Conmovedor relato de una de las víctimas de la masacre del Limay 10 años después

Juan Carlos Urra tenía 11 años y recuerda los detalles del horror. Tres amigos fueron asesinados; otro chico y él se salvaron, heridos. El autor, Julio Aquines, recibió una condena a prisión perpetua.

NEUQUÉN (AN).- Se conoció como «la masacre del Limay». Tres chicos que pescaban en el río en Valentina Sur fueron asesinados a puñaladas y otros dos, heridos de gravedad, salvaron sus vidas porque se hicieron los muertos. A diez años de aquel horror, «Río Negro» reunió a uno de los sobrevivientes y al padre de dos de las víctimas.

«Fue re feo». Con la vista baja, Juan Carlos Urra casi se queda sin palabras para describir aquella tarde del 14 de noviembre de 1998 en la que tenía 11 años y recibió 11 puñaladas.

Las víctimas fatales fueron Carlos Trafipán (16) y los hermanos Cayetano «Jano» Correa y César Correa, de 17 y 14 años. Urra y Claudio Painebilú (11) sobrevivieron.

El autor de los crímenes, Julio Enrique Aquines (hoy de 35 años), fue detenido al otro día y condenado a prisión perpetua, pero una década después tiene esperanzas de obtener la libertad condicional. (Ver aparte)

«Carlitos» Urra, como lo llama su madre Adriana Benavídez, lleva ese episodio pegado a su vida. En su espalda, las cicatrices son garabatos de la pesadilla. Otras secuelas, invisibles, lo siguen afectando: abandonó los estudios secundarios, no recibió ninguna ayuda de los organismos encargados de brindar contención a las víctimas y aún tiene temor por las noches. Pero lo que más anhela es conseguir un trabajo estable que le permita concretar sus sueños de progresar y dejar todo atrás. (Ver aparte)

Alberto Correa, padre de los hermanos asesinados, y Urra guiaron a este diario hasta el lugar de los crímenes, donde un humilde descanso recuerda a los tres adolescentes muertos.

Correa camina hasta allí casi todos los fines de semana con sus familiares; en cambio para Urra significó regresar al lugar después de nueve años.

Cuando habla del caso, Carlitos nunca menciona por su nombre al autor de la masacre. Se refiere a él como «ese hombre» o «ese hijo de puta». Tiene grabado cada detalle de lo que sucedió y lo relata con la misma fidelidad con la que lo hizo en el juicio oral, realizado en noviembre de 1999. En aquella ocasión Carlitos, que tenía 12 años, les pidió a los jueces: «Quiero verle la cara, quiero estar seguro de que tienen preso al que les hizo esto a mis amigos». Aquines en ese momento estaba afuera de la sala de audiencias. Lo hicieron ingresar, Carlos lo miró fijo y sentenció: «Fue él».

La tarde del 14 de noviembre de 1998 era calurosa y el grupo de chicos había ido a pescar y tomar mate en el sector conocido como «La Puntilla». Llevaban mochilas con enseres y una frazada para sentarse.

Carlitos relata: «Jano y Trafipán estaban adentro del agua pescando y Claudio, el otro chico Correa y yo, tomando mate. Vi que venía el hombre éste, así que digo: ´Huy, ahí viene un vago y me parece que viene en pedo´».

«Nos preguntó qué estábamos haciendo y nos dice ´Acá no pueden estar porque esto es propiedad privada´. Los chicos que estaban en el agua salieron y cuando ya nos íbamos saca el arma. ´Ahora no se van a ir a ningún lado´, nos dice».

Carlitos hace una pausa. Y retoma: «Cuando sacó el arma? uf? Trafi y Jano tenían 17 años, eran grandotes, pero no eran de andar peleando, no tenían maldad, eran re sanos. Saca el arma y nosotros empezamos a llorar, nos pusimos mal. A Jano le puso una piña; nos empezamos a asustar cada vez más».

Mucho después se supo que esa pistola que exhibía Aquines era, en realidad, de juguete.

Sigue Urra: «A mí me apunta con el arma y me dice ´Juntá todo que nos vamos de acá´. Me acuerdo de que la pava estaba caliente y no entraba en la mochila, y de los nervios la metí en un bolsillito chiquito, no sé cómo hice. Caminamos por la orilla del río como yendo para Cipolletti, no sé cuánto, un kilómetro, hasta que dice ´Acá nos vamos a quedar, sacá las cosas´. Ya estaba oscuro y ahí no se veía nada».

«Nos hizo tirar a todos al piso, a mí me dice ´Vos no´, así que me paré. Me fue pasando las zapatillas de los otros, les tuve que sacar los cordones y con eso él los ató de pies y manos».

Ciertas inflexiones en su tono de voz, apenas perceptibles, delatan que Carlitos fue protagonista de ese drama. Aunque habla en tono neutro, como si detrás de sus palabras no hubiera recuerdos verdaderos, un eco suave y doloroso lo mete en la historia.

Se nota más cuando cuenta: «A mí me retira unos metros, me ordena ´Tirate al piso´ y saca un cuchillo. Yo le pedía que no me haga nada, él me dice ´No, no, vos tirate al piso´ y me entra a? (duda, le cuesta decirlo, al final lo suelta:) bueno… a apuñalar».

Carlos aún se asombra porque «en ningún momento sentí dolor. Debió ser Dios que estaba ahí en ese momento. Sentí que me ardía, pero ni yo lo puedo creer que no sentía dolor.

«Después lo desata a Painebilú, lo trae al lado mío y también lo empieza a cortar, pero parado. Claudio decía que no, que no y se cubría con las manos. Después lo dejó tirado al lado mío y ahí nosotros nos hacíamos los muertos. Ya estaba re oscuro».

Carlitos se saltea algunos tramos del relato, los más traumáticos, aquellos que se conocen gracias a la investigación que encabezó el hoy jefe de Policía, Juan Carlos Lepén.

Mientras Claudio y Carlitos se quedaban quietos, Aquines apuñaló en el cuello a los otros tres adolescentes, cubrió sus cuerpos con la frazada, con ramas y los prendió fuego. Los hermanos Correa aún estaban vivos; murieron asfixiados. Trafipán se arrastró unos metros y falleció cerca de sus amigos.

Era noche cerrada, la costa del río estaba iluminada por la hoguera.

«Claudio me dice que nos fuéramos. Ya no se veía nada, lo único era la luz del fuego. Así que nos paramos y nos fuimos. Empezamos a caminar, se nos salieron las zapatillas porque estaban sin cordones y seguimos igual, descalzos». Caminaron varios kilómetros hasta llegar cerca de la medianoche a la escuela 223, donde había un festival folclórico. Así se supo de la masacre.

Carlitos dice que «en ese momento no sabíamos lo que había pasado con los otros chicos. Había árboles, estaba todo oscuro, no se veía nada. Después empezamos a ver por el fuego, pero tampoco con claridad».

-¿No escuchaban gritos?

-Sí sentíamos los gritos. Fue re feo.

Y prefiere no decir más.

GUILLERMO BERTO gberto@rionegro.com.ar


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