Componer en el espacio

Para Néstor Otero lo mejor que le puede pasar a un artista es vender, porque quiere decir que gusta lo que hace. A partir de esa verdad, a su criterio hay muestras que se hacen desde ese punto de vista, como otras desde lo puramente artístico, porque hay arte que no se vende.

Tiene un ejemplo en sus experiencias en San Nicolás, provincia de Buenos Aires. Durante una muestra que hizo en una bienal de mosaicos cerámicos. Eran 200 piezas donde ninguna obra tenía valor comercial, entonces eso lo acompañó con obras de 10 plásticos locales, en lo que se llama una muestra colectiva, otro desafío para un curador. «Las muestras colectivas que hice -explica- también han estado marcadas, diferenciadas y potenciadas por la calidad espacial del lugar. Es importante que se potencie una obra con otra». Esto supone en su opinión que, muchas veces hay diferentes tamaños, color y luces cambiantes en las obras de un mismo artista y eso implica el trabajo de armonizar el asunto.

Es por eso que Otero prefiere el término «composición» que opone al mal llamado «diálogo», porque «las pinturas y las esculturas no hablan, lo mismo que el Campanile de la plaza San Marcos en Venecia no dialoga con su entorno, sino que compone un conjunto arquitectónico sublime».

El hecho de componer lo puso en práctica también en el museo Rosa Galisteo de Santa Fe donde en sus salas logró unir con una instalación las muestras del arquitecto Baliero y de la plástica Zulema Maza. La instalación servía de ligamento a dos propuestas. Lo mismo hizo en ese museo con las muestras de rituales paraguayos de Susana Romero y la temática de jazz y tango de Hermenegildo Sabat con otra instalación vinculaba fluidamente a dos artistas. Eso se repitió en otra exhibición en San Nicolás con cinco artistas donde combinó esculturas y pinturas aprovechando espacio y obra sin desvirtuar el sentido. Allí también insertó entre las fotografías de Liberatto y las pinturas de Frangella ambas sobre Buenos Aires, las originales esculturas de tamaño natural de niños jugando de Jaly Vázquez, artista local, dándole un toque de humanización a la muestra.

Esa variantes hacen un estética que se mueve con libertad y buen gusto. Por eso Otero también reconoce los efectos del fenómeno Almodóvar en «una nueva imagen visual » y la manera de encarar la puesta de obra de arte. Claro que no se casa con recetas decorativas, aunque considera que se puede ambientar la obra, que «siempre debe imponerse por encima del discurso ecléctico».

Con esa visión y la arquitectura como sustento Otero tiene sus propios proyectos. Nada menos que el llamado «Proyecto territorio» que compromete a todo el interior del país con la idea de gigantescas esculturas, que en cada zona se repiten con materiales oriundos de cada lugar. Será componer en el pentagrama geográfico argentino una suerte de paisaje escultural trascendente. Aunque no se considera un artista plástico, eso no tiene importancia, su valor está presente en cada muestra que diseña, su estética es inconfundible. Y se nutre de lo que supo atesorar de la académica Nelly Perazzo o las virtudes aprendidas de Martha Nogueira del Borges. Con ese bagaje y el talento propio Otero formalizó su arte de mostrar arte. Será por eso que dice » Yo aprendí a sumar».

Nota asociada: Entevista a Néstor Otero: El arte de exhibir arte

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Para Néstor Otero lo mejor que le puede pasar a un artista es vender, porque quiere decir que gusta lo que hace. A partir de esa verdad, a su criterio hay muestras que se hacen desde ese punto de vista, como otras desde lo puramente artístico, porque hay arte que no se vende.

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