Cóndor

Por Jorge Gadano

La secretaria de Estado Madeleine Albright es la mujer que ha llegado al rango más alto de gobierno en los Estados Unidos. No parece mucho ser la jefa de un «departamento» de Estado, porque en estados como el nuestro un departamento está en el quinto o sexto nivel de la administración. Pero allá el State Department es mucho más que una cancillería cualquiera, porque los Estados Unidos se ocupan de los asuntos del mundo mucho más que cualquier otro país.

Albright estuvo en Buenos Aires y fue, por lo explicado, muy bien atendida. Tan fue así que no sólo, como es costumbre cada vez que viene un funcionario estadounidense tan importante, la recibió el presidente De la Rúa, sino que además el canciller Rodríguez Giavarini, que no es un hombre de tribuna, tuvo la deferencia de acompañarla a ver el partido Argentina-Paraguay en el Monumental.

El miércoles, antes de ver a De la Rúa, Madeleine se reunió con dirigentes de organismos defensores de los derechos humanos -entre los más conocidos, Estela Carlotto, Horacio Verbitsky-, quienes le pidieron el levantamiento del secreto que pesa sobre archivos oficiales de los Estados Unidos relativos al «Plan Cóndor», un plan criminal que asoció a las dictaduras del Cono Sur. La funcionaria dijo que haría «todo lo posible en cuanto a desclasificar información con respecto a la Argentina».

Seguramente, ahora que el actor principal del Cóndor, Augusto Pinochet, está a merced de la Justicia de su país, no pasará mucho tiempo sin que la información todavía «clasificada», secreta, que albergan los citados archivos, se haga pública. Pero, en Buenos Aires, se podría contar ya con esa información, tal vez más completa que la que pueda ofrecer el Departamento de Madeleine. Bastaría con hablar con Battaglia.

Se trata, para más datos, de John Battaglia Ponte, un empresario recientemente radicado en este país, uruguayo nacionalizado estadounidense que trabajó para la CIA en el Cóndor y en operaciones clandestinas en Centroamérica.

El diario Clarín se ocupó de Battaglia -y de otros empresarios del ramo de la inteligencia privada y el espionaje industrial recién llegados a la Argentina- en detallados informes publicados los días domingo y lunes últimos. Los otros son Jules Kroll, Frank Quijada, Frank Holder, Harry Brandon, todos «viejos oficiales de la inteligencia estadounidense, algunos de ellos veteranos del Plan Cóndor que coordinó la represión en Sudamérica en los años 70», dice Clarín.

Pero el arquetipo, por su denso currículum, es Battaglia, representante en Buenos Aires de la agencia Trident Investigative Services. También por sus relaciones con agentes criollos, ya que el informe lo considera «capaz de juntar en unas cena a Raúl Guglieminetti y Leandro Sánchez Reisse, ex miembros de los Grupos de Tareas del Ejército durante la dictadura» y que colaboraron con la CIA en la lucha contra el sandinismo. Seguramente, habría podido juntar también a Víctor Gard, un soldado del Cóndor y colaborador de Guglielminetti en las operaciones centroamericanas, que hizo amigos en San Martín de los Andes, donde murió el año pasado.

Battaglia vende capacitación para agencias de seguridad, protección de personas y bienes e información de inteligencia. Se ha vinculado a las Fuerzas Armadas y de seguridad, según se desprende de sus visitas al Círculo Naval y de una reunión con un jefe de la Prefectura Naval, a la que estaría por venderle tecnología para el espionaje.

El increíble éxito comercial de este inversor no termina ahí. También está negociando con un coronel del Ejército para vender un sistema de cámaras inteligentes que se colocan en la panza de los aviones. La empresa que las provee pertenece al famoso coronel Oliver North, gestor de la venta de armas al Irán de Khomeini durante el gobierno de Reagan.

Battaglia es un hombre esmirriado y simpático que trata de agradar a sus interlocutores. No obstante, mantiene una cierta distancia porque, como él mismo lo dice en el crudo lenguaje del mercenario, «somos como las prostitutas, no nos involucramos con nuestros clientes». Queda sólo por decir de él, como para que se valoren bien sus principios, que es admirador de Massera y de Astiz.

Una competidora de Trident es Smith Brandon, una empresa que nuclea a ex agentes del FBI y cuyo representante en la Argentina es el voluminoso -pesa cien kilos- radical Alejandro Ruiz Laprida, ex concejal y amigo del secretario de Seguridad, Enrique Mathov, y de Enrique Nosiglia.

Mathov es íntimo de Ruiz Laprida, quien hasta fines de 1999 hacía negocios privados, como el de vender chalecos antibalas a la Bonaerense. Mathov lo presentaba como su jefe de inteligencia y le dio una oficina. Cuando se le planteó que su espía tenía una actividad privada paralela dijo que no lo sabía.

Todos estos inversores en el espionaje buscan contactos firmes en el poder. La famosa Pinkerton le ofreció su representación al ex jefe de la Federal Adrián Pelacchi, quien ya tiene a su cargo la seguridad de los aeropuertos. La agencia Kroll, representada por Holder y patrocinada por el ex embajador Terence Todman, pertenece al ex CIA Jules Kroll, quien tiene una «relación fluida» con Fernando de Santibañes, jefe de la SIDE.

Como supo decirlo el «golden boy» Martín Redrado, la Argentina es un país sexy.


La secretaria de Estado Madeleine Albright es la mujer que ha llegado al rango más alto de gobierno en los Estados Unidos. No parece mucho ser la jefa de un "departamento" de Estado, porque en estados como el nuestro un departamento está en el quinto o sexto nivel de la administración. Pero allá el State Department es mucho más que una cancillería cualquiera, porque los Estados Unidos se ocupan de los asuntos del mundo mucho más que cualquier otro país.

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