Con el viento en contra

Si bien alcanzó la presidencia con apenas el 22% de los votos, desde inicios de su gestión Néstor Kirchner disfrutó de un índice de aprobación muy elevado que se debió menos al giro político que impulsaba, que al temor a que oponérsele podría dar pie a una nueva crisis de desenlace incierto. Aunque a mediados del año pasado hubo señales de que la popularidad del presidente comenzaba a mermar, pudo legarle a su sucesora -la presidenta actual Cristina Fernández de Kirchner- un índice alto que, como suele ocurrir, subió en los primeros días de su período en el poder. Pero desgraciadamente para ella, la luna de miel así supuesta duró poco. Según se informa, merced a su manera nada elegante de manejar el paro del campo, su popularidad ha bajado abruptamente. De acuerdo con el sondeo efectuado por Graciela Römer, cayó ocho puntos, con el resultado de que a fines de marzo sólo el 38% juzgaba positiva su gestión. No se trata necesariamente de un desastre, ya que en otras latitudes abundan los mandatarios que a pesar de ostentar índices menores pueden cumplir sus funciones de manera adecuada, pero es claro que se le plantea un desafío muy grande tanto a Cristina como a su marido, puesto que ambos están acostumbrados a gobernar con la seguridad de gozar del apoyo mayoritario.

¿Cómo reaccionarán? Lo más lógico sería que atribuyeran los índices insólitamente elevados de popularidad de antes a que el país salía de una crisis peligrosísima y que por lo tanto era inevitable que tarde o temprano se normalizaran, de suerte que en adelante tendrían que habituarse a dialogar, negociar y pactar, pero no es demasiado probable que se adapten así a las nuevas circunstancias. Autoritarios por temperamento, les será difícil resistirse a la tentación de intentar recuperar lo perdido organizando una especie de contraataque, ensañándose todavía más con el campo, detrás del cual parecen ver al ejército abigarrado de golpistas y gorilas racistas resueltos a desalojarlos del poder que Cristina denunció en la arenga que pronunció el uno de abril en Plaza de Mayo. Por supuesto, si optan por la confrontación correrían el riesgo de ver reducirse todavía más el índice de aprobación que tanto les preocupa y aumentar el de quienes dicen creer que la gestión de Cristina ha resultado ser negativa, ya que el motivo principal por el que ha perdido el apoyo de una franja importante de la ciudadanía consiste precisamente en su voluntad de tratar a todos aquellos que se le oponen como si fueran enemigos del pueblo argentino.

Para Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner fue sin duda muy grato ser informados por los encuestadores que el grueso de la población del país los apreciaba mucho más que a cualquier rival, pero acaso les habría resultado mejor que desde el vamos la ciudadanía no les hiciera pensar que estaba dispuesta a tolerar la prepotencia con la que actuaban. De no haber sido por los mensajes reconfortantes que les enviaban los encuestadores según los cuales ni siquiera los hechos de corrupción que iban revelándose hacían mella en su popularidad, se habrían sentido obligados a comportarse de manera más democrática. Asimismo, Cristina habría entendido que no le sería suficiente actuar como un clon de su marido, del que heredó no sólo la presidencia sino también buena parte del gabinete, el INDEC desguazado y desprestigiado, un estilo político caracterizado por las confrontaciones constantes y una cohorte de aliados indeseables. Por lo demás, hubiera comprendido que la razón por la que tuvo que protagonizar una campaña electoral atípica, ya que en lugar de celebrar debates con los candidatos opositores o viajar por el país pronunciando docenas de discursos intentó mostrar que era digna de ser presidenta visitando países extranjeros, mientras que fronteras adentro todas sus apariciones públicas fueron cuidadosamente escenificadas, se debió a la conciencia de que no sería de su interés permitir que el electorado la conociera mejor. Entre otras cosas, el bajón sufrido por su índice de popularidad en las encuestas muestra que la estrategia proselitista de minimizar sus intervenciones públicas se justificaba plenamente, ya que en una sola semana de protagonismo se las arregló para enfurecer a los hombres del campo que en octubre del año pasado la habían votado.


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