas gubernamentales en junio dio un poco de alivio a los civiles y despertó esperanzas de que la tregua pudiera abrir un camino a las conversaciones y terminar la guerra.

Alice Wells, una alta funcionaria de la Oficina de Asuntos de Asia del Sur y Central del Departamento de Estado, se reunió con funcionarios talibanes el mes pasado en Catar, y en una visita a Kabul también el mes pasado, el secretario de Estado Mike Pompeo dijo que existen posibilidades de un restablecimiento de las negociaciones de paz.

“Muchos de los talibanes están viendo que no pueden ganar en el terreno militarmente. Eso está muy relacionado con la estrategia del presidente Trump”, comentó Pompeo.

El presidente afgano Ashraf Ghani, respaldado por Estados Unidos, elogió la estrategia de Trump como un “punto de inflexión”.

Sin embargo, los recientes ataques yihadistas han llevado a muchos a cuestionar cómo esas negociaciones podrían avanzar.


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